Alquiló su vientre dos veces: las motivaciones y las vivencias detrás de una realidad tabú
Stella Maris Galarza tiene seis hijos; además gestó por sustitución a trigemelos y un varón, a los que llama “mejores amigos”
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Stella Maris Galarza, de 46 años, está en la puerta de una cafetería ubicada en el barrio porteño de Balvanera. Allí aguarda la llegada de este cronista junto a sus tres hijas menores: Micaela (15 años), Iara (11) y Milagros (8), que están en plenas vacaciones de invierno. En total tiene seis hijos, cinco nietos y cuatro “mejores amigos”. Este último grupo está conformado por unos trigemelos nacidos en 2019 y un bebé que nació el año pasado, todos en la ciudad de Buenos Aires. Estos cuatro niños se gestaron en su vientre; sin embargo, en sus genes o en el documento de identidad no llevan rastros de Galarza. Incluso, los trigemelos fueron sietemesinos, por lo que al nacer fueron directo a la incubadora y nunca más los volvió a ver.
Galarza llega a la entrevista con LA NACION desde Llavallol, en Lomas de Zamora, donde alquila un departamento en un complejo de monoblocks junto a su actual pareja y padre de las tres chicas, Oscar. En la semana, Galarza sobre todo se ocupa de sus tres hijas, pero también lo ayuda a Oscar en el expendio mayorista de diversos artículos a los vendedores ambulantes de trenes y colectivos.
Entre todas las actividades que ella realiza, además ofrece su vientre para llevar adelante el proceso de gestación por sustitución para familias o personas que deseen tener una familia. Ya lo hizo dos veces y, asegura, quiere volver a hacerlo, algo que le trajo roces con la iglesia a la que va todos los fines de semana en Florencio Varela para enseñar “danza cristiana”.
Marco legal
En la Argentina no hay ninguna ley que regule la gestación por sustitución, y todo lo que no está prohibido –señalan los especialistas consultados– está permitido. Cada persona o pareja que desee formar una familia de este modo deberá buscar una gestante y hacer un acuerdo entre las partes. Luego, dependiendo de la jurisdicción, deberán atravesar o no un proceso judicial previo a la inscripción del niño en el registro civil.
En la Capital hay un amparo colectivo presentado en 2017 por la comunidad LGBT+, el Defensor del Pueblo de la Ciudad y una familia homoparental, que aún está vigente y obliga al Registro Civil a inscribir “en términos preventivos” a los menores nacidos por la técnica de reproducción humana asistida (TRHA) llamada gestación solidaria cuando se den los siguientes pasos: “Que se trate de menores nacidos en la ciudad concebidos a través de dicha técnica de reproducción, que exista la voluntad procreacional de los progenitores y al mismo tiempo que la gestante exprese no tener voluntad procreacional sobre el bebé que está gestando, y que todo esto sea formalizado, por ejemplo, ante un escribano público”, explica Ana Pitiot, gerente operativa legal del Registro Civil porteño.
Pitiot agrega que de la revisión de los consentimientos informados se evidencia que la gran mayoría de las veces las partes prefieren que el tratamiento se realice a través de la donación de gametos femeninos, de forma tal que no haya un nexo biológico con la gestante, pero, aclara, esto no es un requisito que establezca la normativa.
Si la gestante quisiera retrotraer el estado filiatorio para ser considerada la “madre” del menor que gestó, algo que por ahora no sucedió nunca en la ciudad, tendría que explicárselo a un juez, quien deberá expedirse al respecto. Desde aquel amparo, en la Capital se inscribieron 5 menores en 2018, otros 5 en 2019, 6 en 2020, 19 en 2021, y en lo que va de 2022 ya se anotaron 14.
En cuanto a las otras provincias del país, el proceso de inscripción de un niño que nazca por gestación solidaria se judicializa y suele ser más engorroso. Tal como señala Andrés Gil Domínguez, el abogado que representó a la pareja homoparental que participó de la presentación del amparo en 2017, el juez deberá pedir peritajes y realizar audiencias entre las partes, por lo que todo lleva mucho más tiempo que en la Capital y estará sujeto a la decisión del magistrado.
