Lo visitó Prince, tenía pumas sueltos y cerró tras un brutal asesinato: el boliche estrella de zona sur
La Casona fue uno de lugares bailables -y del rock- más importantes de Buenos Aires en los 80; tocaron Soda Stereo y Charly García; su final, marcado por el crimen
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“Te amo, te odio, dame más”, cantaba Charly García y daba origen a una de las frases más emblemáticas sobre la contradicción que se hayan escrito; por esos años, en donde Serú Girán creaba Peperina, en la zona sur del conurbano bonaerense empezaba a erigirse uno de los establecimientos musicales más icónicos y, también, polémicos, de la generación post dictadura; un lugar que aún hoy es recordado tanto con amor, como con odio: La Casona.
Ubicado en la calle 25 de Mayo, a media cuadra de Hipólito Yrigoyen (Pavón, como es aún nombrada por cualquier lanusense que se precie) existe todavía una mansión antigua, que entre 1977 y 2006 fue el boliche preferido de zona sur, e inclusive durante los 80, de gran parte de la Ciudad de Buenos Aires.
Dentro de sus puertas hubo de todo: desde recitales memorables, como el homenaje que hizo Soda Stereo junto a Virus para Federico Moura hasta una pareja de pumas como anfitriones. Hubo, también, un asesinato: en 2006 un patovica golpeó y mató a Martín Castellucci, un joven que había ido a divertirse.
El rock de la noche
“Era un predio de 3650 metros, con un parque hermoso que estaba totalmente abandonado. Adentro era una casa, tenía sala de costura, sala de estar; arriba había cinco habitaciones todas en estilo francés con mármol de carrara, cristales franceses”, recuerda Norberto “Beto” Caldeiro, encargado del lugar desde sus inicios hasta el 1997, en diálogo con LA NACIÓN.
“Al principio la regenteaba un ex intendente de Lanús, llamado Miguel Monserrat, que los domingos organizaba bailes junto a un amigo mío, que no sabía nada de boliches ni del tema”, explica antes de aclarar: “Me pidieron que lo ayudara porque yo ya estaba en el mundo de la noche desde los 19 años”.
Entre las figuras que manejaban La Casona había una que destacaba, aunque no por ser la responsable del éxito del lugar, sino porque su nombre estuvo rodeado de polémicas y denuncias: Atilio Amado.
“Ni sabía quién era en ese momento, tenía 16 años él más o menos”, anticipa Beto antes de proseguir: “En el 77 un día apareció entre la gente bailando y se presentó: ‘Mi papá es el dueño de esto’. Hicimos una especie de amistad y a fines de ese año me propuso ser mi socio, y le pidió al padre que comprara la parte que le faltaba”.
“Su padre (Don Atilio Amado) lo rajó a Monserrat y me llamó… me acuerdo que me decía Alemán, aunque no sé por qué: mirame... soy chiquito, morocho y no tengo ojos azules. Pero vio el negocio y lo compró porque quería que su hijo tuviera algo”, relata Beto.
Desde ahí, el ascenso de La Casona fue meteórico. “Con los 80 empezó el gran quilombo de La Casona; metíamos 1500 personas los sábados y 1200 los domingos. Hubo recitales de Soda Stereo, Virus, Charly García… Fuimos el único boliche de Buenos Aires que se atrevió a llevar a los más grandes grupos en la década del 80, nadie podía lo que nosotros… Valeria Lynch, Litto Nebbia, Los Twist, Miguel Abuelo”, rememora Caldeiro que aclara que otro de los atractivos era la concurrencia de muchos futbolistas famosos. “Los domingos a la noche era su día de descanso y aprovechaban”, explica.
“Me acuerdo que cuando estuvo Charly lo sacamos a las 7 de la mañana en una combi. Me había pedido para el camarín 15 docenas de rosas rojas y tres cajas de Johnny Walker etiqueta roja… era un loco divino, un genio”, agrega Beto.
El día que Prince conoció La Casona
“Al principio laburamos mucho con Radio del Plata por el tema de las publicidades, pero en el año 84 y 85 apareció una radio que pasaba todo el día música y que no tenía publicidad, sabés de que radio hablo, no? La Rock and Pop”, cuenta Beto antes de aclarar: “Yo conocía a Daniel Grinbank porque él hacía bailes en el Country Club de Banfield, y gracias a eso me convertí en el primer cliente que tuvo la radio. Le compré 50 mil segundos, manejábamos mucha plata en ese momento”.
“Un domingo me llamó Grinbank y me contó que había traído a Prince a Buenos Aires”, recuerda Caldeiro antes de referirse sin filtro al artista: “Fue la persona más asquerosa que conocí en mi vida”.
Según recuerda, ese día se había desatado una tormenta sobre Buenos Aires y, pese a eso, Prince quería salir a un boliche. Era domingo y había un solo lugar abierto: La Casona.
“Llegó tipo una de la mañana todo vestido de blanco, con un paraguas y un acompañante. Habrá estado media hora, lo invitamos con champagne y todo lo que quisiera, no le dio bola a nadie y se fue… pero estuvo”, recuerda con orgullo.
La relación entre la Rock And Pop y La Casona fue fructífera para ambos lados durante muchos años. “Lalo Mir es padrino de una de mis hijas, aunque después perdí el contacto”, asegura Beto antes de aclarar que la radio siempre lo ayudaba a convocar a las grandes figuras para que tocaran en el boliche.
