Los ingenieros que mantienen viva la aventura de la misión Voyager
Son un puñado de expertos que permanecen en sus puestos desde el comienzo
A cuarenta años de su lanzamiento, las naves Voyager, esas pequeñas viajeras interestelares, todavía se comunican con la Tierra. “En el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JPL, según sus siglas en inglés), hay un centro donde están todas las antenas desde donde se controlan las distintas misiones al espacio profundo –cuenta Miguel San Martín, el ingeniero argentino que fue responsable del descenso de la sonda Curiosity, de la agencia espacial norteamericana, en Marte–. Allí hay un panel que dice qué naves se están comunicando y muchas veces están recibiendo información de las Voyager, que están tan lejos, que las transmisiones tardan horas y horas en llegar hasta nosotros.”
En la actualidad, los responsables de mantener viva la aventura son nueve ingenieros, algunos de los cuales trabajan en esta misión desde la década del 80 o más. Tal vez la figura más destacada sea Ed Stone, que se incorporó al equipo en 1972. Jefferson Hall, su director de vuelo, lo hizo en 1978.
En el extenso artículo The Loyal Engineers Steering NASA’s Voyager Probes Across the Universe [Los leales ingenieros que conducen las sondas Voyager de la NASA a través del universo] que acaba de publicar The New York Times, Kim Tingley traza la semblanza de este grupo extraordinario.
Allí describe también a Enrique Medina, de 68 años, experto en el sistema de producción de energía de las Voyager, que jura que no las dejará por otra misión hasta que dejen de existir (“O hasta que yo deje de existir”, bromea).
A Larry Zottarelli, que volvió al equipo a los 77 años tras haberse retirado porque era el único del mundo capaz de hacer ciertas modificaciones en el software de a bordo, demasiado antiguo para los actuales programadores.
Y a Sun Kang Matsumoto, Tom Weeks, Roger Ludwig y Suzanne Dodd, todos ellos encargados de las funciones vitales de estos extraordinarios robots espaciales.
Ellos todavía se aseguran de que sigan funcionando con computadoras que tienen menos memoria que un celular de 16 gigas, y permanecen atentos a sus débiles mensajes que llegan desde miles de millones de kilómetros de distancia y a pesar de que los receptores de radio de la Voyager II están rotos o estropeados desde hace mucho.
Todos ellos eran jóvenes y rebosaban de entusiasmo por la promesa de una grand tour por el Sistema Solar exterior cuando las Voyager partían hacia el espacio. Hoy son los guardianes de una aventura sin igual.