Si bien en la Argentina hubo proyectos de ley para regularla, José Rachid, abogado especializado en THRA, indica que ninguno prosperó. “En nuestro país no hay mucha oposición, solo la Iglesia y algunos sectores del colectivo feminista; aun así, todavía ningún proyecto de ley logró prosperar. Por ejemplo, en Italia hay un ley que prohíbe esta técnica. Dicha ley fue empujada por la Iglesia por su mirada conservadora sobre cómo debe conformarse una familia. Y en cuanto al colectivo feminista, hay sectores que ven en la gestación solidaria la explotación del cuerpo de una mujer con fines comerciales”, argumenta Rachid.
“En Rusia la gestación por sustitución estaba regulada y la agencia que manejaba el tema se cerró porque acusaron a sus autoridades de trata de personas, por eso su regulación trae otras complejidades a las que hay que prestar atención”, agrega Gil Domínguez.
En la Argentina, esta técnica todavía no está tan difundida, aunque –como muestran las cifras– se encuentra en franco aumento. Entre otros motivos, ese incremento se puede explicar porque a nivel local suele ser mucho más económico que en el exterior. En Estados Unidos, donde en algunos estados ese procedimiento sí está regulado, el proceso puede costar entre 100.000 y 200.000 dólares, mientras que en la Argentina ronda los 40.000 dólares todo el proceso. Ese monto incluye lo que se abonará a la gestante, una cifra que varía según el acuerdo que hayan hecho las partes.
Donar óvulos, el paso previo
Para Galarza, la vocación de poner su fertilidad al servicio de los otros surgió en 1995. Ese año por una persona cercana a su hermano escuchó hablar de la posibilidad de “donar” óvulos. La idea le pareció atractiva por lo económico, pero sobre todo por lo que representaba para las parejas que estaban en la búsqueda de un bebé. Entonces decidió avanzar.
“En ese momento no supe quiénes fueron, pero la médica me dijo que de esa donación nacieron cuatro bebés. Al año siguiente de esa donación nació mi primera hija. El embarazo fue algo hermoso, la sensación de sentir a la bebé, su movimiento. Luego tuve dos hijos más con mi pareja de aquel entonces y al poco tiempo de tenerlos, me separé. Pensé que no iba a tener más hijos, pero cuando me junté con Oscar volví a quedar embarazada”, recuerda Galarza.
Si bien no volvió a donar óvulos hasta después del nacimiento de Micaela, que fue en 2007, en 2003 tuvo una experiencia que la preparó para lo que haría más de una década después; una amiga le preguntó si se animaría a llevar adelante un proceso de gestación por sustitución porque había un médico que quería empezar a hacer el tratamiento en la Argentina.
Solo saber que podría gestar un bebé que luego no sería suyo le generó una especie de temblor que la sacudió durante un año entero, como si la hubiera atravesado la convicción de que ese día en algún momento llegaría. Cuenta que lloró, se angustió. “Me estaba preparando mentalmente, sufrí mucho ese año por algo que se concretaría años más tarde”, recuerda.
El llamado llegó recién en 2016. Un médico le hizo la misma pregunta que su amiga en 2003. “Yo estaba con Oscar al lado, le dije al médico que sí quería hacerlo y, cuando corté, Oscar me preguntó si estaba segura. Le resultó raro, pero me dio su apoyo”. El médico le sugirió que se anotara en una página de Facebook que aún hoy está activa llamada Gestación Subrogada en Argentina. Allí armó su perfil.
“Mamá está gorda”
“Una tarde me sonó el teléfono, era una persona que se quería encontrar conmigo para hablar sobre prestar mi vientre. Nos encontramos cerca de la estación de Constitución y Oscar me acompañó. Esta persona ya tenía una nena a través de una subrogación de vientre. Ahora quería tener dos más, y yo le dije que me animaba a hacerlo. En este caso hicimos solo un acuerdo de palabra sobre el dinero que cobraría mensualmente y al final del proceso, y le dimos para adelante. En el primer intento no logré quedar embarazada. Le dije que si confiaba en mí podíamos probar de nuevo, y al año siguiente me volvieron a transferir los embriones y quedé embarazada de trigemelos. Cuando me enteré de que todo iba bien, me puse a llorar. Yo siempre les digo a mis hijas que nosotros estamos para servir y ayudar a los demás”, relata Galarza.
