“Los locos de las palomas”: cómo se prepara la “Scaloneta” de aves mensajeras que participan de carreras de hasta 900 km
En la Argentina, hay unos 3000 colombófilos y unos 500.000 ejemplares entrenados
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En la casa de las palomas mensajeras, en Bogotá 13, en Caballito, hay un gran revuelo. Allí, hay 20 pichones que están haciendo cuarentena para representar al país en una carrera de 400 kilómetros que se realiza en Bogotá. Son la “Scaloneta” de las aves mensajeras, una actividad que congrega a más de 3000 fanáticos en la Argentina, entre ellos periodistas y figuras de la política, y que tiene una silla propia dentro del Comité Olímpico.
Esta vez, en la sede de la Federación Colombófila Argentina, el revuelo no lo hacen las palomas. El teléfono no para de sonar. Y el hombre que lo contesta explica que están sin internet. Que los mails no salen, que ya llamaron a la empresa y que desde hace dos días están desconectados del mundo. La conclusión parece obvia: todo era más sencillo cuando los mensajes se mandaban con palomas. Sin embargo, hoy las más de 500.000 aves de este tipo que hay registradas en el país ya no se dedican a llevar y a traer mensajes, sino al deporte: a participar de competencias que las llevan a volar hasta 900 kilómetros en un día. Para eso, se entrenan a diario, siguen una dieta equilibrada y hasta tienen un día de spa previo al torneo para llegar en mejores condiciones.
“Para el barrio, nosotros somos los locos de las palomas. Y sí, era más sencillo cuando ellas traían los mensajes”, reconoce Osvaldo Dagnino, el presidente de la federación, y que desde hace más de 40 años vive rodeado de estas aves. “Pero en realidad ellas traen los mensajes, nunca llevan y traen. Porque la característica de esta raza de palomas es que tiene sentido de orientación. A los 10 días de vida se le pone un anillo numerado que es como su DNI y a los 20 días se les empieza a hacer reconocer el entorno del palomar en el que crecen. Desde entonces, cada vez que salgan a volar, van a volver a su casa. Tienen la particularidad de que se orientan, aún a grandes distancias”, cuenta Dagnino. Hay carreras cortas, de velocidad, de 350 km y otras de superfondo, como la que se larga en Zapala, en Neuquén, de unos 900 km. Las palomas recorren esa distancia en el día. Las que enganchan el viento de cola, las que están en mejores condiciones, llegarán primero a su palomar. Como tienen un chip en una pata, al ingresar a su casa, marcarán el puesto en el que llegaron y sumarán puntos para el campeonato, que dura unas siete fechas. Hay distintas categorías, desde pichones, adultas, velocistas, y corredoras de fondo. Y así, los colombófilos se mantienen entretenidos por unos 16 o 20 domingos al año.
Los domingos de competencia, Dagnino, que vive en Mercedes y tiene un palomar de 150 ejemplares, se despierta con la primera luz y lo primero que hace es mirar la bandera del edificio de enfrente para saber la dirección del viento. Después, espera que se avise por Telegram la largada y que se suba el video a YouTube de la salida. El día anterior, o dos días antes, según la distancia, llevó sus palomas a las jaulas de la Asociación Colombófila de Mercedes, donde viajan, junto con otro centenar de aves a cuatro puntos del país. Allí se las liberará a primera hora del domingo. Dagnino enfila temprano para la quinta donde tiene su palomar y empieza a preparar el asado. Siempre hay algún invitado para amenizar la espera. Pasado el mediodía, ya libera al buche, una paloma blanca que no vuela pero que espera la llegada de sus compañeras de palomar. “Cuando el buche se pone nervioso, es que están por llegar las palomas. También las apura para que entren rápido, porque cada segundo cuenta”, dice Dagnino. La figura de ese pájaro, que se llama así porque tiene un buche largo bajo el pico, es lo que inspira al lunfardo el término “buche o buchón” como la persona que cuenta lo que hacen los otros.
Reconocimiento
Para los colombófilos, el periodista César Mascetti, que falleció en octubre último, es una figura de culto. Tanto que este año, cuando se corrió la carrera de superfondo, esa de la que participan sólo palomas de elite porque implica una distancia de 900 kilómetros, pasó a llevar su nombre. “Lo queríamos mucho. Una gran persona”, recuerda Dagnino.
También, la colombofilia tiene muchos aficionados en el espectro político. De hecho, uno de ellos es el exministro de planificación federal, Julio De Vido, que fue condenado a cinco años y ocho meses de prisión por la tragedia ferroviaria de Once.
La actividad está protegida por una ley nacional y tiene más de 130 años en el país. En Europa y en Asia, no es amateur, sino profesional. Bélgica y Holanda son los países que crían las mejores palomas mensajeras. Un criador belga hace un año vendió un ave a casi dos millones de dólares. El comprador fue un aficionado chino. También en Japón está muy difundida la actividad, se estima que son unos dos millones de colombófilos.
