Expertos consideran que se debería agregar una etapa al ciclo vital, que plantea modos inéditos de organizar nuestro futuro; diversos estudios muestran una correlación entre la motivación personal y una menor probabilidad de desarrollar enfermedades; el impacto económico de la longevidad
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Julia Hawkins tiene 105 años y una categoría de carrera creada a partir de ella: la de 104 a 109 años de los Senior Games de Louisiana, en Estados Unidos. En noviembre del año pasado ganó la carrera de 100 metros y se convirtió en la mujer con más edad en correr esa distancia en una competencia oficial. A los 103 ya había ganado dos medallas de oro en la categoría anterior, en 50 y 100 metros. La historia de Hawkins es excepcional y por eso sale en los diarios de todo el mundo. Al menos por ahora, no solemos vivir hasta los 105 años y las personas que sí lo hacen –se calcula que hay más de 573.000 personas en el mundo con más de 100 años– no suelen correr carreras. Aunque el caso sea extremo, forma parte de una nueva narrativa sobre la vejez, una manera inédita de pensar cómo pasamos las últimas décadas de nuestras vidas.
De acuerdo a Andrew Steele, científico y autor de Eternos - La nueva ciencia para cumplir años sin envejecer, de editorial Planeta, hoy vivimos en “la era del envejecimiento”. Una de las ideas rectoras de su libro es que aquellos aspectos negativos del paso del tiempo sobre el cuerpo, como las molestias físicas, las enfermedades y el deterioro cognitivo, serán cada vez más evitables. Eso que hoy tomamos como dado –que envejecer implica limitaciones y sufrimiento– no va a ser siempre así.
Gracias al avance de la ciencia para controlar ciertas enfermedades y los estilos de vida más saludables, hoy vivimos una novedad histórica: por primera vez, casi todos vamos a envejecer. El 90% de la población mundial vive en naciones en las que la esperanza de vida supera los 65 años y el 99% lo hace en naciones con una expectativa superior a los 60.
“Nos volvimos mucho mejores en evitar cosas que nos mataban temprano en la vida, con higiene, antibióticos y vacunas que redujeron las muertes por infecciones. Como resultado, hoy vivimos lo suficiente para que las causas de muerte principales sean enfermedades como el cáncer, las cardíacas y la demencia, que afectan principalmente a la gente mayor. Aunque hemos tenido algo de éxito en tratar estas enfermedades durante los últimos 50 años, el envejecimiento todavía es responsable de cerca de dos tercios de las muertes globales, o 100.000 de las 150.000 muertes que suceden cada día en el planeta. La mayoría de las muertes están causadas por enfermedades que son biológicamente generadas por el proceso de envejecer”, dice Steele a LA NACION.
Modelo pasado
El hecho de que vayamos a vivir más años, y que el tiempo que vivimos con buena salud tienda también a ser mayor, demanda un cambio conceptual en cómo pensamos la vejez, con menos connotaciones negativas y sin asociarla a “lo débil” o “lo frágil”. Quizás, incluso, implica que modifiquemos la manera en la que organizamos nuestro futuro. Hoy lo hacemos en tres etapas bien definidas: en la primera nos formamos y educamos, en la segunda trabajamos y en la tercera descansamos. Ese modelo ya está presentando algunos problemas. Por un lado, las trayectorias laborales hoy, más especializadas y atravesadas por nuevas tecnologías, exigen que los trabajadores se actualicen y eduquen de manera periódica. Por otro lado, si la etapa en la que trabajamos y la etapa en la que descansamos van a ser más largas, es probable que prefiramos dividirlas e intercalarlas. En el modelo de Steele, trabajamos, nos educamos, volvemos a trabajar, descansamos, nos volvemos a educar, trabajamos una vez más y así. ¿Pero cómo vamos a organizar una vida estructurada de esa manera, si ya es difícil para muchos países –como el nuestro– financiar la jubilación? ¿Cómo se van a adaptar las instituciones? ¿Cómo van a ser –y ya son hoy– esas nuevas maneras de vivir la vejez? ¿Y qué sentido vamos a darle a nuestra propia vejez?