El tratamiento había sido exitoso. Ahora faltaba la parte de explicarles a sus hijas menores, que en ese momento tenían 11, 8 y 4 cuatro años. que su madre iba a atravesar un embarazo ajeno. “Para las otras personas ese bebé significa todo, por eso me parecía bien que mamá lo hiciera”, recuerda Iara. “A mí me pareció raro, pero la apoyamos y la cuidamos mucho a mamá durante sus embarazos”, comenta Micaela. Pero Milagros, la menor de las tres, era muy chica, según Galarza, para entender la complejidad del proceso que su madre había emprendido. Por eso optaron por decirle: “Mamá está gorda”.
“Yo le decía ´Mamá, pará de comer que vas a explotar’”, cuenta Milagros.
El día del nacimiento, que fue en 2018, llegó dos meses y medio antes de los esperado. Al nacer los tres hermanos fueron trasladados de inmediato a una incubadora, por lo que Galarza, luego de gestarlos, nunca los tuvo en brazos y tampoco volvió a verlos en persona. Ahora solo recibe con cierta frecuencia fotos de los hermanos a través de WhatsApp.
De nuevo en su casa, Galarza tenía que pensar algún argumento para explicarle a Milagros la desaparición de la panza: “Le dijimos que me habían operado para sacarme la gordura. Hace poquito le contamos la verdad y ella lo entendió”, afirma.
Hace algunas semanas el padre de los trigemelos le propuso coordinar un reencuentro para este verano. Esa propuesta le genera alegría, pero también algo de ansiedad; dice que no sabe cómo van a reaccionar los chicos, que ahora tienen cuatro años. Si bien no la conocen, y en la formación de los embriones no participaron sus óvulos, sobrevuela una cuestión insalvable: ella los gestó y sintió cómo se movían adentro suyo hasta aquel día vertiginoso en el que nacieron prematuros. Por eso, agrega, ella también se está preparando internamente para ese momento, cuando entrarán en tensión lo racional y el lazo que siempre los mantendrá unidos.
La llegada de Julián
En 2020, mientras transcurría lo peor de la tormenta de coronavirus, una médica le escribió para comentarle que había una pareja, Matías Grichener y Fernando Jerkovich, que querían tener un hijo mediante gestación solidaria.
“Yo estaba en Monte Grande entregando mercadería con Oscar y me llegó un mensaje de Matías para conversar sobre la posibilidad de avanzar con el tratamiento. Me emocioné, le dije a mi marido `Me parece que acá voy a poder volver a ayudar’”, relata Galarza.
Otra vez había que contarles a las hijas que habría un nuevo embarazo. Micaela y Iara dieron el visto bueno, pero Milagros no quería perder su lugar de hermana menor. “¿No se va a quedar en casa, no?”, le preguntaba a su madre.
El primer contacto con Grichener y Jerkovich fue por videollamada, y el primer encuentro fue en lo de una abogada, ante quien se acordaron los pasos por seguir en un contrato que ambas partes firmaron. Allí establecieron una cuota por mes para los alimentos y el monto total que se abonaría al final del proceso. “Yo sentí que ellos se iban a sentir seguros conmigo y decidimos avanzar a pesar del contexto. No fue fácil el proceso, porque en la clínica a ellos no los dejaban ingresar por los protocolos de la pandemia, pero yo pedí que los dejaran y por suerte ambos pudieron entrar y también estar en algunas ecografías”, describe Galarza.
El embarazó siguió su curso y Julián nació el 2 de agosto del año pasado; ayer cumplió un año. “Fue un mediodía y nació por cesárea. Esa tarde lo pude tener en mis brazos, pero no le di el pecho porque se podría generar algún tipo de conexión madre-hijo. Con Fernando y Matías conversamos y nos solemos mandar fotos hasta el día de hoy. Seguramente pronto también nos reencontremos personalmente. Para mí los chicos que gesté son como mis mejores amigos y, no tengo dudas, volvería a hacer todo el proceso. En ese caso, Matías y Fernando tendrían prioridad. Yo no lo hago por dinero, lo hago por amor. Buena parte del dinero que cobré lo usé para actividades solidarias”, concluye Galarza.
“Ahora que soy más grande entiendo por qué mamá lo hace. Ella quiere ayudar a que otros puedan tener una familia. Para mí, Julián y los gemelos son como primos. Sí, yo digo que son mis primitos”, asegura Milagros.
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