Los hijos de la pandemia: cuál será el legado emocional que dejará la crisis sanitaria en la generación Z
Los especialistas en psicología e infancia consideran que los chicos deben hablar y exteriorizar lo que sienten en esta época marcada por las restricciones
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“Hola humanos de 2031. Esto pasó en 2020. Una persona en China comió un murciélago y por no quedarse 10 días en casa se formó una pandemia enorme. Fue un sufrimiento. No se podía ir a los asados ni tomar mate con gente. Dormí casi toda la cuarentena. Comí. Estuve con el celular y jugué con mis amigos, pero online. Me volví otaku, [fan de animé]. Me ahogué por el barbijo. Y me volví loca. Después volvimos a la escuela, pero con restricciones. Todavía hay algunas cosas que no se pueden hacer, pero si la gente se cuida esto puede recuperarse”. La que escribe es Violeta Doallo, de 8 años, que está en tercer grado en una escuela de Bernal. Esta semana, junto a otros tres niños armaron una cápsula del tiempo para ser abierta dentro de diez años. Allí plasmaron algo de esos sentimientos que para ellos rodean a la crisis del Covid-19. ¿Cómo recordarán los chicos la pandemia? Ese es un gran interrogante que hoy inquieta a psicólogos y pediatras. ¿Cuál será el legado generacional que transportaran los niños de hoy a su vida adulta por haber crecido en un contexto mundial de tantas restricciones?
De la experiencia de la capsula también participaron Nacho Vega, de 8 años; Tiziana Filardi, de 10 y Benicio Dadic, de 8. En la caja, que guardarán en su casa, incluyeron artículos de diario y fotos: chicos hisopándose y con barbijo en el colegio. Escribieron cartas para los chicos del futuro. “Tuvimos que quedarnos en casa y no podíamos salir. Teníamos clases en línea. Casi todo desde la computadora”, cuenta Tiziana. “Fue una gran crisis”, sintetiza Nacho. “No podíamos ver a nuestros amigos y familia. El fútbol se jugaba sin público”, apunta Benicio.
“La pandemia va a dejar una marca enorme, como todo hecho traumático en la infancia, pero en este caso fue vivido por toda una generación. Los chicos hoy sufren, porque se alteró el proceso de crianza”, explica Martín Weinstein, titular de la cátedra de Psicología Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Después de la crisis de 2001, cuenta el especialista, se realizó una investigación sobre el impacto en los hijos de las familias que perdieron todo. “Las consecuencias hoy se ven en los consultorios. El impacto fue fuerte. Quizás los que eran más chicos lo recuerdan como un momento de mayor vínculo familiar, o como algo positivo porque se mudaron a la provincia, a la casa de un familiar y tenían jardín. Los que eran más grandes lo vivieron como un cambio de vida traumatizante”, argumenta.
En el caso de la pandemia, Weinstein, que viene monitoreando las consecuencias en grandes grupos de familias, indica que el impacto inmediato es evidente, aunque habrá que esperar para conocer los efectos. “Los más chicos no conocieron a los abuelos hasta hace poco y quizás desarrollaron más relación con el perro de la familia que con sus tíos. Además. la crianza aglutinada, el efecto de todos juntos en la casa, se nota entre los dos años y medio y los seis, con signos de ansiedad y depresión a temprana edad. Los chicos de entre 7 y 9 años desarrollaron un intercambio tecnológico prematuro. Se nutrieron de tecnología para jugar y socializar y perdieron habilidades sociales”, describe. Y agrega: “El impacto grande se nota en los púberes, de entre 10 y 13 años. [Fueron los que] Iniciaron la sociabilidad adolescente en un contexto de aislamiento. Hay angustia, dolor de estómago, manifestaciones somáticas de todo tipo. Y el regreso a la presencialidad no garantiza que eso desaparezca”.
El impacto generacional se verá con el tiempo. Algunos los comparan con la generación de los hijos de la guerra, la llamada silenciosa, de los nacidos entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. “Comenzaron como los hijos de la crisis. Crecieron mientras las personas mayores luchaban en guerras y hacían grandes sacrificios por ellos. La crianza, que ya era más protectora, se acercó al punto de la asfixia”, describe un artículo de la revista Time de 1951 que les dio el nombre como generación. Vieron con ojos de niños la Segunda Guerra Mundial, la caída del nazismo y, como adolescentes, el surgimiento del comunismo. Transitaron pérdidas económicas y familiares. En lugar de ser una generación combativa, se convirtió en una silenciosa, que no quería correr riesgos ni luchar contra el sistema. Que no tenía grandes ambiciones. No buscaba grandes conquistas humanas. Quería una vida estable y tranquila. “La mayoría quiere un buen trabajo en una gran empresa y, con él, una especie de idilio suburbano”, sintetiza el artículo de Time. Ganar dinero y alejarse de las privaciones. Se casaron y tuvieron hijos, muchos hijos a edades tempranas. Fueron los padres de los baby-boomers.
“¿Es posible pintar un retrato de toda una generación? Cada una tiene un millón de rostros y de voces. Sin embargo, tiene algunas características que son más importantes que otras; cada una tiene una cualidad tan distintiva como el acento de un hombre, cada una hace una declaración hacia el futuro, cada una deja una imagen de sí”, se lee en el artículo la revista norteamericana.
