Una pareja y sus dos hijas se instalaron hace tres años en una granja en las afueras de San Carlos Bariloche, donde producen alimentos orgánicos que le venden a los mejores restaurantes de la zona
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“El plan inicial siempre fue estar en familia”, dice Paz Merlo, de 35 años, madre de dos hijas. Junto a su esposo decidieron hacer el cambio de sus vidas: salir de la ciudad, y de los ruidos para conectar con el lago y la montaña en una granja en las afueras de San Carlos de Bariloche donde producen leche y huevos orgánicos que venden a particulares y a los restaurantes de la ciudad. “Necesitábamos más silencio, más momentos de estar solo los cuatro. Nos dimos cuenta que estábamos corriendo detrás de cosas que nunca nos iban a brindar el bienestar que estábamos buscando”, confiesa.
“Al Pasto”, así se llama la granja donde tienen su centro familiar productivo y emocional. La frase grafica un despiste, un desvío. Es lo que hicieron con sus vidas: en el año 2020 aún vivían en Pilar. La Panamericana y su incesante ronronear de autos, los cortes, los obstáculos de la vida en la ciudad con dos niñas de cinco y tres años.
“Nunca alcanzaba el tiempo”, dice Merlo. El gran esfuerzo estaba puesto en buscarlo para poder dedicárselos a sus hijas. “No quise tener más jefes, quería poder tener control de mi vida”, afirma Patricio González Otharan, de 36 años, ingeniero agrónomo, el otro sostén de la familia.
Trabajaba en una empresa agropecuaria, y su agenda lo obligaba a viajar en forma permanente, durante toda la semana estaba en movimiento, los últimos tiempos la mayor parte de la relación fue a través de mensajes de WhatsApp. Se veían los fines de semana pero entre ambas realidades de cansancio y agotamiento terminaban por licuar esos dos días y regresar de nuevo a ese bucle de horarios y mensajes por teléfono. Dijeron basta. “Nos dimos cuenta de que no éramos dueños de nuestras vidas. Necesitábamos buscar libertad e independencia”, dice Patricio. “Ver más cielo”, agrega Paz.
“Un día vi que solo trabajaba para pagar cuentas y me pregunté: tengo 35 años, ¿así será toda mi vida?”, confiesa Patricio. “Vamos a probar algo distinto”, le propuso a Paz. “Busquemos tiempo para estar los cuatro juntos”, respondió ella.
Siempre les gustó Bariloche. Eran tiempos de pandemia, él estaba habilitado para viajar, y era tener una ventaja muy grande. Fijaron su atención en una chacra en las afueras de Bariloche. Fue a cerrar el contrato sin haberla visto antes. “Siempre tuve relación con el campo, estudié agronomía para producir alimentos sanos, fue todo un desafío porque la chacra no estaba productiva, hubo que empezar todo de cero”, recuerda Patricio.
Su horizonte, acostumbrado a la pampa húmeda, tuvo que vérselas con el mallín, que se congela en invierno, las montañas y la nieve. “Tenés cuatro patagonias, una por cada estación”, dice. Hizo caminar al andar.
“La idea era que el trabajo no nos saque tiempo para estar en familia. Queríamos dedicárselo a nuestras hijas. Hacer nuestro propio camino”, cuenta Paz.
El proyecto fue lograr que la granja que alquilaron fuera productiva. Para eso Patricio debía hacer su plan: quería producir leche para hacer quesos, le costó un año amansar a las vacas salvajes de la montaña para que fueran al ordeñe. “No quería estar esclavizado a la vida tambera, quería hacer un tambo que se acomode a nuestra nueva vida”, dice.
Tuvo una idea: dejó que los terneros se alimentaran de sus madres y así logró ordeñar una vez al día o día por medio. Mientras tanto, buscaron gallinas. Se propusieron hacer lo mismo, no forzar nada que no fuera natural. Andan en libertad por el campo.
“Cuando venía a ordeñar, sus hijas daban de comer a las gallinas o recolectaban huevos, logramos poder trabajar en familia”, dice Patricio.
