Los millennials están llegando a la mediana edad y no se parecen a lo que se había pronosticado para ellos
Expertos habían previsto que serían más tradicionales y tendrían mayor cohesión social y política; también, que se reducirían las disparidades de ingresos y clase
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NUEVA YORK.– Caitlin Dunham cumplirá 40 este año, y lleva toda su vida adulta tratando de alcanzar estabilidad. Justo cuando Dunham se iba a la universidad, en 2001, su madre perdió su trabajo de dos décadas por la recesión de ese año. De un momento a otro, la familia se tuvo que enfrentar a la angustia de tener que pagar los estudios, la jubilación y la hipoteca. Dunham, una mujer mordaz oriunda de Maryland, recordó que aquella inesperada crisis financiera la motivó a sentar cabeza: a estudiar una carrera estable (medicina), a casarse pronto (antes de cumplir los 30) y a tomar el tipo de decisiones que, pensaba ella, le darían una vida a prueba de catástrofes.
Pero las cosas no se dieron así.
Las crisis que sucedieron en cascada durante las décadas posteriores frustraron cada uno de sus pasos. Su marido, ingeniero informático, compró una casa en la bahía de Tampa en 2006, la cual perdió la mitad de su valor en la recesión de 2008. “Lo que se suponía que iba a ser un activo decente para nosotros se convirtió de pronto en una carga”, dijo Dunham. Su marido también se quedó sin trabajo durante aquella depresión económica.
Dunham empezó a ejercer como ginecóloga-obstetra con una deuda por estudios de más de 250.000 dólares, a pesar de que estudió en una universidad pública. Después de algún tiempo en Minnesota y otra casa que fue muy difícil de vender, su familia, que ahora incluía a dos hijos, se estableció finalmente en Delaware en 2019. En parte, deseaba mudarse para cambiar de estilo de vida; sentía que las exigencias de su trabajo en Minnesota no le dejaban tiempo suficiente que dedicarle a su familia, así que decidió ejercer en la salud privada.
Tampoco consiguió pasar más tiempo con su familia. Cuando llegó la pandemia de Covid-19, se dedicó de lleno a su trabajo, porque lo consideró su deber en una emergencia de salud pública. Dunham y sus colegas se ofrecieron como voluntarias para cubrir turnos en urgencias y trabajaron más días que nunca. Apenas vio a sus hijos, que entonces tenían 6 y 3 años, hasta que se contagió en octubre de 2020. Después sus persistentes síntomas le impidieron trabajar todo lo que necesitaba, y perdió su empleo en 2021: “Ahí hubo otra crisis financiera para nosotros, porque, en fin, yo no era el único sostén de la familia, pero sí el principal”.
Como su marido es ciudadano japonés, la familia acabó mudándose a Japón durante algún tiempo para acceder al sistema sanitario público de allí (dependían del trabajo de ella para contar con seguro médico). Volvieron a Delaware en 2022, seis semanas después de tener a su tercer hijo, en junio. Su marido consiguió un trabajo con seguro médico, por lo que la familia pudo permanecer en Estados Unidos, y ella está tratando de reiniciar su carrera profesional. Pero las cosas fueron despacio.
La situación fue difícil para su familia, dijo Dunham, pero hay una cosa que no le preocupa: una crisis de la mediana edad asomando por el horizonte. “Toda mi vida adulta fue una larga crisis. Crisis profesionales, de deudas por estudios, de ver cómo mi cuenta de jubilación pierde entre un cuarto y la mitad de su valor un par de veces, los gastos de la guardería, el deshilachado del tejido social, las presiones salariales y, sobre todo, la inseguridad. Soy una profesional casada con un profesional, pero nuestros trabajos pueden esfumarse de repente. No podemos confiar en nada más que en nosotros mismos, y solo nos queda la esperanza de que no comeremos comida para gatos cuando se estropeen nuestros cuerpos y nos veamos obligados a vivir la jubilación en la pobreza”, describe. Sabe que suena dramático, pero así es como se siente de verdad. En medio de todo esto, ¿quién tiene tiempo para preocuparse de si se siente realizado?