Características
¿Cuáles serán los rasgos que definan a los hijos de la pandemia? ¿La incredulidad, la falta de motivación, la ansiedad, o la resiliencia? Los especialistas argumentan que serán más pragmáticos. Que estarán anclados en el presente ante la dificultad de hacer planes. ¿Se adaptarán más fácil al incierto mundo? Quizás, sea una generación estresada, desilusionada, que busque llevar al extremo los límites, que cambie su forma de socialización con los pares. O todo lo contrario. La pérdida de habilidades sociales en los adolescentes es uno de los temas que más preocupan a los especialistas. ¿Cómo se proyectarán estas características en la vida adulta? ¿Cuál será el sesgo generacional que los trascienda e identifique?
“La pandemia está demasiado cerca. Mirar dentro de los hechos su proyección histórica es difícil, pero necesario”, dice la cineasta y especialista en infancia María de los Ángeles “Chiqui” González, creadora del Tríptico de la Infancia de Rosario. “Esto es como vivir una guerra, pero mundial y multicultural. Va a dejar en los niños un tremendo recuerdo. Van a ser la generación de la pandemia. Al ir creciendo, vamos a lograr ver lo que comprendió esta infancia”, completa.
“La mayor marca será haberse quedado sin sentido. La interrupción de su rutina los acercó a la pregunta de para qué es la vida. La pandemia termina con una profunda crisis filosófica. Los chicos tienen estupor. Sienten que son paquetes. La escuela está en déficit con ellos”, indica González.
Durante la pandemia, El Tríptico de la Infancia generó espacios de escucha para que los chicos cuenten, a través de audios de WhatsApp, lo que estaban viviendo. Así nació el podcast “La infancia tiene la palabra”.
“Un chico me dijo: ‘Ustedes hablan todo el día de enseñar, deberían pensar en aprender. Porque a nosotros se nos quitaron las ganas de aprender’. Eso les pasó a los chicos en la pandemia”, sintetiza González. “La primera infancia aprendió a hablar con un lenguaje sanitarista, con términos como distancia social, que significa que el otro tiene que estar lejos. O nueva normalidad, que es como ahora son las cosas. Pero, ¿qué es ser normal?”, plantea. También se pregunta por la dicotomía virtualidad-presencialidad. “Mi nieto me dijo: ‘yo soy un paquete. Hoy soy virtual, mañana presencial. Me llevan, me traen porque soy no esencial’. Es muy fuerte. Lo contrario a presente no es virtual, es ausente. Y el problema es que en muchos casos la escuela estuvo ausente en la vida de los chicos. Porque presencialidad no es llevar el cuerpo a la escuela. Es un acto de dignidad donde te ponés a disposición de los otros. La virtualidad puede producir presencialidad si logramos estar presentes en la vida del otro”, relata González.
La gran pérdida de la pandemia es el cuerpo, apunta. “La pandemia suspendió el juego, la relación con los pares, el cuerpo. Nos dejó con una necesidad enorme de ser alguien. La escuela debería ser más filosófica y menos pragmática. Un espacio en el que los docentes vuelvan a aprender no tecnología, sino cómo acompañar y entender todo eso que están viviendo los chicos. Volver a estar cerca”, dice.
“Esta pandemia ha sido nociva para los chicos. Es un hecho traumático que generó desconcierto. Que los acercó a la idea de muerte”, explica el psicoanalista José Eduardo Abadi. Y define: “No sabemos cómo se proyectará en la vida adulta esta vivencia. Sí sabemos que lo inesperado e incomprensible, lo no plausible de ser elaborado fácilmente es lo traumático. Si no lo ponemos en palabras, aparece como trastorno”.
Por eso, es importante el acompañamiento durante la fase final de la pandemia, recomiendan los especialistas. Que los adultos puedan ayudar a los chicos a poner en palabras lo que vivieron, que no quede archivado como algo que no pudieron manejar. “Algunos lo evocarán como algo triste, que generó muchos cambios, pero que trajo otros sentidos. Que les permitió estar más cerca de sus padres, que descubrieron nuevas formas de jugar. De compartir, de cocinar. Y también que la pandemia fue una pérdida transitoria y que la humanidad pudo ponerse de acuerdo y que fuimos más fuertes que el virus. Que sobrevivimos”, apunta.
Con la idea de poner en palabras la vivencia, el Museo Histórico Nacional les propuso a los chicos de todo el país escribir cartas para ser leídas en 200 años. “Fue parte de un proyecto institucional, intentamos que se visualicen como sujetos históricos y protagonistas”, explica María José Grenni, educadora de la institución. Esas misivas van a quedar guardadas en el archivo del establecimiento. “Aparecieron cuestiones interesantes, como el sentimiento de catástrofe y de supervivencia, la angustia por lo perdido, y la sensación de soledad. Algunos chicos se preguntaban si todavía existiría la humanidad dentro de 200 años, y otros recomendaban no viajar a 2020, porque fue el peor año de sus vidas”, cuenta. Otros, lo describieron como un período de cambio, de aprendizaje y de compartir.
“Mi objetivo no es pintar este año como algo triste. Por esto, voy a contarte que aprendí muchísimo. No tanto sobre los contenidos de la escuela, sino sobre adaptarse y sacar lo bueno de las situaciones. Aprendí que, aunque las cosas no se presenten de la manera que uno quiere, siempre sirven para aprender. No sé quién vaya a leer esto, siquiera sé si la humanidad va a seguir existiendo para ese entonces, pero si así es, espero que disfrutes de todo lo que hagas y que siempre puedas ver ese rayito de luz al final del túnel”, escribió Arianna, de 17 años, alumna de la escuela Estrella de Belén, de Tandil.
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