Los niños sacrificados conocían su destino y caminaron hacia él
Antes del ritual ingirieron chicha y coca Los rastros hallados hablan de una ceremonia con fogata y danzas Los chicos se habrían adormecido por efecto del frío, la falta de oxígeno y el alcohol
La momificación de los tres niños de Llullaillaco se produjo en la temporada estival, entre 1480, fecha en la que el imperio incaico se extendió sobre el noroeste argentino, y 1532, cuando la región cayó bajo el dominio español. Luego de tres años de investigación los científicos reconstruyeron cómo había ocurrido el ritual.
El sacrificio se realizó dentro de la "capacocha", ceremonia mediante la cual el imperio incaico lograba el control del Estado cuzqueño por sobre sus dominios periféricos. Se realizaba por la muerte del Inca y la sucesión al trono, por alguna catástrofe natural o también como propiciación de la fertilidad de la tierra.
Durante la primera etapa convergían hacia el Cuzco las víctimas sacrificiales (unos 2000 niños, según estimaron los cronistas de la época) que tomaban contacto con el Inca en Coricancha (templo de oro). Muchos eran sacrificados allí. Otro grupo de niños vivía hasta la segunda etapa: la redistribución de las ofrendas hacia los confines del territorio dominado donde serían sacrificados.
Este es el caso de las momias halladas en Salta. Constanza Ceruti, la arqueóloga que participó del hallazgo y la investigación, consideró que fueron sacrificados durante la misma ceremonia, ocurrida hace 500 años.
Partieron a pie desde el Cuzco. Debían caminar formando una línea lo más recta posible hasta el volcán Llullaillaco. Se estima que tardaron varios meses hasta llegar y que avanzaban unos 10 o 15 km por día. Los niños formaron parte del cortejo, ya que, como imponía el ritual, no podían ser llevados en andas.
Gran cantidad de pobladores acompañó la caravana hasta el tambo, situado a dos horas de la base del volcán. Allí se alojaron y se almacenaron mercaderías asociadas a los ritos. Más tarde un grupo más reducido -el sacerdote, sus auxiliares, cargadores de las ofrendas, los que iban a ser ofrecidos en sacrificio y algunos acompañantes- inició el ascenso. Los campamentos intermedios, encontrados en el camino, tenían capacidad para 24 personas.
Tras ascender tres o cuatro días llegaron a la cumbre. El portezuelo -a 6500 metros de altura- fue uno de los últimos campamentos. Desde que comenzó la peregrinación los niños eran conscientes de que iban a ser sacrificados.
Los sacerdotes incas pasaron la noche antes del sacrificio en la "choza doble", única construcción dentro del santuario, con función logística. La consagración de las víctimas a Inti (Dios Sol), Illapa (Dios del Rayo) y Viracocha (El Creador) debía hacerse antes del amanecer.
Los rastros encontrados dicen que, antes del sacrificio, los sacerdotes encendieron una gran fogata. Seguramente también realizaron cánticos y danzas. Los niños consumieron hojas de coca y chicha hasta que quedaron adormecidos por el efecto del alcohol, el frío y la altura.
Sin signos de violencia
Un grupo de trabajo aprestó los últimos detalles para el sacrificio. Las radiografías que se realizaron a los niños no evidencian traumatismo craneano, por lo que se descartó que se haya usado un golpe en la nuca. Tampoco hay evidencia de estrangulamiento. Los investigadores creen que fueron momificados en estado de asfixia parcial o bien que se hallaban inconscientes por efecto de la chicha, la coca, el frío y la altura cuando fueron enterrados en huecos de la montaña a 20 grados bajo cero.
El niño vestía túnica roja. Antes de enterrarlo, cabeza arriba en una tumba de un metro de diámetro y 1,70 metro de profundidad, fue envuelto en un textil incaico que actuó como fardo funerario. Su cuerpo se momificó en posición fetal forzada: le ataron las piernas y el tronco con cuerdas, los brazos cayendo a los lados del cuerpo y la cabeza entre las piernas.
La Doncella fue colocada en una tumba en dirección Norte, peinada con trenzas pequeñas y con un vestido color café con una faja en la cintura. Quedó eternizada casi sentada, con el torso flexionado, con las piernas cruzadas y las manos juntas, "como si estuviera a punto de incorporarse", describieron los científicos. La cubrieron con un manto color arena, en el hombro izquierdo le pusieron una túnica y sobre la cabeza, un tocado de plumas blancas.
La Niña del Rayo fue colocada en una tumba que miraba hacia el Este. Allí quedó en posición sedente, con las piernas flexionadas y cruzadas, las manos sobre los muslos y la cabeza erguida. Ya enterrada, recibió la descarga de un rayo que afectó a algunos objetos de su ajuar, le causó quemaduras y pérdida de tejidos en el cuello, hombro y tórax izquierdo.
Las tumbas recibieron los cuerpos, luego fueron rellenadas con sedimento de granulometría fina y cerradas mediante muros de piedra ligeramente abovedados, formando el techo de la cámara.
El paso siguiente fue el rellenado de la plataforma delimitada por los muros de contención y el emparejamiento de la superficie. Así quedaron selladas durante 500 años las tumbas de los niños de Llullaillaco.