No es esto lo que los millennials de clase media pensaron que sería la mediana edad. Su infancia se caracterizó por un nivel de prosperidad inusualmente alto en Estados Unidos y por la expectativa de que esa estabilidad continuaría.
Cuando William Strauss y Neil Howe publicaron en 2000 su libro éxito de ventas Millennials Rising: The Next Great Generation, señalaron que eran “jovencitos que nunca habían visto un año en el que Estados Unidos no se hiciese más rico”. Describieron un grupo “animado”, “optimista” y diverso de estadounidenses que estaba alcanzando la mayoría de edad.
Aunque reconocían que una crisis podría golpear a esta generación y agriar esa “alegría millennial”, también predijeron que, al llegar a la mediana edad, serían más tradicionales, invirtiendo así la “tendencia a tardar más en casarse y tener hijos”. También predijeron que tendrían mayor cohesión social y política, y que rechazarían “la polarización en los asuntos culturales de finales del siglo XX”, a diferencia de sus predecesores, la generación X y los boomers. Auguraron que se reducirían las disparidades de ingresos y clase.
Lo que no pudieron prever los autores es que no habría solo una crisis. Habría una serie de crisis en cascada. Estuvieron las secuelas del estallido de la burbuja de las punto.com; luego vino el 11 de septiembre, seguido de la Gran Recesión, en 2008; después, el caos de la creciente división política, el fantasma del cambio climático y, por último, la pandemia de Covid-19.
Aunque pueda sorprender, ya no son jóvenes. Los mayores, a punto de cumplir los 40, se encuentran en la cúspide de la etapa vital conocida como mediana edad, tradicionalmente asociada a unas rodillas cada vez menos fiables y la angustia por saber si esto es todo lo que hay. Pero si lograron esquivar la angustia, al menos hasta ahora, no es porque estén en ese lugar feliz y equilibrado que Strauss y Howe predijeron.
En agosto, el Times preguntó a sus lectores cuarentañeros qué pensaban de su vida, ahora que están al menos técnicamente en la mediana edad. Más de 1300 personas respondieron en menos de una semana. Una de las preguntas era si habían experimentado una crisis de la mediana edad, y cómo definirían el término.
Muchas personas coincidieron en que no podían tener una crisis de la mediana edad porque no había ningún adormecimiento burgués contra el que rebelarse. En vez de anhelar la aventura y la liberación, ansiaban una sensación de seguridad y tranquilidad que les parecía no haber tenido nunca.
“¿Quién tiene dinero para la crisis?”
La crisis de la mediana edad, al menos como la presenta la cultura popular, se desarrolla en medio del tedio de los distritos residenciales. Los adultos descontentos se sienten atrapados por el conformismo y las circunstancias del matrimonio, los hijos y una casa bien amueblada con un césped que hay que cortar todos los sábados. Todo el mundo fuma cigarrillos (o vapean, en los tiempos que corren) y tiene aventuras románticas. Los hombres se compran autos deportivos y se ponen implantes capilares.
Pero esta versión, como se retrata en las novelas y películas Revolutionary Road y La tormenta de hielo, hace tiempo que no encaja con la realidad de muchos adultos estadounidenses, aunque sus conceptos populares hayan perdurado.
La estructura de los hogares experimentó un cambio enorme en los últimos 50 años. Vivir en familia —definida como la convivencia con un cónyuge, con hijos o ambos— fue en rápido descenso: el 85% de la generación silenciosa (las personas nacidas entre 1928 y 1945) vivía en familia en 1968, frente al 55% de los millennials en 2019. El índice de matrimonios también bajó notablemente en las últimas décadas. Los millennials se convierten en padres en una proporción similar al de generaciones anteriores, pero el promedio lo hace más tarde y tiene menos hijos.