El paso siguiente fue hacer quesos; se capacitó y se formó para llevar adelante una producción donde los sentidos y la manualidad, son la base del trabajo. “Hacemos alimentos sanos que a la gente les hace bien”, cuenta Patricio. “Queremos contar que es posible otra forma de producir y de vivir”, agrega.
Abren la granja para mostrar todos los secretos que pudieron develar sobre este cambio de vida.
El esfuerzo valió la pena. Pronto comenzaron a poder vivir de la venta de huevos y quesos. “Con poco, se puede hacer mucho. Si tratás bien a la naturaleza, ella te devuelve”, reflexiona Patricio. La familia, se unió en la montaña y a orillas de los lagos Mascardi y Gutiérrez.
La intimidad de un cambio de vida
¿Cómo es la intimidad de un cambio de vida? “No fue fácil”, anticipa Paz. “En temporada alta [verano] no nos daban la manos para todo lo que teníamos que hacer; cuando llegamos nuestras hijas tenían dos y cuatro años, pero hacíamos el trabajo juntos. Eso nos llenó de alegría”, cuenta.
Cuando el turismo masivo se va, todo vuelve a su normalidad, allí la Patagonia muestra su verdadera cara: es el aprendizaje más importante y el desafío más grande. Por el frío y la nieve, durante muchos días la mejor opción es no salir. “Te obliga a recurrir al silencio, a la introspección. Oir qué le está pasando al otro”, cuenta Paz. En esas charlas al calor de la salamandra, la familia halló lo que tanto buscaban: tiempo y reflexión.
“Tuvimos que venir a la Patagonia parar descubrir qué es lo que realmente nos llena. Queremos ser nuestra mejor versión”, cuenta Paz.
Jacinta ahora tiene 6 años y Joaquina, 4. “Uno de los objetivos era que crecieran con la naturaleza, y no con la idea que los pollos nacen en un hipermercado”, refiere Patricio. Lo han logrado, las hermanas luego de la escuela corren entre gallinas, vacas y el mallín, la alfombra natural de sus juegos.
“El ritmo agotado de la ciudad a nosotros no nos estaba funcionando. No podíamos sacar la mejor versión de cada uno. Mucho estrés y ritmo mental, no podíamos hallar silencio para oírnos, ahora sí podemos”, reafirma Paz.
“Acá nos pudimos conocer más”, suma. El tiempo también le alcanzó para llevar adelante un proyecto personal que se llama “Algo de Paz”, donde hace un acompañamiento a embarazadas desde un punto de vista de reflexión y de conciencia por los tiempos naturales de ese proceso. La propuesta materializa lo que encontró en Bariloche, la conexión por sobre todas las cosas, en este caso intrauterina entre la madre y el hijo.
“Creo que ‘hacer nada’ es indispensable para el bienestar. Está socialmente mal visto; se ve como una pérdida de tiempo, algo inútil. Es necesario aflojar ese ruido mental y permitirnos relajar”, sintetiza Paz.
El entorno natural que rodea a la granja es de una profunda belleza. Las montañas nevadas ocultan el sol en atardeceres soñados. Se ubica en una zona llamada Catedral Sur, justo en la divisoria de aguas, entre el lago Mascardi y el Gutiérrez, las aguas del primero desembocan en el Océano Pacífico y las del segundo, en el Atlántico. “La naturaleza no es solo generosa, sino que es maestra. Su lenguaje muchas veces nos queda inmenso, trato cada vez de tener menos ruido mental para que no exista interferencia con ella, que es sabia y tiene tanto para enseñarnos”, confiesa Paz.
La Patagonia es una hábil traductora de deseos, pero no es fácil llegar a ella, aunque cuando se entrega, lo hace en amabilidades. “Todo acá es difícil, para que te haga un lugar cuesta, es áspera, pero termina aceptándote –aclara Patricio–. Nos hemos desconectado mucho de la naturaleza y las cosas están cómo están. Hay que volver a conectar”.
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