NECOCHEA.- "Gabriel, Gabriel", lo llama. Sentado en una sala, con la mirada fija en el techo, el hombre no se da por aludido. "Jorgito, Jorgito", insiste la mujer. Esta vez sí, gira la cabeza y asiente. Durante casi 13 años, este señor de avanzada calvicie, pancita prominente y sonrisa aniñada fue un NN al que habían apodado Jorge. Tras una incansable búsqueda de las personas que lo cuidaron todo este tiempo, hace un mes pudieron identificarlo: se llama Gabriel Coll, tiene 61 años y una condición cerebral congénita que le impide comunicarse mediante el habla o la palabra escrita.
En diciembre de 2005 lo encontraron mientras deambulaba en la Terminal de Ómnibus de Necochea con su bolsito a cuestas. No tenía documentos y nadie sabía cómo había llegado hasta ahí. La policía lo derivó primero a un centro de salud y luego fue trasladado al Hospital Neuropsiquiátrico Domingo Taraborelli de esa ciudad.
"Se dio aviso al Ministerio de Seguridad, a la Secretaría de Derechos Humanos y a la Policía Federal", cuenta Ruth Kalle, directora ejecutiva de la institución de salud mental. Su foto y descripción se incorporaron así a la base del Sistema Federal de Búsqueda de Personas (Sifebu): no era un desaparecido, pero no se sabía nada de su origen, ni si tenía familia.
"Lo difundimos en redes sociales, incluso mandamos al programa Gente que busca Gente, pero nada dio resultado", recuerda Alejandra García, licenciada en Trabajo Social y directora asociada del hospital.
Aunque no puede hablar, a veces logra unos balbuceos. Una vez intentó decir algo parecido a "Jorge" y a partir de allí, ese fue el nombre con el que todos comenzaron a referirse a él. Pero la falta de documento de identidad seguía siendo un obstáculo. Por eso, hace tres años desde el Hospital iniciaron un expediente para solicitar un DNI. En medio del trámite, enviaron nuevamente las huellas al Ministerio de Seguridad, que con una tecnología ahora más avanzada pudo finalmente identificarlo. Así descubrieron que su nombre real es Gabriel, que nació en Fraile Pintado, un pueblo de Jujuy, y que estuvo internado en un hospital psiquiátrico de Alejandro Korn. Allí era visitado por sus padres, hasta que estos fallecieron. Fue entonces cuando Gabriel huyó y fue a parar a Necochea, aunque no se pudo reconstruir cómo llegó.
También se enteraron por su historia clínica que tenía un síndrome psicoorgánico de nacimiento y por eso nunca pudo hablar ni comunicarse por escrito. "Cuando nos avisaron que lo habían identificado, corrí a buscarlo. Estaba en el taller de radio. Les conté a todos y se me cortaba la voz de la emoción", cuenta Alejandra. La misma alegría mostraron todos los presentes en la sala. Pero Jorgito, ahora Gabriel, no tuvo ninguna reacción.
"Se le prescribe medicación, se le hicieron varios estudios neurológicos, se hace trabajo terapéutico. Incluso intentamos hacer un tratamiento psicológico, un espacio de escucha. Pero lo que tiene es de nacimiento, eso lo supimos ahora con la identificación", explica García. "Gabriel nunca fue un NN para nosotros. No es una historia clínica, un número o una patología", asegura la especialista.
En noviembre de 2010 se sancionó la Ley de Salud Mental en la Argentina. La normativa apunta a cambiar de paradigma con el objetivo de evitar la internación permanente de los pacientes en instituciones psiquiátricas y promover los vínculos externos y la inserción en la comunidad. Este principio es el que rige en el Hospital Taraborelli.
"Usamos un tipo de abordaje diferente al tradicional de los neuropsiquiátricos. Obviamente cuando ocurren episodios agudos hay que tomar precauciones, pero la idea es que los pacientes no permanezcan aislados", detalla Kalle.
La institución mantiene sus puertas abiertas, sin rejas ni cercos. También se intenta que los pacientes puedan vivir fuera del hospital, aunque los especialistas cuentan que alquilar una vivienda para estas personas suele ser difícil, por los prejuicios que hay en torno a la salud mental.
La vida cotidiana de Gabriel
En el hospital todos lo tratan con mucho cariño y lo invitan a sumarse a las rondas de mate y a todas las actividades. "Él participa de todo y se expresa, pero a su manera. Estamos tratando de acostumbrarnos a decirle Gabriel, pero no responde a eso. Cuando te acostumbrás a tratarlo, te das cuenta de que de alguna forma él se hace entender", dice Ruth Kalle.
Gabriel responde a comunicaciones simples como "vení", "sentate", "comé". Cuando tiene algún problema con otro paciente, va hasta la enfermería a buscar a alguien del personal. Si algo le asusta, se lleva las manos a la cabeza para que los otros se den cuenta de que tiene miedo. La mayor parte del tiempo tararea alguna canción y cuando escucha música balancea su cuerpo. Si está sentado, zapatea para seguir el ritmo.
