Los estudiantes y sus baños en el Río de la Plata en 1790
La solución para una Buenos Aires despoblada de sombras y agobiada por el calor del verano eran los baños en el Río de la Plata, cuyas costa alcanzaba a las actuales avenidas céntricas Paseo Colón y Alem. Para poder hacer uso del refrescante recreo había que esperar a que los padres dominicos realizaran la ceremonia de bendición de las aguas. Ocurría cada 8 de diciembre pasado el mediodía y se llevaba a cabo mediante una procesión acompañada de rezos y plegarias.
Si el tiempo lo permitía, esa misma tarde ingresaban los primeros bañistas, inaugurando la temporada. Sin ninguna regla escrita, se había establecido que las familias aprovecharan las aguas por la tarde, mientras que aquellos que se dedicaban al comercio lo hicieran por la noche, cuando ya hubieran culminado sus actividades.
En tiempo del virrey Juan José de Vertiz se dispuso prevenir ciertas conductas inmorales y se estableció que los hombres se bañaran -de la prolongación de la actual Plaza de Mayo- hacia el norte, mientras que las mujeres debían hacerlo en el costado sur. Hubo una nueva modificación durante el virreinato de Nicolás Arredondo, quien planteó que la actividad se realizara por la mañana hasta las primeras horas de la tarde. Por su parte, los tenderos y demás comerciantes continuaban acudiendo por la noche al sector "norte".
Esta restricción horaria obligó al rector del Colegio San Carlos, doctor Luis José Chorroarín, a solicitar un permiso especial para los pupilos. Un expediente hallado en el Archivo General de la Nación nos permite recrear la solicitud de permiso que realizó el rector el 15 de diciembre de 1790. En carta al virrey Nicolás de Arredondo, le dijo:
Ha llegado el tiempo de los baños saludables sin duda los jóvenes que han pasado un año entre los penosas tareas del estudio. Es la hora de llevarlos al baño. No hay dificultad pues de las seis y media de la tarde hasta el toque de las oraciones [se refiere al tañido de campanas a las ocho de la noche] pueden cómodamente bañarse y estar en disposición de retirarse al colegio. Tampoco hay dificultad alguna acerca del lugar siempre que este sea la parte del río que cae frente a la Real Fortaleza [actual terreno de la Casa Rosada] en que habita Vuestra Excelencia.
La dificultad está en que habiéndose dado orden por superioridad para que nadie se bañe por la tarde, me veo en la precisión o de negarles el baño a estos jóvenes o llevarlos de noche y a lugares determinados para los hombres.
Negarles el baño trae el inconveniente de las enfermedades que amenazan y que se han experimentado en este colegio cuando no se les proporcionaba este auxilio. Sacarlos de noche ofrece a primera vista los inconvenientes y desórdenes que no se ocultan a la [ilegible] de Vuestra Excelencia. A que se agregan el peligro que corre su vida haciéndolo precisamente de llevar frente a la Merced [a la altura de la actual Perón] o de Santo Domingo [hoy Belgrano], parajes expuestos por las piedras, fangos, pozos de que ya tiene experiencia en los seis colegiales que se ahogaron aun de día.
La nota de Chorroarín aclaraba que él mismo cuidaría "que entren al baño como lo han hecho siempre con la decencia y honestidad que corresponde" y que "lejos de causar algún escándalo, enseñen a otros el modo de portarse en tales actos conforme a las reglas de decencia".
La respuesta del virrey se expidió el 19 de diciembre y no fue favorable porque a las seis y media de la tarde arribaban las lavanderas: "Hallo el reparo -explicó Arredondo- de que en ese tiempo ocupan las orillas del río las lavanderas y otras mujeres que por vivir distantes se anticipan su ida a aquel paraje que les está señalado para reposar y poder tomar a la noche el baño, libres del sudor que les ocasiona el largo camino desde sus casas".
Al día siguiente, el rector de colegio insistió proponiéndole al virrey que algunos soldados de "la tropa que recorre la ribera", cuidara que las lavanderas "no se coloquen en aquel corto terreno que ocupan los colegiales" y "precaver las desgracias que pudieran acaecer".
Tanta convicción debe haber conmovido al virrey que decretó el 21 de diciembre que los chicos podían bañarse en el río. Pero con la condición que lo hicieran a la altura del mástil del Fuerte, del lado norte, el de los varones. Para evitar problemas.
Los papeles hallados no ofrecen más pistas. Pero descartamos que esa misma tarde el alumnado debe haber concurrido al río, supervisados por el rector, dándole un colorido bullicio a la despareja playa del Río de la Plata.
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