La idea de trabajar en el mismo sitio durante toda una trayectoria profesional siempre fue una ilusión para la mayoría de los estadounidenses. Sin embargo, Gallup descubrió que los millennials son la generación más propensa a cambiar de trabajo. Un artículo publicado en el Times sobre la angustia económica de los millennials explicó que las perspectivas económicas de esta generación al llegar a la mediana edad son distintas de las que tenían sus padres boomers: viven “apretujados entre las peores tasas de inflación de su vida, unos precios de la vivienda desorbitados y la precariedad resultante de la pandemia”.
Puede que los predecesores de la generación X se hayan visto sacudidos por los mismos cambios sociales y las deterioradas condiciones económicas, pero al menos también son la única generación de hogares que recuperaron la riqueza que perdieron en la Gran Recesión.
Cuando no tienes estabilidad económica hasta los 35 años, aproximadamente, y no tienes hijos hasta los 30 y tantos, no dispones del tiempo ni de los fondos necesarios para colapsar. Estás en una nueva etapa en la vida que aún no tuvo tiempo de asentarse. Como dijo Mark Blackman, quien nació en 1984 y vive en Baltimore con dos hijos menores de cinco años: “Muchos de mis amigos que son más o menos de mi misma edad también tienen hijos pequeños. Parece demasiado pronto para una crisis de la mediana edad, o estamos demasiado ocupados cuidando de los niños para tener crisis adicionales”.
¿Significa esto que, a consecuencia de sus decisiones, los millennials llegarán un poco más tarde a esa etapa de la vida? Tal vez sea el caso de algunos. Sin embargo, las respuestas de los lectores y las entrevistas apuntan a la posibilidad de que aquí pasa algo que va más allá de que los 40 sean los nuevos 30. Como dijo Elizabeth Hora, nacida en 1983 y residente en Utah: “Es una broma, ¿verdad? ¿Quién tiene dinero para la crisis de la mediana edad? Ese es un problema de los boomers, no de los millennials. No hacemos más que aumentar nuestra dosis de escitalopram”.
Teorías versus realidad
A mediados del siglo XX, los psicólogos Erik Erikson y Carl Jung postularon teorías sobre la mediana edad cuya influencia perdura hoy en día: Erikson denominó a esta etapa “adultez media”; Jung la llamó “la tarde de la vida”.
No está claramente establecido en qué momento empieza esta etapa. La idea varió a lo largo de la historia y que el promedio de la esperanza de vida se haya duplicado en los dos últimos siglos también complica el asunto. No obstante, según Margie Lachman, profesora de psicología de la Universidad Brandeis, la percepción más común es que la mediana edad comienza a los 40 y termina a los 60, con cierto margen en ambos extremos.
La crisis de la mediana edad es un invento más reciente. La expresión la acuñó el psicoanalista Elliott Jaques en 1965; fue en la década de 1970 cuando se asoció con “esa especie de Playboy, donde los hombres están insatisfechos con la vida de marido y del principal aportador de ingresos”, dijo Susanne Schmidt, profesora adjunta del Departamento de Historia de la Universidad Humboldt de Berlín y autora de Midlife Crisis: The Feminist Origins of a Chauvinist Cliché.
Gran parte del manido concepto de esta crisis en la cultura popular proviene de Daniel Levinson, psicólogo de Yale que junto a sus colegas publicó en 1978 un libro titulado The Seasons of a Man’s Life, basado en su estudio de 40 hombres, en su mayoría blancos y con estudios, de entre 35 y 45 años. Seasons se centró en parte en un hombre llamado Jim Tracy, vicepresidente y director general de una empresa fabricante de armas que abandonó a su esposa, se casó con una mujer más joven y dejó su trabajo para empezar una nueva vida con ella. Levinson, según Schmidt, sostenía que “esa transición de la ‘mediana edad’… era una característica universal de la vida humana, que trascendía a todas las diferencias sociales y culturales”.
Pero Levinson no estudió a las mujeres para ese libro, apuntó Schmidt, y las teorías feministas de las décadas de 1980 y 1990 se opusieron a la idea, con el argumento de que era una mera reacción a los cambios en el papel de la mujer en la sociedad occidental. Los hombres no podían asimilar que sus esposas, y las mujeres en general, pudieran tener deseos más allá de quedarse en casa y servirles de apoyo; la novia más joven y el nuevo y ostentoso estilo de vida eran su forma de exteriorizarlo.