Con sus gestos, Gabriel logra comunicarse con todos. Se frota la panza o se lleva el puño hacia la boca cuando tiene hambre. Usa el dedo como una bombilla cuando quiere pedir mate. Toca todo lo que le llama la atención y también lo huele. "Elige su propia ropa y se viste solo. En el hospital hay una ropería a la que tienen acceso todos los pacientes", cuenta Lauza Zabaleta, jefa de enfermería. Los que tiene su propio dinero también pueden ir al centro a comprar, acompañados por los trabajadores sociales.
"Gabriel es muy prolijo, le gusta tender su cama él mismo, con mucha dedicación. No nos deja entrar a la habitación hasta que la dejó impecable y sobre todo alineada con las baldosas. Tiene una obsesión porque todo esté alineado", relata Liliana Hernández, jefa de limpieza del Hospital.
A la hora del almuerzo, Gabriel va a buscar un vaso. Elige uno oscuro de entre todos los que están en un canasto. Se sienta a la mesa y coloca el vaso en medio del círculo interior de una de las mandalas del mantel. Siempre busca la simetría. A su lado se sienta Rosalía Anabel, una paciente que es su amiga. "Yo recuerdo cuando llegó acá. Le presté mi equipo de mate", cuenta la mujer, mientras lo abraza y le pide al fotógrafo que capture el momento. "Dale, reíte Jorgito, para la cámara", le dice a Gabriel. "Yo le sigo diciendo Jorgito, es la costumbre. Saquen muchas fotos, capaz así aparece alguien de la familia", pide Rosalía.
Gabriel come con pasión. Se arma un sándwich con el trozo de carne que le trajeron en el plato. Lo sostiene con una mano mientras con la otra pincha las papas. "Esperá querido, que te las corto un poco", le dice con cariño una enfermera, que cuenta que Gabriel suele guardarse pedazos de pan en el bolsillo. "Después se arma sándwiches de banana, su manjar favorito", se ríe la enfermera.
De todas las actividades que se brindan desde el hospital, la que más le gusta a Gabriel, además de meterse al mar, es dibujar. La mayoría de sus obras son figuras geométricas. Traza cubos a la perfección.
"Apenas llegó dibujaba mucho personas sin cabeza. Luego los hacía completos, con uniforme militar. También suele dibujar seguido un faro o una guitarra", cuenta Beatriz Domínguez, licenciada en terapia ocupacional que trabaja en el Hospital.
La especialista le pide a Gabriel que muestre a los invitados sus habilidades ilustrativas. Gabriel no duda ni un segundo en tomar la lapicera y, concentrado, dibuja un cubo. Cuando lo termina da vuelta la hoja y realiza unas extrañas figuras. Luego sigue con otra hoja y así hasta que en un momento se cansa, se levanta y se va.
"De cerca nadie es tan normal"
La institución, que depende del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, cuenta con 63 camas operativas. Los pacientes se mueven con libertad dentro del hospital. Todos pueden ingresar a cualquier sala, dialogan con el resto de la gente. Los que viven ahí incluso salen a dar una vuelta por el barrio y luego regresan. La convivencia es tranquila. Enfermeros, vigiladores, médicos y pacientes interactúan amigablemente en un ambiente descontracturado y, sobre todo, sin prejuicios.
"Tenemos un grupo de pacientes crónicos, como Gabriel, que viven acá en el hospital. Pero la idea es tratar de externar a todos los pacientes que se pueda", explica Ruth Kalle.
El Hospital trabaja con varios equipos interdisciplinarios. Los conflictos se resuelven dentro de cada grupo. Todo el personal, incluso el de limpieza y el de vigilancia, participa del tratamiento.
Además se fomenta el vínculo con los familiares de los pacientes y la concientización sobre el trabajo preventivo. Esto es importante para evitar hechos como el ocurrido el pasado 11 de octubre en Flores, donde una madre mató a su hija Luego se supo que la mujer padecía depresión y delirios. "Las enfermedades mentales muestran signos, se puede actuar antes de que se produzca un episodio violento pero para eso se necesita el compromiso de la gente, sobre todo de los allegados al paciente", sostiene Alejandra García.
En los pacientes con problemas de salud mental se suelen perder los hábitos. Esto hace que sea muy difícil para las familias. "Siempre hay algo para hacer pero se requiere de conductas constantes y de paciencia", sostiene Silvia Hollman, psiquiatra y también directora asociada del hospital. "En patologías como la psicocsis, la esquizofrenia o la bipolaridad, si se hace una intervención temprana se puede dar medicación. Mientras se sostenga, pueden llevar una vida adaptada a la comunidad", añade.
Los casos se complejizan cuando a la patología se suma una adicción. "Eso también es salud mental", dice Hollman y añade. "Hay actividades para sacarlos del encierro, pero hay que ser creativos. Tenemos que generar dispositivos a medida de las personas y no al revés".
"Queremos que se deje de asociar la enfermedad mental a la peligrosidad. Fomentamos los vínculos familiares y la reinserción en la comunidad -dice Kalle- Buscamos que se pueda promover una buena convivencia con toda la ciudadanía. Después de todo, como se dice, de cerca nadie es muy normal".