Llegó a la Argentina un circo con historia
Son 50 artistas y técnicos de 9 países que vinieron de España con 32 carruajes de principios de siglo
MAR DEL PLATA.- Hacer piruetas en el aire. Saltar a metros de altura y sin red. Un truco de magia. Hacer reír y llorar. Arriesgar todo -hasta la vida- por un aplauso, por seguir una pasión inevitable. Los artistas de circo tienen la capacidad de despertar miles de sensaciones en chicos y grandes. Pero también, son parte de un mundo ambulante que los atrapa en un laberinto secreto.
El español Carlos Raluy sabe bien de qué se trata. A los 55 años, es el presentador del circo Raluy, uno de los más tradicionales de España, que está de gira en Mar del Plata. Su vida, al igual que la de su padre -fundador del circo- y la de su abuelo, siempre estuvo rodeada de payasos, trapecistas, malabaristas y acróbatas.
"Aquí se viven momentos maravillosos. De alegría intensa, de tristeza y, también, de dolor por dejar al público", comenta Raluy. Está ansioso: es la primera vez que visita la Argentina: "Nunca antes vino a América latina un circo así", aclara. En sus 75 años de vida, el circo Raluy hizo giras por Africa, China, Singapur, India y por toda Europa.
La compañía está compuesta por 50 artistas y técnicos de nueve países; muchos hablan en forma indistinta español, francés, italiano o portugués.
Y algo único: trajeron de España 32 carruajes antiguos y camiones, muchos de principios de siglo. Son "caravanas" restauradas, de madera y de hierro, donde viven los artistas. "Este es un circo como los de antes, que respeta las tradiciones, dedicado al espectador culto al que le gusta la historia", explica Raluy.
Mezcla de románticos y aventureros, los artistas dicen que lo que más les gusta de su profesión es visitar países y conocer gente distinta. "Este oficio te abre la mente", dice el italiano Silvano Garibaldi, que durante los espectáculos lanza cuchillos filosos contra dos jóvenes que ponen su cuerpo para que el hombre confirme su destreza, una y otra vez.
Garibaldi nació en un circo, al igual que su hijo William, el malabarista: "Esto es como una droga. Trabajar en la pista, el público..., el aplauso... Uno lo lleva en el corazón. Pero es también una vida muy sacrificada."
Los vehículos antiguos -desparramados en el predio sobre la avenida Martínez de Hoz y Juan B. Justo- conforman una postal pintoresca del pasado: "Se usaban con caballos y les cambiamos los ejes. Son reliquias de la época de los saltimbanquis. Para encontrarlas, recorrimos un sinfín de kilómetros, por muchos países de Europa", dice.
En el único carruaje abierto al público, que es de 1927, funciona una cafetería. Se llama London Bar, en honor a una antigua confitería de Barcelona donde, en los años 20, se celebraban todos los contratos entre la gente de circo. El interior es de madera, con mesas a las ventanas y sillas tapizadas de terciopelo bordó. "Le tenemos una estima especial porque forma parte no sólo de nuestra vida, sino de la de nuestros padres y abuelos", dice Raluy.
Los carruajes vinieron en barco desde Barcelona hasta Buenos Aires. Y, desde la Capital, marcharon 400 kilómetros por ruta, durante 15 horas, hasta llegar a esta ciudad.
Una vida ambulante
¿Cómo es la vida en un circo? "Como la de cualquier ciudadano. Somos muchas familias. Los chicos estudian por correspondencia. Cada uno vive en su casa. Somos como una ciudad ambulante que en lugar de ser de cemento se desplaza", comenta Raluy.
Siempre saben cuándo llegan a un sitio, pero nunca cuándo se van. Ahora están en Mar del Plata. En los próximos meses -quizás- irán a Bahía Blanca y a Buenos Aires. Es así: la única certeza que tienen es el espectáculo que montan a diario. Lo demás, se arma sobre la marcha.
Los días comienzan a media mañana porque las presentaciones los obligan a acostarse entre la 1 y las 3. Los ensayos son diarios.
Antes de los espectáculos -que aquí son a las 19.30 y a las 22- cada uno se maquilla, en una ceremonia diaria. Son momentos de espera, de tensión. Luego llega el público.
Para la gente, el espectáculo circense es un espejo que le devuelve sus fantasías, su melancolía, y que le presenta retos que parecen imposibles.
Para los artistas, cada noche se abre un nuevo desafío.