Los directores de escuelas rurales también son alumnos
Un grupo de 40 docentes de 15 provincias compartió, en Buenos Aires, un curso de gestión y liderazgo para mejorar la enseñanza en entornos desfavorables
“Los maestros rurales somos así, todo lo que vemos pensamos cómo nos serviría en la escuela. Pasé por la calle y vi que un banco había tirado al contenedor de la basura un armario en perfectas condiciones. Me dolió. Venimos de un lugar donde siempre hay necesidades. Si hubiera tenido un destornillador encima, lo desarmaba y me lo llevaba”, contó a LA NACION Mauro Mijaluk, director de la escuela primaria 381 de Avia Terai, Chaco.
Mijaluk fue uno de los 40 maestros que entre el 31 de enero y el 10 de febrero participaron del programa Sembrador, un curso de verano para directores y supervisores de escuelas rurales que hace ocho años organizan juntas las fundaciones Bunge y Born y Perez Companc.
Durante esos 10 días compartieron sus problemas, se capacitaron en la enseñanza de lengua y matemática en plurigrado, recibieron herramientas sobre liderazgo pedagógicoen cuestiones de gestión y de didácticas específicas.
Fueron alumnos, como sus alumnos. Se sentaron en el piso, trabajaron con sus compañeros de otras escuelas alejadas de centros urbanos, compartieron sus angustias y hasta se pusieron impacientes cuando estaba por llegar el recreo.
Los 40 docentes provenientes de 15 provincias obtuvieron una beca completa (traslados, hospedaje, comidas y salidas recreativas), que valoraron muy especialmente porque para muchos fue la posibilidad de conocer Buenos Aires.
Aldana Álvarez, del área de educación de Bunge y Born, explicó a LA NACION que un desafío para las escuelas rurales es el plurigrado: “El mismo docente dicta clases para 2 o 3 grados en forma simultánea. En muchas escuelas hay un único docente a cargo de todos los alumnos. Generalmente se los agrupa por ciclos y el desafío es que cada estudiante cumpla los objetivos correspondientes a su nivel, que los más grandes no se atrasen y que los más chicos no se pierdan porque no llegan a comprender los contenidos que les corresponden por su edad”.
Lorena Galfré, la directora de la Escuela Gabriela Mistral de Pampayasta Norte, en Córdoba, es la única maestra a cargo de 16 alumnos de 4° a 7° grado. Estudian de 8 a 12, pero llegan a las 7.30 para desayunar. “Muchos incluso no cenan. Así no se les puede dar clases”, contó.
La escuela llegó a funcionar con 100 alumnos, pero desde 2014, por la baja en la matrícula, pasó a ser escuela de personal único. Está en una zona de producción tambera. “Los tambos desaparecieron, sólo queda la actividad agrícola y muchas familias se fueron a la ciudad”, explicó.
La migración de alumnos es un problema que afecta a muchas escuelas y que se compartió en las jornadas. Rosa Otárola, directora de la escuela 136 de Campo Volante, en Tucumán, tiene 139 alumnos. “Es una superpoblación para una escuela de campo”, ironizó. “En Tucumán hay poco trabajo rural, mayormente vinculado con azúcar, limón y arándanos. Las cosechas son casi simultáneas y después la gente no tiene en qué trabajar, migra. El niño se va de la escuela en noviembre y vuelve en mayo. En ese lapso no va a la escuela. Hacemos un acompañamiento especial a esos niños para que no repitan, pero año a año van acumulando un déficit en su calidad educativa.”
Otro problema bastante común es la accesibilidad. La escuela que dirige Mijaluk tiene 80 alumnos de 1° a 7°grado y 17 docentes. “El alumno que vive más cerca está a 8 kilómetros. En la época de lluvia, los caminos no se pueden transitar. A veces, cuando hay tormenta, les digo a los chicos que no vengan. Está mal, pero puede ser peligroso, porque si llegan a la escuela, hay que ver cómo vuelven a las casas. En la escuela funciona un comedor. Muchos chicos vienen para tener el desayuno y el almuerzo. En algunos casos, es la única comida que tienen”, relató.
