El despertador suena poco antes de las 4, porque Claudia San Nicola, de 46 años, prefiere levantarse con tiempo. Se baña, desayuna, se pone un poco de delineador y rímel y sale desde Merlo para llegar antes de las 6 a Tortuguitas, al depósito de la empresa transportadora, donde la está esperando el amor de su vida: un semieje que la lleva a recorrer las rutas del país.
Atrás de ese volante, Claudia se siente que es la mejor versión de ella misma: esa persona que siempre quiso ser. Pero hace apenas un año que alcanzó su sueño: cuando dejó su trabajo como productora de seguros y se animó al tabú de ser camionera. "Siempre supe que eso era lo que quería. Pero, hace 25 años, las cosas eran distintas. Después, nació mi hijo y yo tuve que postergar ese sueño. Pero todo llega. Y a mí me llegó", cuenta, con una sonrisa que no oculta las lágrimas, mientras conduce por la Panamericana un Scania con un sider chiquito, rumbo al puerto de Buenos Aires.
Ser camionera la llevó a vencer muchos prejuicios. Los propios y los ajenos. Y enfrentarse a uno de los gremios con mayor brecha de género. Apenas un 0,46% de los choferes son mujeres. Es muy poco y a la vez es un montón: en total 1200 mujeres recorren el país al volante de vehículos de carga y de gran porte.
"Los baños son un gran tema. Imaginate que en la ruta muchas veces no hay baños para hombres y mucho menos para mujeres. Pero te adaptás. Yo digo que la calle la hace una. Entonces, yo siempre me bajo del camión y saludo, hago algún chiste. Trato a todos con respeto y solidaridad. Y la gente te lo retribuye. Todas las veces que lo necesité, me abrieron las puertas de los baños o me cerraron las duchas para que me pudiera bañar", cuenta.
A Claudia, en el mundo de los acoplados y los containers, todos la conocen como Pantera. No se acuerda por qué le pusieron ese apodo cuando era chica, pero le saca lustre a esa chapa y cuando hace falta muestra las garras. En los peajes, en las estaciones de servicio, al cruzarse con otros choferes, es ella la que primerea y le pone el tono a la conversación. Una sutil forma de dejar en off side cualquier intento de discriminación.
Rutina
Son las 6.45 en Tortuguitas y mientras los pajaritos cantan, Claudia, silva. Se está preparando para un largo día arriba del camión. Antes de salir, unos mates. Mientras, hay que preparar el semi para la carga. Chequear el vehículo, los frenos, la lona, todo para salir a la ruta con seguridad. En la empresa en la que trabaja ella, no es la única mujer. Hay una chica que es mecánica y otra que va a ingresar al taller como aprendiz. "El mundo del camión se está deconstruyendo", bromea Claudia. Un proceso que puede ser lento pero que parece inexorable. La reacción de la gente en la calle o en la ruta es positiva. "Cuando toco la bocina del camión, la gente se sorprende y me aplaude. Les gusta ver a una mujer al volante".
Hace un año, la firma sueca Scania lanzó una convocatoria para el programa Conductoras: un curso para 12 mujeres que quisieran ser camioneras. En cuestión de semanas, y gracias al boca en boca, se anotaron más de 800 postulantes. Todas ellas, mujeres que siempre habían soñado con manejar camiones y no habían encontrado el entorno propicio. Claudia fue una de ellas. Le dieron la licencia el 27 de diciembre y el 28 ya la llamaron de una empresa para empezar a trabajar. Este año, Scania repitió la convocatoria, y las interesadas hasta el momento ya son 1200 mujeres.
Claudia no viene de una familia de camioneros. Su mamá es modista y su papá electricista. Tiene una hermana policía, otra profesora de reiki y un hermano bombero. "En aquella época, cuando decía que me quería comprar un camión, la familia me decía y para qué. No entendían lo que yo sentía arriba del vehículo. Pero con el tiempo las cosas fueron cambiando. Hoy mi hijo tiene 18 años y cuando le conté me dijo que tenía que cumplir mi sueño, que eso era lo que yo siempre le había enseñado", dice.
