Lo que no sabías sobre la vida de los extranjeros en Nueva Zelanda
Una argentina que no salía de su habitación por no sentirse comprendida, una guatemalteca que dice que se siente como un "alien" en una sociedad que la expulsa; un indio al que temían y tildaban de terrorista y otros testimonios en suelo océanico
El 8 de agosto de 2014 fue el día más frío del año en Nueva Zelanda y fue ese el día en que Mecedes Quevedo llegó al país oceánico para mudarse y comenzar una nueva vida. Por amor, esta guatemalteca decidió dejar el calor de las playas donde vivía para instalarse en la isla que la trata como a "un alien" -o al menos así lo percibe ella. “La gente me hace sentir que no encajo porque me miran pero...”, dice y se calla. No puede seguir hablando por la angustia. Más adelante, junta fuerzas y con los ojos empañados sostiene que no quiere “renunciar" a su cultura. Cree que para sentirse cómoda debe hipotecar su identidad y se niega a eso.
Ese tire y afloje entre abandonar lo propio y nutrirse de lo ajeno es lo que perjudica la integración de ciertas personas que sufren el rechazo. Amrit Singh nació en la India y cuenta que dos de sus amigos “tenían turbante cuando llegaron a Nueva Zelanda y uno de ellos tuvo muchos problemas para encontrar trabajo por lo que tuvo que afeitarse y sacarse el turbante”.
La religión, el color o el idioma son tan solo algunas de las trabas más comunes que encuentran las personas a la hora de integrarse a un mundo nuevo. Esto mismo sucedió con la argentina Vanesa Paredes quien viajó a la isla en 2013 para vivir una nueva experiencia y se encontró con la angustia de enfrentarse a una comunidad con la que no podía comunicarse.
En diálogo con LA NACION, esta diseñadora audiovisual, directora de Cruzando el puente-un documental que refleja la vida de los inmigrantes en Nueva Zelanda-, cuenta: “Tenía 29 años y me estaba por casar. Era el paso a la vida más formal pero siempre tuve la inquietud de querer viajar y de tener una aventura personal, un desafío… Finalmente decidí separarme a seis meses del casamiento. Me recibí y me fui”.
Como muchos extranjeros, Paredes no sabía bien inglés y eso la paralizó: “No quería salir de la habitación porque no me podía comunicar. Estaba muy asustada, tenía pesadillas, las primeras semanas soñaba cosas horribles, creo que estaba depurando la inseguridad que sentía en Argentina”. Tal como explicó, “tenía vergüenza de intentar” y esa sensación se potenció cuando trabajó en el bar del pueblo como camarera: “Me daba pánico hablar porque no entendían mi acento o yo no los podía entender porque, al ser de zonas rurales, tenían un acento muy cerrado”.
En su caso, fue la amistad que encontró en Lucy Holland lo que le permitió hacer de su estadía en Nueva Zelanda una experiencia revolucionaria. “Marcó mucho la diferencia porque fue la primera neozelandesa que abrió las puertas de su casa y me integró a su mundo”. El arte, como pasión común, fue lo que acercó a estas dos mujeres que vivieron juntas durante seis meses en Ashburton.
Este es un pequeño pueblo rural ubicado al sur de Nueva Zelanda. Está en el medio entre dos puentes que lo conectan con otras ciudades y quizás, como un reflejo de eso, se transformó en un manojo de testimonios. Por eso, en Ashburton convergen las historias de Paredes, Quevedo, Singh y otros extranjeros que debieron afrontar los desafíos de vivir de visitante en territorio neozelandés y plasmaron sus experiencias en este documental.
Otro de los que participó fue Bikash Sukul que explica la sensación que sintió al mudarse allí y dice: "Es como si te pusieran en una cárcel (...) No podemos y no queremos cambiar nuestra cultura sino que la llevamos con nosotros. Cada cultura tiene su forma de orar y de celebrar pero, al final del día, todas las oraciones tienen el mismo significado”.
