“Lo que más miedo me da es nadar en un mar sin tiburones”, dice una oceanógrafa y buceadora
La estudiosa de la vida marina Gádor Muntaner afirma que los humanos no formamos parte del menú de los escualos
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BARCELONA (El País).— A Gádor Muntaner, experta en tiburones, dan ganas de preguntarle de entrada por sus cicatrices, esperando que las exhiba como el oceanógrafo Hooper y el capitán Quint en la famosa escena de Tiburón. Pero solo puede mostrar una fina línea sobre la clavícula desnuda y no es producto del ataque de un tiburón blanco, un gris o un mako. “Es de una caída de caballo”. Nunca la ha mordido un tiburón, y no será porque no han tenido oportunidades.
Muntaner, nacida en Barcelona, y de 30 año, lleva mucho tiempo buceando entre escualos por todo el mundo para estudiarlos, desde que se encontró con el primero en Maldivas a los 15 años. Le apasionan y lucha por ellos. La oceanógrafa, que dejó Farmacia para estudiar la vida marina y zambullirse, ha presentado recientemente en Barcelona la exposición de National Geographic de fotos de su colega Brian Skerry, consagrada a dar a conocer la verdadera naturaleza de los tiburones y concienciar de la necesidad de su preservación.
—Usted en Tiburón se identifica con el bicho, imagino.
—¡Sí! (ríe) ¡Me encanta la película! El problema es que mucha gente se la toma en serio, como algo real, y eso ha creado muchas fobias y miedos innecesarios. Los humanos no formamos parte del menú de los tiburones, y ellos lo saben. Estadísticamente hay muy pocos ataques, y suelen ser por error o por tanteo, mordidas exploratorias. No se te acaban de comer. Muerden y sueltan al ver que no es lo que pensaban.
—Eso consuela poco si es a ti al que muerden.
—No van a por nosotros, a nivel gastronómico no les interesamos nada. Tu silueta puede recordarles a una foca en el agua, pero los pinnípedos tienen una cantidad de grasa brutal, son muy distintos. Nosotros ni sabemos como las presas de los tiburones ni olemos como ellas. Los tiburones son seres con sentidos muy desarrollados y saben que no somos una especie marina y que no entramos en su menú.
—Entonces, historias como la del hundimiento del Indianápolis que recuerda Quint, con cientos de náufragos en el agua comidos por tiburones…
—Es posible que ya estuvieran muertos, ahogados. Muchas especies de tiburones son carroñeras oportunistas. Cuando encuentran cuerpos en descomposición se los comen. Puede que esos marineros fueran presas post mortem.
—Está esa chica surfista a la que le arranco el brazo izquierdo un tiburón tigre…
—Bethany Hamilton, sí, y ahora es una gran defensora de los tiburones. Fue un ataque claramente por equivocación. Son accidentes muy impactantes, pero muy improbables.
—¿El miedo a los tiburones es producto del cine?
—A ver, es natural que provoquen respeto, son poderosos depredadores, pero también nuestra aversión es producto de lo que hemos imaginado, de nuestro desconocimiento y de información errónea. Ha sido siempre una relación tóxica.
—Aspira a cambiarla.
—Ahora se está despertando la conciencia de que los tiburones son fundamentales para los océanos. Se habla mucho de que tenemos que ser verdes, pero también azules. Y preservar los mares exige cuidar a los tiburones, criaturas maravillosas. Deberían llegar a ser tan carismáticos como los delfines y las ballenas. Lo que más miedo me da es nadar en un mar sin ellos, del que hayan desaparecido.
—Por ser prácticos, supongamos que nos topamos con un tiburón en el agua, ¿qué hemos de hacer?
—No parecer una presa.
—¿?
—No salir corriendo, huir es de presa. Mantener el contacto visual. No perder de vista al tiburón. Si lo ves, tienes el control de la situación. Normalmente, una vez satisfecha su curiosidad, se marchan.
—Vale, pero ¿y si se acerca?
—A veces lo hacen, incluso te tocan con el morro, a mí me han tocado tiburones blancos y tigre, pero nunca me han atacado. Si los respetas te suelen respetar.
—En ese “suelen” cabe un mundo.
—Vale (ríe), te respetan. Si viene hacia ti, puedes ir tú hacia él, así lo descolocas. ¿Golpearlo? Dicen que en un ataque puedes tratar de pegarle en las branquias. Nunca he tenido que hacerlo; si llevas cámara puedes empujarlo un poco con ella y apartarlo. Incluso con la mano desnuda.
—No le teme al mar.
—Le tengo un amor incondicional, desde niña. Me siento segura en el mar.
—Pues mucha gente se ahoga.
—Suele ser por desconocimiento del medio. Y hay accidentes, prevenirlos es fundamental: llevar dispositivos de visibilidad, que siempre sepa alguien dónde estás, y no entrar en pánico.
—¿Su peor momento en el agua?
—Cuando me picó una medusa, una carabela portuguesa. Se me enrolló en el cuello y me picó entre los dedos, que es una zona muy sensible, al tratar de quitármela. Me envió al hospital. ¡Y no era un tiburón!
Por Jacinto Antón
©EL PAÍS, SL
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