Semana Santa: las caídas de Jesús en el Vía Crucis, la aparición de la Verónica y otros hechos que no figuran en la Biblia
Destinos momentos de la pasión de Jesús que forman parte de la tradición católica, al contrario de lo que se cree, no están en realidad presentes en las Sagradas Escrituras
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En términos religiosos, los días que van desde este jueves al domingo son los más importantes para la comunidad cristiana de todo el planeta. En estas jornadas, que marcan el final de la Semana Santa y el domingo de Pascua, se conmemoran la pasión, la muerte en la cruz y la resurrección de Jesús. Para la cristiandad, estos son los hechos más trascendentes del Evangelio, en los que el hijo de Dios entrega su vida para salvar a la humanidad y luego resucita para vencer a la muerte y abrir el camino de la eternidad.
A través de los siglos, los relatos sobre los últimos días de Jesús, que incluyen la última cena con sus discípulos, la traición de Judas, el juicio que lo condena, su largo y doloroso camino hacia la cruz, su muerte, sepultura y resurrección formaron parte indisoluble de la formación de todas aquellas personas que integran alguna variante del cristianismo. Y ya son también patrimonio de la cultura general de occidente.
Pero, a pesar de que estas historias están instaladas con fuerza en el imaginario popular, hay algunas curiosidades que no todo el mundo conoce. Por ejemplo, que existen ciertas situaciones que atravesó Jesús en sus últimas horas en la tierra y que, sin embargo, nunca estuvieron presentes en los Evangelios bíblicos, que son la fuente canónica de donde proviene todo -o casi todo, como se ve- de lo que se sabe sobre la vida de Jesucristo.
Así, por ejemplo, en el Nuevo Testamento no se mencionan en ningún momento las tres caídas de Jesús cuando lleva su cruz en el camino hacia el monte Calvario. Ninguno de los cuatro evangelistas nombra tampoco el episodio de la mujer llamada Verónica, que seca con un paño el sudor y la sangre del rostro de Cristo, ni el encuentro del Salvador con su madre, María, en el camino hacia su ejecución.
Los tropiezos que no están en los Evangelios
“Hay un montón de cosas referidas a la pasión y resurrección que no están en los Evangelios, y que se volvieron parte de la tradición, con minúscula”, dice a LA NACION el sacerdote Eduardo Mangiarotti, miembro de la junta de Educación de la Diócesis de San Isidro, profesor de Teología y actualmente párroco de la Parroquia San Gabriel, en Vicente López.
Para poner un ejemplo de las cosas que están en la tradición, pero no en los textos sagrados, este estudioso de la religión pone de ejemplo otro episodio de la vida de Jesús, su nacimiento. “El buey y el burro en el pesebre, por ejemplo, no están”, dice, y agrega que algunos de esos detalles pueden encontrarse en los Evangelios apócrifos, que son aquellos textos, también antiguos, que hablan de la vida de Cristo, pero que no son considerados oficiales y mucho menos “sagrados” por la Iglesia Católica.
Los tres tropiezos de Jesús mientras carga la pesada cruz a sus espaldas y tolera el escarnio de quienes lo ven andar hacia su muerte aparecen en tres respectivas estaciones del Vía Crucis, o la Vía Dolorosa. Este sendero, cuyo recorrido real se encuentra en Jerusalén, pero que se reproduce todos los Viernes Santo en miles de ciudades y pueblos del mundo, marca el camino de Jesús desde su condena hasta su crucifixión.
Las estaciones de este tortuoso recorrido son 14, y cada una de ellas, representadas hoy en pequeños cuadros dentro de los templos católicos, grafica un momento diferente del calvario de Jesús. El origen de esta representación de la Vía Dolorosa tal como se la conoce hoy y su presencia en las iglesias se les atribuye a los franciscanos, y data del siglo XV.
A pesar de que en 1991 el Papa Juan Pablo II estableció un nuevo Vía Crucis, con 15 estaciones basadas estrictamente en los textos evangélicos, el antiguo camino doloroso de Cristo de las 14 etapas permanece vigente. Y continúa siendo un misterio saber cómo y por qué se incorporaron en él hechos que no se encuentran en las sagradas escrituras.
“Son muchos episodios que fueron quedando y provienen más de tradiciones orales, costumbres, o leyendas que se incorporan a los textos canónicos”, explica Mangiarotti. “Hay distintas cosas de las celebraciones de estos días importantes que no tienen tanto que ver con si pasaron o no, sino sobre todo con respetar el sentido profundo de lo que ocurrió en determinada fecha que se recuerda”, agrega.
La Verónica y la madre de Jesús
Otra estación del Vía Crucis que se incorporó a la creencia cristiana sin aparecer en las páginas de la Biblia es la número seis, que ilustra la figura de ‘La Verónica’, la mujer que se apiada de Jesús en su sufrimiento y le seca la cara con un paño. La tradición dice que en ese pedazo de tela que la mujer utilizó para asistir al condenado quedó impreso para siempre el rostro de Cristo.
Pues bien, este hermoso episodio de compasión hacia el que sufre no aparece en los Evangelios. El nombre de Verónica comienza a surgir hacia el siglo VII, en los relatos que, por tradición popular, se crean entre los cristianos alrededor de las historias del Nuevo Testamento. Algunos la relacionan con una mujer llamada Berenice -la raíz del nombre es la misma que Verónica- que se nombra en el evangelio apócrifo de Nicomedes, del siglo V.
De acuerdo con la publicación de información católica Aleteia, La Verónica, como se la llamaba, se convirtió en una verdadera figura de veneración popular hacia el siglo XV, a tal punto de que no pudo dejar de ser incorporada a una de las estaciones de la Vía Dolorosa.