Claudia y su camión tienen que estar en el puerto antes de las 9. Allí, una larga fila de camiones espera su turno para cargar. Ella hace sonar su bocina para saludar a los compañeros que la reconocen. Con una sonrisa que se distingue a lo lejos, siente esos estruendos como signos de aprobación. De a poco se va haciendo su lugar en un mundo de hombres. Cuando los camiones son muchos, y ya cuesta maniobrar, es ella la que baja y ayuda a otros camioneros, mediante señas, a estacionar. La espera larga, se ameniza cuando uno es parte de la camaradería. Después de cargar, tiene que ir a Villa Soldati, a dejar la carga y por la tarde le queda un viaje más. Desde que maneja camiones, su día no tiene horarios. No se queja, porque se siente afortunada al estar detrás de un volante.
Primera vez
La primera vez que manejó, fue hace más de 20 años. Trabajaba en una empresa que colocaba rastreadores satelitales y llegó un camión. Había que estacionarlo en un espacio muy chiquito. Y nadie se animaba. Claudia dijo: "Yo lo meto". Y lo logró. "Me emocioné. Me temblaban las manos y entonces supe que eso era lo que quería", cuenta. "Nunca había sentido eso que sentí la primera vez. Lo pude hacer y fue determinante. Cuando lo sabés lo sabés", dice.
Tenía 20 años. A partir de entonces, sus compañeros la llamaban cada vez que había que entrar los camiones. "Después se fue corriendo la noticia de que había una mujer que manejaba camiones. Me encantaba. Me empezó a apasionar", cuenta. Por muchos años, se conformó con apenas mover unos metros el camión, pero lo que ella quería en realidad era ruta. "Una prioriza otras cosas. Yo tenía un hijo chiquito y estaba a cargo de nuestra familia. Todo tiene su tiempo", dice.
Ese sueño quedó pendiente. Y un día, un amigo le envió la convocatoria y Claudia se anotó.
Unos meses después, la llamaron a su casa. Atendió la señora que cuidaba a su mamá. Le dijo que la habían llamado de Scania. "Vos estás loca. ¿Para qué te comprarías un camión?, le preguntaban siempre, en su familia, cada vez que hablaba de su pasión. Pero esa vez fue distinto. Todos la apoyaron y alentaron a seguir.
Claudia cuenta la primera vez que manejó un camión cargado en ruta y todavía se le pone la piel de gallina. "Cuando volvía, lloré como nunca. Porque uno idealiza por muchos años eso que quiere hacer. Y cuando le lográs, es increíble. Llevamos unas máquinas de un depósito fiscal, al parque indrustrial del Pilar. Fuimos, descargamos y cuando volvíamos, vi por el espejo retrovisor la puesta del sol. Fue, literalmente haber hecho realidad lo que tenía en mi mente. Fue maravilloso. Lloré".
Después vinieron los viajes de larga distancia. El primero fue a Loreto, Santiago del Estero, donde llevaron unas bobinas de alta tensión. Ella salió un día antes que su compañero, porque quería ir con tiempo. Cargó, enlonó y salió a la ruta. Tenía que estar muy atenta a que la carga no se desplace y que el viento no embolsase la lona. "Cuando paré para dormir, me di cuenta que nunca había pensado en ese aspecto. No pegué un ojo, casi. Estacioné en una estación de servicio, donde había otros camiones. Pero la cama de la cabina es chiquita. Además, se escucha todo. Yo pensaba, y si me cortan la lona y me roban la carga. Era imposible, pero hasta cuando iba al baño me daba miedo dejar solo el camión. Después te acostumbras", cuenta.
¿Cómo es la reacción cuando llegás a una estación de servicio y ven que sos mujer? Claudia se ríe cuando se lo preguntan. "Es hermoso. Se sorprenden. Los nenes le dicen al papá, mirá una mujer. Y yo me siento realizada, porque pienso que para ese chico, este ya no va a ser un trabajo de hombres. Y los playeros son respetuosos. Yo nunca tuve un problema ni me sentí discriminada. Creo que la actitud de una es determinante para la reacción de los demás. Si sos respetuoso, si sos amable, la gente es igual", dice.
Lo de las parrillas de la ruta no es un mito, asegura Claudia. "Si ves camiones, pará y comé. Seguro que es rico y barato. No falla", asegura. Después, una corta siesta y a seguir ruta.
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