En sus orígenes, cuando se descubrió que estas palomas podían orientarse y volver a su palomar, se las usó como medio de comunicación. Por eso, fue fundamental para los ejércitos de todos los países. Durante la guerra, cuando estaban cortadas las comunicaciones, estas aves podían transportar mensajes sin ser detectadas. Se les ataba un tubo portamensaje en una de las patas y dentro viajaba el mensaje o el microfilm. En la Segunda Guerra Mundial, se las llevaban a los soldados aliados que estaban en el frente. Las soltaban con paracaídas y después, las palomas volvían a la base, donde estaba el palomar, con la información. Dicen que hasta en la guerra de Irak, los Estados Unidos las usaron y que el ejercito belga mantiene un lote de miles de palomas entrenadas con fines militares. En la Argentina, el Ejército todavía mantiene en funcionamiento los palomares de Campo de Mayo. Y como la ley que protege la actividad, destaca que es estratégico para garantizar las comunicaciones, en caso de conflicto armado, el Estado podría requerir a los colombófilos que aporten sus crías.
Día de spa
Pocas cosas son tan emocionantes como los domingos de competencia, cuenta el empresario Alejandro Vigil, que tiene 69 años y nació en una casa en la que se amaba a las palomas. Pero por su actividad profesional, durante muchos años tuvo que dejar de criarlas. Hace unos años, cuando sus hijos tomaron las riendas de la empresa, volvió con todo y se construyó un enorme palomar en el jardín de su casa en La Horqueta, en San Isidro. “Este es chiquito. En Bélgica hay palomares de cinco pisos con ascensor”, cuenta. Tiene “apenas” unas 150 palomas. Aunque a la mayoría las llama por la terminación de su número, tiene sus favoritas, a las que les puso nombre: la Reina Madre, Pampita, Steffan, el Oso y el Mariscal. La última competencia, que se corrió a principios de noviembre pasado, mandó unas veinte palomas, cinco a cada destino: Bowen, en Mendoza; Resistencia, y a Pichi Mahuida, en La Pampa, todas a unos casi 900 km de distancia. La cuarta carrera fue en Santo Tomé, Corrientes.
Fue una carrera atípica, explica Vigil porque las palomas se fueron un viernes. Para llegar cómodo a la competición, las entrena con anticipación, todos los días a las 5.30. Les abre la jaula y vuelan por una hora. Después comen y descansan y si hace falta, a la tarde, vuelan 20 minutos más. Antes de la competencia, les prepara un día de relax: dispone unas piletas para que se bañen y les pone sales para que se relajen. “Con unos chorritos, porque les gusta mucho la ducha, mojarse y abrir sus plumas”, cuenta. Después, dos horas de tomar sol para secarse. “Aman el sol”, garantiza. Entonces, vuelven al palomar, a descansar. Al día siguiente las lleva en sus jaulas a la Asociación Colombófila General Belgrano, en Homberg y Tamborini, una de las dos que quedan en la ciudad. Según cuentan, muchos colombófilos se fueron yendo de la Capital, ya que sus palomares no siempre eran bien recibidos por los vecinos. También por el depredador más temido de las palomas: el gavilán, que dicen hace 20 años la especie se trajo de La Pampa para controlar la población de las palomas criollas.
Las aves de Vigil viajan al destino de la competencia, en la última fecha que se corre este año, en camiones con otras miles de aves. Cuando se largue la carrera, comienzan los nervios. “Si son unos 700 kilómetros, a un promedio de 70 km/h, yo sé que como mucho son once horas de vuelo. Pero si tiene viento de cola puede llegar a volar hasta a 140 km/h o más. Al mediodía, prendo el fuego para el asado y me pongo a esperar. Camino, miro al cielo, suelto al buche, mido el viento, hasta que por fin las veo aparecer, de a una, y hasta que no entró la última no me relajo”, señala.
En ocasiones, puede ser que una paloma se extravíe. Y no llegue a su casa. Por eso, en parte, el revuelo que había en la federación cuando se quedaron sin internet. “Hola, sí… dónde la vio. ¿Me puede decir el número en la patita?”. Los empleados reciben unos tres o cuatro llamados de esos cada día. Alguna persona encontró una paloma mensajera perdida y avisó para rastrear al dueño. Entonces, ellos chequean a quién pertenece y activan un operativo de rescate para recuperarla. “Cada paloma cuenta”, dice Dagnino. También suelen llamarlos para ver si pueden llevarse a las palomas de los edificios. “Las palomas criollas son otra variedad. No se las puede entrenar. Las mensajeras nacen con esa habilidad”, agrega. Existen varias teorías de cómo se orientan, pero ninguna certeza. “Yo les creo a los japoneses. Para mí ellas guardan las coordenadas en su cerebro, mediante una lectura que hacen de las ondas electromagnéticas. Y no se desorientan, aunque el entorno cambie. Por eso, no se puede mudar un palomar. Las palomas, simplemente, volverán una y otra vez a su casa original”, explica Dagnino.