“El día que vino Soda Stereo y Virus metimos en el parque 1300 personas; los patrulleros tuvieron que cortar Pavón y 25 de Mayo; tenía 10 policías a mi disposición además de 40 personas de vigilancia… Fue algo espectacular. Fue el homenaje que le hicieron a Federico (Moura) después de su fallecimiento… es cuando Gustavo Cerati cantó Un hombre alado. Los presentó Lalo Mir”, explica.
El puma Vinicius, una de las excentricidades del boliche
En otros tiempos, donde no se hablaba de maltrato animal y menos de los peligros de tener animales salvajes como “mascotas”, La Casona había dado de qué hablar: tenía dos pumas en el parque, uno de ellos llamado Vinicius.
“Teníamos dos pumas, andaban entre la gente y por la noche los guardábamos”, explica Beto con normalidad. Según dice, su primera esposa jugaba con ellos y, por recomendación de los veterinarios, les operaron las garras. “Jugando te podía matar. Unos animalitos hermosos, pero una vecina los envenenó con vidrio molido… me había hecho mil denuncias porque su casa daba a los fondos de La Casona”, señala.
El asesinato de Martín Castellucci y una ley para frenar la violencia
La historia de Beto Caldeiro y La Casona se terminó en febrero de 1997. “A partir de ahí no quiero contar la historia, ni quiero contar por qué me fui ni nada, pero La Casona pasó de ser el mejor boliche, donde todos querían ir, a ser una bailanta. Atilio Amado ya tenía treinta y pico de años y todos saben los desastres que pasaron después”, se excusa, con un halo de misterio, sin querer profundizar en los entretelones de su salida.
El final de La Casona se empezó a escribir de la peor manera: en diciembre de 2006, y de un solo golpe, el patovica José Lienqueo Catalán mandó al hospital a Martín Castellucci, un joven que había intercedido para que dejaran entrar a un amigo al boliche.
“Nos llamaron a la madrugada, era domingo, y nos dijeron que a Martín lo habían golpeado y estaba internado. Salimos tipo 3/4 de la mañana con mi mujer al Hospital Evita”, recuerda Oscar, el padre de la víctima, a LA NACIÓN.
“Los primeros días nos preocupamos por la salud de Martín, que no se veía bien. Paralelamente empezamos a enterarnos de la historia y percibir todo lo había alrededor de ese tema… los intereses que había, los intentos de minimizar lo que había sucedido”, agrega Oscar.
A los pocos días, y a pesar de haber atravesado una leve mejoría, Martín murió por un edema pulmonar. “Poquitos días después nos enteramos por los medios que había una movilización en La Casona y fuimos. Se convirtió en una situación muy violenta entre la gente del barrio y los dueños del boliche”, explica.
“Los chicos nos contaron como los golpeaban habitualmente…”, agrega Oscar antes de detallar: “Recuerdo una escena muy particular que a mí me marcó mucho, una escena muy violenta, los pibes intentaron atacar el local, adentro lo defendían, hubo fuego… intervino la policía. Pero un grupo pudo entrar y le acercó a mi señora una cajita que tenía cartoncitos de colores”.
¿Qué eran los famosos cartoncitos de colores de La Casona? Una especie de identificación para la gente según su poder económico y su apariencia física. “Si eras de clase media o más rubio y blanco entrabas directamente, mientras que a los otros los hacían hacer otra fila. A los que los ponían en esa cola les daban diferentes cartones que tenía un valor distinto, según el color, y se lo asignaban según la apariencia física; me pareció demencial”, explica Oscar.
“Fuimos conociendo a otras familias que también se nos acercaron, otros chicos que habían sido golpeados. Había habido una denuncia de violación… Progresivamente fuimos abriendo la cabeza y sentimos que teníamos que involucrarnos. Ahí conocimos un mundo que nos era ajeno”, agrega el padre de Martín.
Fue gracias a eso que junto a un grupo de voluntarios formaron la organización civil ACM Castellucci y, con su trabajo, se logró impulsar la Ley Nacional N° 26.370, mejor conocida como la Ley de Patovicas, pensada para prevenir la violencia y la discriminación en espectáculos públicos.
“No era la primera vez que pasaba; antes Los Pericos habían tocado en La Casona y pararon el show cuando vieron cómo les pegaban a los chicos que estaban ahí; el Bahiano y el bajista (Gastón Goncalves) vinieron a declarar a nuestro favor en el juicio”, relata Oscar.
Una causa con vueltas y el final de La Casona
Tras el asesinato de Martín Castellucci, la causa se dividió en tres partes, según cuenta Oscar. “En una estaba involucrado el asesino directo; en otra los dos policías que estaban en la puerta y no hicieron nada; y en la restante, que correspondía al lugar… con el tiempo entendimos que esa división tenía el objeto de condenar al asesino material, que es la parte más delgada del hilo, atenuar lo de los policías y un tema central: que Atilio Amado fuera exculpado penalmente”, agrega Castellucci.
Sobre el desarrollo de la causa, cuenta: “Se consiguió detener al asesino material de Martín, que igual ya está en libertad, pero el mismo Atilio Amado se despegó de él”.
Después de 15 años del hecho y 13 del juicio, recién hace diez días terminó el juicio contra Amado. “A pesar de que siguió durante tanto tiempo, no teníamos real interés en esto, pero nuestro abogado nos dijo: ‘Mirá, estos tipos el único sentimiento que tienen es en el bolsillo, andá por ese lado’, me pareció una buena idea”, subraya Oscar.
Hoy en día, el frente de La Casona está cubierto por una serie de locales que impiden el acceso a la casa. “Sabíamos que se hacían reuniones cerradas al público; nos contaron que había una parte que se usaba de estacionamiento, lo que hicieron fue poner esos locales adelante que bloquea la vista, pero La Casona está intacta”, concluye Castellucci.
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