Los jóvenes tardan más en graduarse
El estudiante universitario promedio de la Argentina demora en recibirse un 60 por ciento más de lo previsto en los planes de estudio.
Según cifras de un profuso estudio elaborado por el Ministerio de Educación, en las universidades nacionales en el período 1986-1996 una carrera que debería cursarse en seis años exigiría, en la práctica, más de nueve. Las carreras de ingeniería mecánica, electricista y de sistemas, por ejemplo, requieren un 80 por ciento más de los seis años estimados en la teoría.
En la otra vereda figuran derecho, medicina y psicología como las profesiones que los estudiantes finalizan con más celeridad, tardando sólo un 40 por ciento más de lo previsto.
El fenómeno -originado principalmente porque la crisis económica obliga a los estudiantes a salir a trabajar- revelaría la necesidad de realizar una reestructuración académica de las universidades y de sus planes de estudio, según dijo el ex vicerrector de la UBA Atilio Borón, uno de los especialistas consultados por La Nación .
Los alumnos tardan más de lo previsto
Cursan las carreras que demandarían seis años en más de nueve; las ciencias sociales aumentaron su matrícula
Salir de la facultad con un diploma bajo el brazo no es tarea sencilla en estos tiempos. El estudiante universitario promedio de la Argentina demora en recibirse un 60% más de lo previsto por los planes de estudios. En la práctica, una carrera que debería cursarse en seis años exige, en las universidades nacionales, más de nueve.
Estos y otros datos surgen del último anuario de estadísticas universitarias, publicado hace pocos días y elaborado por el Ministerio de Educación durante el lapso 1986-1996. Si bien sus resultados arrojan conclusiones de valor, debe tenerse en cuenta que el estudio engloba las muy heterogéneas realidades de todas las universidades públicas del país.
Según el informe, la mayoría de los estudiantes no termina de cursar sus respectivas carreras en el tiempo ideal. Las disciplinas que se cursan con mayor dificultad son las ingenierías mecánica, electricista y de sistemas. Requieren casi el doble -un 80% más- de los seis años estimados.
"Estudio desde 1994 y trabajo de 9 a 18 todos los días -comentó a La Nación Pablo Pirovano, de 23 años y estudiante de ingeniería electrónica en la Universidad de Buenos Aires (UBA)-. Por el tiempo que me queda sólo puedo dar una materia por cuatrimestre. A la mayoría de mis compañeros le pasa lo mismo." En el polo opuesto, las carreras que se cursan con mayor celeridad, en relación con su duración teórica, son abogacía, medicina y psicología: los alumnos tardan un 40% más de lo pautado en obtener el anhelado título.
Gabriela Cavigiolo estudia psicología y está a un paso de recibirse. "Cuando termine voy a haber demorado un cuatrimestre de más -dijo-. Desde que voy a la facultad siempre trabajé cinco horas diarias y tuve tiempo para cursar de a tres materias. Pero a los que trabajan más horas se les vuelve muy complicado: no encuentran horarios para cursar y no tienen tiempo libre para estudiar."
Trabajo v. estudio
El principal antagonista de la eficacia de los estudiantes parece ser el empleo. En diálogo con La Nación , el decano de la Facultad de Ingeniería de la UBA, Carlos Raffo, señaló que los estudiantes de su unidad académica "suelen ser jóvenes que desde temprano se dedican a trabajar en empresas, fábricas o talleres. En general, tienen esta vocación porque ya se desempeñan en el ramo. Entonces, no pueden dedicarse plenamente a la carrera".
Por su parte, el sociólogo y doctor en ciencias políticas Atilio Borón opinó que "este informe revela la necesidad de realizar una reestructuración académica de las universidades y de sus planes de estudios. En la Argentina ya casi no existen estudiantes de tiempo completo, como tampoco existen docentes con dedicación exclusiva".
De todos modos, Borón advirtió sobre el peligro de incurrir en generalizaciones: "La universidad pública es muy despareja. Hay sedes con buen nivel académico y otras no tanto. En muchos casos, los estudiantes pueden sentirse desorientados y, por eso, prolongar sus estudios más de la cuenta".
Preferencias sociales
Las estadísticas oficiales muestran también que las ciencias sociales han aumentado su capacidad para seducir alumnos, en desmedro de las ciencias básicas y tecnológicas.
La cantidad de jóvenes que cursan derecho, ciencias económicas, ciencias políticas y carreras conexas -es decir, ciencias sociales- ha crecido en relación con el número de quienes siguen ciencias exactas, arquitectura, ingeniería, bioquímica y ciencias agropecuarias (ciencias básicas y tecnológicas).
Estas últimas atraían, hasta 1986, al 40,6% de los alumnos de universidades nacionales y actualmente sólo al 32,9 por ciento. En el mismo lapso -también en cuanto al poder de seducción-, las ciencias sociales pasaron del 33,6% al 39,8 por ciento.
En tanto, las ciencias humanas (filosofía, letras, artes y otras) y las ciencias médicas han conservado estable su participación en el total del alumnado, con poco más del 13 por ciento.
Gregorio Klimovsky, matemático y filósofo de la ciencias, reconoció que las ciencias sociales han ganado prestigio en los últimos años. "Hay mucha gente desocupada con tiempo libre que decide usarlo para aprender esas disciplinas -explicó-. Además, las constantes crisis sociales, económicas y políticas aumentan el interés por estudiar ciencias sociales. A todo esto se suma la escasa importancia que el Gobierno da a las actividades científicas en general. Los estudiantes saben que en ese ámbito hay poco presupuesto y menos puestos de trabajo."
Sobre el mismo tema, Guillermo Jaim Etcheverry, ex decano de Medicina en la UBA, dijo que "la caída de las ciencias básicas y tecnológicas es una señal de alarma. La distribución de la matrícula de los estudiantes universitarios refleja la estructura actual del país. Y lamentablemente esto no parece preocupar a muchos".
Tendencia
Las cifras oficiales revelan que la tradicional concentración de los alumnos en las grandes universidades nacionales -Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Rosario y otras- ha cedido terreno en favor de las pequeñas y medianas casas de estudios.
Hace poco más de una década, la mayoría de los estudiantes se apiñaba en alguna de las universidades con más de 30.000 estudiantes y el 24,1% cursaba en otras instituciones nacionales.
Para 1996, el 31,7% de los alumnos cursaba en las instituciones más chicas: el porcentaje agrupado en las más grandes había caído al 68,3 por ciento.
La tendencia fue confirmada por el crecimiento anual que, entre 1991 y 1996, exhibieron las universidades. En promedio, las grandes aumentaron su alumnado un 1,4% al año, mientras que las demás lo hicieron un 22,9 por ciento.
El contraste entre las cifras cosechadas por las universidades de Buenos Aires y de Luján es un claro ejemplo de esta tendencia. La segunda convocó anualmente, entre 1986 y 1996, un 21,1% más de estudiantes. Simultáneamente, la UBA sólo crecía el 1,8 por ciento.