Otras escuelas funcionan como albergue de lunes a viernes. Rubén Méndez es el director de la escuela 4113, de Iruya, Salta. Además tiene a su cargo 6° y 7° grado. Asisten 54 alumnos, de los cuales 20 pernoctan. Trabaja junto con otros dos docentes, una mujer y un varón. La maestra es responsable de la habitación de las mujeres. Los otros dos maestros se turnan para cuidar a los varones. “La semana que no estoy a cargo, me dedico a los pendientes administrativos”, comentó. “Si un alumno se siente mal por la noche, tratamos de contener la situación pero no podemos darle ninguna medicación. Y si no hay manera de calmarlo, vamos al hospital más cercano, a 22 kilómetros”, señaló.
En los casos de escuelas albergue, los maestros sufren el desarraigo familiar. Méndez vuelve a su casa los fines de semana con la menor de sus hijas, que desde el año pasado se queda en la escuela para estar con él. “Cambia el sentido de familia porque soy su papá, pero estoy con los demás también. Los chicos que no están con sus familias se tienen que sentir cómodos, atendidos y contenidos en el albergue de la escuela”, planteó.
La educación rural exige adaptarse al contexto. Los programas de estudios deben adecuarse. “La materia que más cuesta transmitir es Formación Ética, porque a veces no tenemos recursos para nuestra realidad. Algunos temas están pensados de manera muy urbana y nos esforzamos para bajarlos a los chicos, pero no lo vivencian. Hacemos mucho esfuerzo para que comprendan y valoren los símbolos patrios y los hechos históricos. Pero ¿cómo podemos decirles que es tan importante si las fechas están corridas? El año pasado, el 9 de Julio lo festejamos el 4 porque el 9 estábamos en vacaciones”, sostuvo Méndez.
Las escuelas también son un ámbito de asistencia social y referencia comunitaria por eso los reclamos docentes, admiten, impactan más. “Comparto que se hagan paros porque no estamos bien pagados. Pero si nos sumamos, los que sufren son los chicos. En Chaco hubo hasta 3 días consecutivos de paro, si justo se suma un fin de semana, los dejamos cinco días sin comer. No se puede hacer eso. Yo reclamo, pero voy a la escuela”, añadió Mijaluk.
Otárola coincidió: “No adhiero a los paros porque no funcionan. Hay que encontrar otra forma. Está muy bien que tengamos derecho a huelga, pero no podemos coartar otro derecho por querer hacer respetar el nuestro. Sobre todo el derecho del otro que es más indefenso”.
Los docentes admiten un afán casi enfermizo por pensar qué cosas serían útiles a la escuela. “A través de la Apaer (Asociación Civil Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales), Telecom nos subvencionó la instalación de la radio. Se nos quemaron los equipos con un rayo que cayó un día de tormenta”, recordó Mijaluk.
La escuela de Iruya funciona en una antigua casa de familia por lo que tiene circulación interna. “Estoy viendo cómo resolver eso porque para ir al baño los chicos tienen que salir a la intemperie. Si es un día bueno no pasa nada, pero cuando llueve o nieva, es más complicado. Sería bueno techar el patio interno por lo menos. Eso es la escuela; el albergue está en perfecto estado”, concluyó el director, que quizás para su próximo viaje a Buenos Aires sume un destornillador y se deje tentar por tantos objetos abandonados y sin destino.
Preocupaciones compartidas
Rubén Méndez - Escuela 4113, Iruya, Salta
"La materia que más cuesta transmitir a los alumnos es Formación Ética, porque a veces no tenemos recursos para nuestra realidad"
Mauro Mijaluk - Escuela 381, Avia Terai, Chaco
"A veces, cuando hay tormenta, yo les digo a los chicos que no vengan, Está mal, pero es que puede ser peligroso, porque si llegan a la escuela hay que ver cómo vuelven a sus casas"
Stella Flores
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