Cruzando el puente: un proyecto para derribar barreras
La neozelandesa Holland se sumó al proyecto desde la producción y, al presenciar las entrevistas en las que los inmigrantes plasmaban su dolor por sentirse excluidos, más de una vez se quebró en lágrimas. “Para ella, como local, fue bastante impactante escuchar cómo la gente se sentía y si alguno tuvo una experiencia de discriminación se avergonzaba”, explica su amiga argentina.
En relación a esto, uno de los testimonios más impactantes fue el de Ade George (Nigeria) quien padece ese rechazo en el hospital donde trabaja como cuidadora. “Hay algunos pacientes que se echan atrás porque soy africana y yo les digo: ‘No te preocupes, voy a hacer lo mejor posible, ignorá la piel es el corazón el que importa, mi cerebro está intacto y sé lo que estoy haciendo”. Pese a eso y al hecho de que tuvo que dejar su trabajo como toxicóloga y ambientalista al llegar a la isla, destaca que ese país “es una tierra de oportunidades”. “Si todos los africanos vinieran aquí, creo que nadie volvería pero... es muy lejos de casa”, dice.
Además de las dos amigas, el proyecto incluyó a la fotógrafa belga Petra Mingneau y a la antropóloga africana Sophie-Claire Violette, quien contactó a Paredes para sumarse. Violette le contó sus vivencias y las dificultades que debió afrontar y Paredes -inmersa en la empatía y en los sentimiento compartidos- aceptó. Según cuenta la argentina, Ashburton “es un pueblo muy cerrado y tradicional” en el que predominan las personas de tez blanca. “[Violette] es de piel morena y el aspecto físico juega un montón en cómo el otro te ve. Le pasó lo mismo que a mi y que a la gente que participó en el proyecto... esa sensación de soledad, de no poder encontrar un punto de relación con el otro”.
También participó el consulado y el gobierno de Nueva Zelanda que les dieron los fondos para cubrir los gastos. Al tratarse de un país que está creciendo por la fuerte inmigración, desde las autoridades quieren estimular la integración y, por eso, ayudaron a presentar el proyecto que se exhibió durante 15 días en la plaza central e impulsaron una campaña -que todavía está en vigencia- para alentar la aceptación e integración del inmigrante. Se llama “Empezar con una sonrisa” y se trata de poner un sillón en forma de sonrisa en diversos puntos de la ciudad para generar encuentros entre un inmigrante y una persona local.
Este cambio demográfico es uno de los factores que más impactó a Sione Taiala, quien se fue de Tonga en 1973 para estudiar en Nueva Zelanda. Tal como cuenta en el documental Cruzando el puente, en ese momento sintió “un shock” al ver la inmensidad de la isla y hoy reconoce que el índice demográfico del país mutó al incorporar a personas de otras nacionalidades y razas: “Hace a la comunidad más interesante, eso es absolutamente hermoso".
Vanesa Paredes explica que el objetivo del proyecto era ese: derribar las barreras de lo que diferencia a las personas para poder construir lazos y nutrirse de las diversas culturas. Y agrega: "Uno de los que participó del video era indio y decía que la gente le tenía miedo porque como lo veían con turbante pensaban que era terrorista. Después del video lo paraban en la calle, lo saludaban y le preguntaban por su religión. Rompimos esa barrera y la gente se empezó a acercar. Eso era lo que queríamos ‘cruzar ese puente’ del miedo que tiene uno frente a lo distinto”.
Eso sucedió también con la argentina, que mira en retrospectiva su experiencia en la isla y se reconoce como una "enamorada" de Nueva Zelanda por todo lo que el país le dio y por los vínculos que pudo formar con las personas locales. Ella destaca el trabajo que realizan las autoridades por recibir a los inmigrantes y acogerlos en su sociedad para hacerlos parte de una comunidad cada vez más internacional y que, paso a paso, intenta superar las fronteras para construir su futuro a partir de la integración de personas de ambos lados del puente.
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