Avances científicos
En términos biológicos, hay tres procesos que explican una buena parte de lo que llamamos “envejecer”. El primero es el de la senescencia de las células. A medida que pasa el tiempo, aumenta la chance de que acumulemos células viejas (senescentes), que pueden contribuir a que surjan algunas de las enfermedades típicas de esta etapa de la vida. El segundo proceso es el de la inestabilidad o daño genético que sucede a medida que envejecemos. Y el tercero es la disfunción mitocondrial: cuando estos componentes de las células empiezan a fallar y no pueden producir la energía necesaria para activar reacciones químicas vitales, el envejecimiento se acelera.
Para todos esos procesos la ciencia busca respuestas y en muchos casos ya las tiene. Una investigación publicada años atrás por la Mayo Clinic encontró que una combinación particular de drogas logró remover las células senescentes en ratones y revertir así algunos de los signos del envejecimiento. Otro estudio de 2018 logró extender la vida de los ratones en un 10%. “Los ratones a los que se les dan estas drogas efectivamente se vuelven más jóvenes biológicamente, tienen menos cáncer y enfermedades cardíacas, mejoran sus funciones cognitivas y se vuelven menos frágiles, e incluso muestran signos cosméticos de que su vejez fue revertida. Estos tratamientos todavía son imperfectos, pero nos pueden ayudar a vivir un poco más, y eso les da más tiempo a los científicos para desarrollar los próximos y más avanzados tratamientos”, plantea Steele.
De acuerdo a la mirada del experto, estos avances hacen que sea necesario reimaginar la vejez. “Hoy la pensamos como una parte natural de estar vivos, un proceso inevitable, pero yo creo que es nuestro gran desafío humanitario. Entenderla de esta manera le puede dar un impulso a una revolución en la medicina, que brinde tratamientos que puedan prevenir en lugar de curar y que funcionen para todas las enfermedades vinculadas a la vejez en simultáneo. El giro desde tratar condiciones individuales una a la vez hacia prevenir muchas al mismo tiempo puede salvar y mejorar muchas vidas”, sostiene.
La motivación, clave para no enfermar
En las últimas décadas, muchos estudios han demostrado que existe una correlación entre sentir un propósito en la vejez –algo así como una razón para vivir, una motivación– y una menor probabilidad de desarrollar enfermedades como alzheimer, dificultades cognitivas e infartos. Un estudio publicado en 2017 en JAMA Psychiatry, incluso, demostró que un sentimiento de propósito más alto –medido a través de preguntas vinculadas a las metas personales– está relacionado con caminar menos lento y tener más fuerza en las manos para agarrar objetos en esta etapa de la vida. El mecanismo que explica esta correlación, hipotetizan los autores, es que aquellos adultos mayores con incentivos para sus últimas décadas tienen hábitos más saludables: hacen más ejercicio, se alimentan mejor y se mantienen estimulados.
El significado de envejecer no solo está cambiando desde el punto de vista biológico. Empieza a considerarse una etapa activa y ya no pasiva. De acuerdo a Mercedes Jones, Doctora en Ciencias Sociales y Directora de proyectos del Centro de Innovación Social de la Universidad de San Andrés, hablar de “longevidad positiva” permite aceptar que se agregó una nueva etapa a nuestro curso de vida. “Ya no se pasa de la adultez a la vejez como antes. Hoy hay una etapa que se llama ‘madurescencia’: personas consideradas formalmente como mayores, pero que son demasiado vitales para sentirse viejas”, señala a LA NACION.
Otro término que captura estos cambios es el de “modelos de gestión de la longevidad”, que promueven que las personas mayores sean autónomas, tengan la posibilidad de seguir con sus proyectos de vida y desarrollando sus talentos. “No hay fórmulas porque nunca antes la humanidad vivió tanto y tan bien y es algo desconocido que vale la pena explorar”, indica Jones.
