Los efectos invisibles de las agresiones a los niños
A diario, millones de niños son víctimas de violencia en sus hogares. Algunas formas pasan inadvertidas, sobre todo para quienes las ejercen o son testigos de ellas, como la negligencia y el maltrato psicológico. La invisibilidad de ambas aumenta el sufrimiento de quienes las padecen, profundiza las marcas que deja y debilita las posibilidades de sobreponerse.
En ambos casos, se trata de patrones de conductas ejercidos por los adultos responsables del cuidado de los chicos. La negligencia se refiere al cuidado inadecuado continuo y a la falta de protección que los niños requieren para su desarrollo integral. La falta de higiene y de cuidados médicos, la mala nutrición, la ausencia de adultos que cuiden, los accidentes por descuidos, la exposición a materiales audiovisuales sin supervisión y/o en exceso son algunas de sus materializaciones.
El maltrato psicológico es el que se ejerce a través de amenazas, gritos, frases de menosprecio e intimidación, apodos, chantajes emocionales y humillaciones. Hace sentir al chico que es despreciado e incapaz. Incluye la "violencia verbal" o el ser testigo de actos violentos. Es el que mayor dificultad presenta para su identificación y abordaje. Muy frecuentemente la violencia emocional lleva consigo otras formas de maltrato, aunque también puede presentarse de manera aislada. En todos los casos transmite al niño el mensaje de ser inútil, defectuoso, no querido, estar en peligro o ser valioso en la medida en que satisface las necesidades de otra persona.
El impacto que tienen es alto y negativo. Además de interferir en el desarrollo pleno, estar expuesto al abuso emocional y/o al trato negligente genera consecuencias graves y perdurables. Al no dejar marcas visibles y no tener indicadores específicos, los chicos quedan indefensos y, en muchos casos, sin nadie que ponga en palabras lo que les ocurre, lo que impide revertir la situación.
La negligencia, a veces, se confunde con pautas culturales y al maltrato psicológico, con formas de disciplinamiento. La violencia, en todas sus formas, es una práctica aprendida. Muchas veces los que ejercen violencia no pueden ver el sufrimiento que provocan porque fueron educados de ese modo y, por lo tanto, lo tienen naturalizado. En estos casos, el trabajo sostenido para desmitificar y asesorar en nuevas pautas de crianza y modos de vinculación más asertivos y afectivos genera cambios positivos y reduce las consecuencias. En otros, de mayor gravedad, se deben tomar medidas más firmes para proteger la integridad de los niños.
La protección de los chicos no puede esperar. Es necesario mirar con más atención a los niños que nos rodean, que los escuchemos y estemos alertas para detectar cuando algo no anda bien. Siempre dan señales de que algo les provoca sufrimiento y ante eso ningún adulto debe ser indiferente. Sólo así podremos informar nuestras sospechas a las autoridades competentes para que puedan evaluar e intervenir según la situación concreta.
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