La idea de la crisis de la mediana edad también fue, predominantemente, “un importante rasgo de identidad específica de la clase media blanca”, dijo Schmidt. “Está ligada a un cierto nivel educativo, y muy estrechamente a tener una carrera profesional, y no un simple empleo, a que tu identidad pueda ir vinculada al trabajo que hacés y a lo que te pagan”.
Anthony Vasquez, quien nació en 1984, dijo que veía las crisis de la mediana edad como algo “muy blanco, muy de clase media o media/alta y muy hetero”. Él creció en lo que describe como un barrio de renta baja y conflictivo de Houston, y sostuvo que sus padres tuvieron una infancia difícil; su padre fue criado en la extrema pobreza en México. Vasquez es gay y fue el primero de su familia en ir a la universidad. Aunque vive con quien es su novio desde los 21 años y son dueños de una casa en Sacramento, opinó que la crisis de la mediana edad nunca le pareció algo que pudiera ir con él.
Vasquez piensa que se está dando cuenta de cómo debería ser la mediana edad incluso para él, una persona queer que no prevé tener hijos: lo que más le preocupa hoy en día es el aumento de la homofobia, no el “estar estancado”. El sentimiento antigay en su estado natal, Texas, es la razón por la que vive en California, dijo. Al igual que Caitlin Dunham, Vasquez opina que, a pesar de trabajar duro y en una oficina como diseñador de productos, su actual estabilidad no le parece fiable. Parece como si “en cualquier momento nos lo pudieran arrebatar todo”, expresó.
A partir de mediados de la década de 1990, los investigadores realizaron por fin un trabajo académico riguroso sobre la crisis de la mediana edad, y averiguaron que no era “un rasgo universal de la vida humana”, y que solo la experimentaban entre el 10% y el 20% de las personas. Descubrieron que no existe una trayectoria universal de la felicidad que pueda predecir nuestros sentimientos en una determinada etapa vital.
Estos hallazgos proceden de una encuesta en curso llamada Midus, abreviatura en inglés de “Mediana edad en Estados Unidos”. La investigación del Midus, iniciada en 1995, puso en duda la idea extendida de que la felicidad es una “curva en forma de U”, es decir, que el bienestar es mayor en la juventud y en la tercera edad, pero disminuye en la mitad. Lachman, que trabajó durante años en el Midus, dijo que, si bien hay indicios de un “pequeño descenso” de la felicidad en la mediana edad, “también hay pruebas longitudinales del Midus, con un seguimiento de las mismas personas a lo largo del tiempo, que indican que el panorama es más complejo”.
Lachman detalló también que, para algunas personas, la mediana edad es un punto culminante: “Si le pides a la gente que haga retrospectiva y reflexione, a menudo ven esos años como la cima de su vida”. Puede que reflexionen sobre la alegría que sintieron cuando sus hijos eran pequeños, o sobre la época previa a que empiecen a acumularse las pérdidas en cualquier vida: cuando sus cuerpos aún funcionaban bastante bien, antes de que sus amigos empezaran a morir.
Lo que solía destacar de la mediana edad era que las personas tendían a tener una sensación de poder sobre sus propias circunstancias. “En la mediana edad, la sensación de control es un componente importante de la salud y el bienestar”, escribió Lachman. Incluso cuando las generaciones anteriores tenían muchos factores estresantes en la vida, esa sensación de control les daba equilibrio.
Sin embargo, para los millennials eso es exactamente lo que podría estar cambiando: sienten que han perdido cualquier ilusión de control.
“Hice absolutamente todo lo que me dijeron que hiciera para tener éxito en la vida, y sin embargo me sigue faltando estabilidad en muchos niveles”, sentenció Kristen Grady, quien vive en Brooklyn con su pareja y nació en 1982. “Así que probablemente mi crisis de la mediana edad será que estaré enfrentándome a estos sentimientos y a tener que averiguar cómo seguir adelante y cómo modernizar mi enfoque y recalibrar mis expectativas, ya que es obvio que eran demasiado altas”, añadió.