Ese camino de exploración es el que siguió Roberto Ricci. En enero de este año, a los 70, le llegó el momento de jubilarse después de 44 años de trayectoria en una empresa dedicada a la venta de equipos médicos de alta gama. “Cuando te anuncian la jubilación, entrás en un bajón. Decís: ‘¿Qué hago ahora? Se viene el mundo abajo’. Después sucedió todo lo contrario. Tengo que seguir, porque me siento bien, estoy entero, tengo ganas de hacer cosas”, cuenta Ricci, quien creó la empresa Tercer Tiempo Consulting. La elección del nombre responde a varios motivos, entre ellos su vínculo con el rugby, otra de sus pasiones que mantiene viva como miembro de su club. Pero también apela a la idea de estar ingresando en la tercera edad.
“Mi abuelo falleció a los 55 años, y era viejo. A esa edad eras viejo. Yo mismo no me podía imaginar a los 30 que a esta edad me iba a sentir así. Me sigo levantando todos los días a las 6 de la mañana, pero antes estaba 12 horas fuera de casa. Hoy es distinto. Trabajo desde casa, voy a visitar algún cliente, me quedo charlando más tiempo. Quiero seguir haciendo cosas, a otro ritmo. Ya corrí demasiado y ahora los tiempos los pongo yo”, afirma Ricci.
El impacto económico de la longevidad
Entre 1960 y 2020 la población por encima de 65 años casi se quintuplicó. Y para 2050 se estima que va a volver a duplicarse. Incluso, para un científico como Steele, que estudia los aspectos biológicos del envejecimiento, uno de los mayores enigmas es cómo vamos a organizar nuestras sociedades para financiar esta nueva vejez activa y extendida.
“La pregunta crucial es sobre el dinero. Envejecer es muy caro para la sociedad: hay costos directos, como tratar enfermedades vinculadas con la vejez, e indirectos, como que la gente deja de estar en condiciones de trabajar, y amigos o familiares tienen que reducir su carga de trabajo también para cuidarlos”, describe el experto.
Aunque la visión de Steele es optimista, considera que los avances de la medicina nos pueden ahorrar en el futuro esos costos vinculados a la vejez, se trata por hora de una proyección. Hoy, la extensión de la esperanza de vida impone altos costos para los sistemas de salud. El dilema del financiamiento de los adultos mayores, además, tiene distintos puntos de partida para diferentes países. Algunos tienen sistemas previsionales robustos y otros ya hoy dejaron de ser sostenibles. “Ese es un problema general y la receta tradicional es cambiar la edad de retiro”, dice Oscar Cetrángolo, economista, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Instituto Universitario de Economía Política.
Aunque hoy las personas de 65 años tengan mayor capacidad para trabajar que antes, el problema de esa solución es que supone pleno empleo y en muchos países se vuelve muy difícil encontrar trabajo formal pasada cierta edad. El tipo de actividad es una variable fundamental. “Eso es claro por ejemplo en el caso de los bailarines del Teatro Colón, que fue tema de discusión hace poco. No hay una solución única, pero habrá que avanzar hacia esquemas de reconversión laboral para que las personas que tienen ese tipo de profesiones puedan seguir trabajando en otra cosa”, aporta Cetrángolo.
El mayor bienestar en la vejez también podría tener un impacto económico positivo. “Se plantea que la longevidad está generando un nuevo campo en la economía, la silver economy [economía plateada]”, Jones. “Se define como el conjunto de oportunidades derivadas del impacto económico y social de las actividades realizadas y demandadas por la población mayor de 55 años. Es considerada la economía del futuro y el motor que permitirá el desarrollo económico después de la pandemia”, plantea. En esta proyección, ese sector que durante la crisis sanitaria estuvo más guardado en sus hogares por ser de riesgo, sin viajes ni salidas a comer afuera, por ejemplo, tuvo un ahorro forzado y, al menos en el mundo desarrollado, están activos y listos para salir a consumir. Están listos para disfrutar. Y es probable que sepan hacerlo mejor de lo que dictan nuestros preconceptos. Según datos de la consultora Voices a partir de una investigación de 2018 realizada en 40 países, las personas mayores de nuestro país muestran altos índices de satisfacción con su vida. Por encima, incluso, que los de los adultos más jóvenes.
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