Los fantasmas son una nueva atracción turística porteña
Un tour por los refugios de los aparecidos
La niebla tenebrosa que envuelve Buenos Aires en estos días lanzó una mujer justo delante de los visitantes. El espectro -eso es lo que parecía en tanta penumbra- bajó la vista y apuró el paso para perderse por la bajada de Suipacha al 1400, en la que fuera la barranca natural del Río de la Plata. Era medianoche de luna llena del sábado último. Casi no había un alma por la calle. Casi...
La escena ocurrió a metros del museo Isaac Fernández Blanco, donde, se dice, vive el fantasma de una muchacha de 17 años que murió de tuberculosis y que en los años 40 se le apareció al poeta Oliverio Girondo y atormentó al escritor Manuel Mujica Lainez. En 1989 también crispó los nervios de la bailarina española Graciela Ríos Saiz: le salió al encuentro cuando ensayaba en los jardines del museo. Leyenda urbana o realidad, lo cierto es que esta aparición, que desde 1920 atormenta a distintos huéspedes de aquella mansión, hoy forma parte de un recorrido turístico que propone conocer Buenos Aires a través de sus fantasmas.
El Congreso, la ex sede de la Biblioteca Nacional, la bóveda del Banco Nación y el petit hotel de Riobamba al 100 son algunos de los edificios en los que los guías localizan por estos días a los aparecidos que viven en Buenos Aires. También dicen que están en espacios verdes, como en la Reserva Ecológica, en el parque Lezama, en el Rivadavia y en la plaza Dorrego.
Los ghost tours , esos paseos que atraen miles de turistas hacia castillos embrujados en Escocia o en Inglaterra, viven en Buenos Aires su mejor momento. Pero con una diferencia: los que esperen toparse con apariciones deberán consultar a su médium amigo, porque estos paseos se limitan a contar las historias. Cruzarse con un fantasma es cuestión de suerte... O de fe.
TravelJet, en Lavalle 482, fue una de las pioneras. El paseo que ofrece esa firma está basado en el libro "Diez fantasmas de Buenos Aires", del escritor Eduardo Gudiño Kieffer, y también incorpora leyendas porteñas sobre almas en pena que se quedaron a vivir en sus casas después de la muerte. Los recorridos son nocturnos, duran tres horas y cuestan 12 pesos.
LA NACION abordó uno de esos tours el sábado último. El ómnibus tiene una decoración fantasmagórica. Música de suspenso y terror de clásicos del cine.
El paseo se hace siempre en el ómnibus, porque las historias trascurren en casas particulares o en dependencias del Estado no abiertas al público durante la noche.
En la esquina de Vicente López y Azcuénaga, en uno de los vértices del cementerio de la Recoleta, el relato se traslada hasta 1930. La guía, Diana Arias, cuenta que, una noche de viernes, un muchacho vio allí sentada a una joven de vestido largo y blanco.
"El morbo hizo la diferencia"
"Lloraba desconsolada -relata la guía-. La llevó a una fiesta en la calle Alvear. Bebieron champagne, rieron y bailaron. Caminaron hasta que, poco antes de la salida del sol, ella corrió hacia el cementerio y desapareció en la oscuridad.
"La joven -continúa la guía en medio de un silencio absoluto- llevaba el saco de él en los hombros. El la persiguió por los laberintos del camposanto. Sólo encontró el abrigo, sobre una tumba. Al levantarlo, en la lápida pudo leer el nombre de su amada."
Arias cuenta que la idea fue parte de un combo de recorridos temáticos que lanzó hace un año la agencia. Pero rápidamente el ghost tour se impuso sobre otros. "El morbo de la gente por este tipo de historias hizo la diferencia", cuenta Arias.
La agencia Horizontes (4951-6642) también explota por estos días la fascinación por los aparecidos. Tiene un tour que se llama "Buenos Aires misteriosa" y que se basa en leyendas urbanas y crímenes irresueltos.
"Cuando empezamos nos presentábamos como tour fantasma, pero tuvimos que cambiar el nombre y el enfoque porque la gente no se conformaba con venir a escuchar historias fantasmagóricas. Cuando concluían los recorridos les hacíamos una encuesta y descubrimos que el recorrido lo habían copado estudiantes de parapsicología y personas que se iban desilusionadas porque lo único que querían era encontrarse cara a cara con un fantasma", relata Diego Zigiotto, responsable de la agencia.
La bóveda del Banco Nación, en Rivadavia y Reconquista, además de cajas de seguridad, atesora cientos de almas, dijo Arias, ante el asombro de los visitantes.
De allí que se la llame el Hueco de las Animas: cuando Juan de Garay fundó la ciudad, allí estableció la primera iglesia, que con el tiempo se mudó a la esquina de la Catedral. Pero nadie trasladó el camposanto, dejando sin descanso a las almas de los allí enterrados.
En ese lugar, hasta 1865 no había ni un solo farol y de noche era tan oscuro y triste que muy pocos se aventuraban a cruzar el predio. Alguien colgó un letrero que advertía: "No pasen por esta calle que andan las ánimas".
En el parque Rivadavia vive la leyenda de una lavandera que fue asesinada cuando allí estaba la estancia de Ambrosio Lezica. Ahora se les aparece a sus vecinos con montañas de ropa para lavar pero en lugar de cabeza lleva una plancha.
Las almas de los esclavos
El ex edificio de la Biblioteca Nacional, en México 546, hoy es la sede del Centro Nacional de Música. Pero en los años de la segunda fundación de Buenos Aires aquel solar perteneció a una compañía francesa que traficaba esclavos. Arias cuenta una leyenda que dice que el edificio encierra las almas de varios esclavos que se niegan a dejar el lugar en reclamo de la tranquilidad que nunca tuvieron.
"Los empleados del conservatorio sostienen que, las noches de tormenta, en el sótano se escuchan ruidos de cadenas y gemidos y que en los pisos superiores los ficheros se abren y cierran solos.
"Pero ellos no viven atormentados. Al contrario, dicen que si no estuvieran sus fantasmas, los extrañarían", asegura Arias durante el recorrido. ¿Será cierto? Para comprobarlo habría que pasar allí una noche de tormenta.
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