David Almeida, profesor de Desarrollo Humano y Estudios Familiares de la Universidad Estatal de Pensilvania, estudió el estrés en adultos de mediana edad de diferentes generaciones. Descubrió que, en 2010, las personas de mediana edad estaban más estresadas que sus homólogos de la década de 1990, debido a una mezcla de inestabilidad económica y una pérdida de conexiones sociales. Además, muchas personas que hoy están en sus 40 están atrapadas en una generación sándwich –la que cuida al mismo tiempo de sus hijos y de sus familiares mayores– durante cada vez más tiempo.
Nuevos objetivos
Es difícil sentir que la vida está en un punto culminante cuando el presente es tan accidentado y el futuro parece tan incierto. Aun cuando se esforzaron por seguir el camino recto y angosto, los lectores hablaron de la caída en picada de sus cuentas para la jubilación durante varios espasmos del mercado, el temor y la realidad de los despidos en distintos momentos, el inasequible costo del cuidado de los hijos y de los mayores y la incapacidad de echar raíces.
Al mismo tiempo, a pesar del estrés, la inestabilidad y la precariedad, también nos escribieron muchas personas para decir que sentían que un mundo en crisis les parecía emocionalmente iluminador: les hizo darse cuenta de que la vida es corta y de que querían concentrarse en algo que fuese valioso para ellos.
Sus objetivos no eran las ganancias materiales, porque la inestabilidad de sus años adultos les hizo ver lo efímeras que eran. Caitlin Dunham dijo que su experiencia de tener que luchar en la mediana edad le hizo querer cuidar de sus nietos, si algún día los tiene. Quiere decirles a sus hijos: “‘Déjenme en casa con el bebé, y yo haré la cena’, y así tener una especie de acuerdo comunitario multigeneracional que les ayude a ahorrarse el costo de la guardería”.
Para otros fue un estímulo que los motivó a prestar servicios a sus comunidades. “Estoy teniendo una ‘crisis de la mediana edad muy ecológica’, al convertir el cliché de la autoevaluación en acción comunitaria”, escribió Kevin Kearney, nacido en 1980 y profesor de lengua inglesa en un colegio comunitario. Dijo que va a dedicar el resto de su vida “a luchar por el clima. En el ámbito local, convertí varias zonas de césped de aquí, en San Diego, a plantas autóctonas de California, y me uní a un grupo que está transformando, de forma lenta pero segura, el parque Balboa para que vuelva a ser un hábitat para aves, abejas y mariposas. Recojo la basura dos veces al día mientras paseo a mi perro. Soy voluntario de Audubon y otras organizaciones, y abordo el tema de la justicia medioambiental con mis alumnos”.
Los millennials están, esperanzadoramente, haciendo que el mundo se dé cuenta de que la crisis de la mediana edad, a pesar de todos sus clichés, en realidad nunca tuvo que ver con amoríos torpes o el Corvette rojo. Para muchos, los factores estresantes de la mediana edad no son existenciales, sino materiales: económicos, familiares y políticos. Tienen que ver con el sueldo aparentemente decente que se va casi entero en el cuidado de los hijos, en el pago de préstamos estudiantiles y la deuda médica, sin poder juntar un colchón financiero o ahorrar para el futuro de sus hijos. Tienen que ver con que el precio medio de la vivienda aumentó el 50% desde enero de 2020 y los precios de los comestibles son el 10% más altos que en enero de 2022. Tienen que ver con una generación sándwich que cuida de los boomers y de los bebés, exprimida hasta que no queda nada.
Que los millennials vayan a verse especialmente afectados por estas fuerzas no es una buena noticia, pero tiene su lado positivo. Si nos vemos obligados a afrontar que los verdaderos problemas de la mediana edad son materiales, quizás eso también nos ayude a darnos cuenta de otra cosa: son el tipo de problemas que, como sociedad, tenemos el poder de arreglar.
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