Aunque la existencia de Verónica nunca ha sido comprobada, fue representada por diversos artistas a través de los siglos, siempre con un paño en su mano. La iglesia celebra su día el 4 de febrero. Para cerrar este episodio, vale decir que, por su etimología, la palabra Verónica significa “verdadero ícono”, en griego. Una etimología que hace justicia al ‘Santo Rostro’ que según tradición quedó impregnado en su pañuelo.
A poco de su primera caída, y antes de cruzarse con la Verónica, en la cuarta estación de su camino al patíbulo, el condenado a muerte Jesucristo se cruzará con una mujer muy especial. “En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene. Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe también que ella es hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer, hoy y mañana. Y sufre también ella”. Así describe la página oficial del Vaticano este desgarador encuentro que, tal como los hechos anteriores, tampoco forma parte de los textos sagrados.
Si bien María aparece en el Evangelio de San Juan al pie de la cruz, la imagen de ambos mirándose en el camino hacia el monte Calvario es una figura que se impuso tiempo más tarde. De todas formas, tanto La Verónica como la presencia de la madre de Cristo en el Vía Crucis refuerzan una idea que sí se refleja en el Nuevo Testamento: la importancia de las mujeres en la historia de Jesucristo. “Un rasgo llamativo de Jesús como Raví (Maestro), para la época, es que tenía discípulos mujeres -explica Mangiarotti-. En todos los Evangelios las mujeres tienen un rol preponderante, y en el seguimiento de Jesús (en sus últimas horas) siempre quedan mejor paradas que los hombres, porque siempre están cerca de él”.
“Subrayar la humanidad de Jesús”
La idea que subyace en todos estos episodios, que no tienen origen “sagrado” pero que ya forman parte de las creencias cristianas, es la de, en palabras de Mangiarotti, “subrayar la humanidad de Jesús”. El sacerdote vuelve a relacionar los hechos de la pasión de Jesús con su nacimiento: “El pesebre, como tal, lo inventó San Francisco de Asís, en el siglo XII, es algo tardío, pero iba de la mano con una sensibilidad de la época en que se redescubre a un Jesús muy humano, muy encarnado”.
En línea con esta representación de un Cristo más humano que divino, Mangiarotti hace foco en la idea de la imagen de Jesús en esa Vía Dolorosa como la de un dios o rey escarnecido, con una corona de espinas y un manto púrpura que le colocan a modo de burla, y luego le quitan. “Frente a la imagen de lo que es un Dios poderoso, la de Jesús es la imagen de alguien que salva al resto de la humanidad desde la propia fragilidad. Jesús no salva imponiéndose, sino exponiéndose. Frente a esa idea de que para cambiar el mundo se trata de tener fuerza, o poder político o conocimientos, nosotros creemos que nos salva la fragilidad de una persona vulnerable”, expresa el religioso.
A partir de esta idea tan potente de la vulnerabilidad de Jesús es posible que se haya creado, en la tradición oral, esta figura de un hombre débil que, extenuado por la carga que lleva y por los golpes que recibe, tropieza no una, sino tres veces. Una muestra de fragilidad humana que se complementa con el episodio que sí está en la Biblia -en los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas- y es el que cuenta que los romanos buscaron a un hombre, Simón de Cirene, para ayudar a Jesús a transportar el peso de su cruz.
Los clavos de la cruz
Finalmente, entre las tantas escenas que los Evangelios no terminaron de definir aunque sí lo hicieron luego los predicadores de la cristiandad, está la crucifixión de Cristo. Básicamente, el Nuevo Testamento no especifica en el relato de la Pasión si Cristo fue atado a la cruz o si, como se reproduce hoy en infinidad de pinturas y esculturas, el llamado “hijo del hombre” fue unido a los maderos a través de clavos.
Solo existe una referencia en la Biblia en relación con la teoría del Cristo crucificado con clavos. Es la que se lee en el Evangelio de San Juan (20;25), luego de la resurrección de Jesús, cuando el discípulo Tomás se muestra en relación con la vuelta a la vida de su maestro, y dice al resto de los apóstoles: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”.
Pero más allá de esta cita bíblica, la discusión entre teólogos, historiadores y estudiosos de los textos sagrados continúa con respecto a la manera en que se realizó la ejecución. De vez en cuando, además, hay anuncios de que se han hallado los clavos de Cristo, pero nunca se termina de comprobar fehacientemente que estos objetos metálicos y antiguos hayan sido los que sostuvieron a Jesús en la cruz.
Mangiarotti da una pista de las posibles causas de esta disidencia académica sobre el modo de crucifixión: “Hay que acordarse que las imágenes de Jesús crucificado son más bien tardías, aparecieron siglos después, porque la cruz era una imagen muy fuerte para los primeros cristianos. Es como si vos ahora entraras a algún templo y vieras una imagen de un tipo muriendo en una silla eléctrica. Por eso, las primeras representaciones artísticas son las del Cristo Resucitado, o el buen pastor”.
Pero más allá de estos episodios que no se encuentran en la Biblia pero que afirman y embellecen las escrituras canónicas, lo importante, para los creyentes, es recordar lo que representa esta época del año en la liturgia. “La Pascua para los católicos se entronca en la experiencia de la Pascua judía, que es la de un Dios liberador. Para nosotros brota del encuentro con Jesús, que nos habla de una libertad profunda, que libra de la muerte, del pecado, de todo lo que amenaza la dignidad humana. Es un amor transformador que nos hace pasar (antes se hablaba de la Pascua como ‘paso’) de la muerte a la vida, de la soledad a la comunidad, de la esclavitud a la libertad. Esa Pascua es un don de Dios”, concluye Mangiarotti.
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