En los últimos tres años, hubo un “boom” dentro de dos clubes en la localidad bonaerense de San Fernando; qué comodidades ofrecen
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Hace cerca de 12 años, a Fabián De Martino lo miraban como si estuviera loco cuando decía que quería armar un barrio de casas flotantes. De Martino, amante del río desde que nació, tuvo la oportunidad de viajar a Ámsterdam, en donde conoció las típicas casas flotantes de la ciudad holandesa y pensó: “¿Por qué no armar esto en la Argentina, si tenemos un Delta fabuloso?”. Por qué no armar un Little Amsterdam argentino.
Así surgió Casas del Agua, emprendimiento que fabrica y comercializa casas flotantes habilitadas por la Prefectura Naval Argentina (PNA). Son casas fabricadas en el astillero Hard Craft: tienen hasta 87 metros cuadrados y están construidas cada una sobre dos pontones de fibra de vidrio que las mantienen a flote y estables, como un catamarán. Con un tiempo de fabricación de entre cuatro y cinco meses, las casas pueden ser de un piso con terraza o de dos pisos.
En cualquiera de los dos formatos, son hogares equipados casi como cualquier departamento moderno: cuentan con cocinas eléctricas completas, heladera con freezer, aire acondicionado frío-calor, televisor. Además, en el pequeño muelle que cada casa tiene en la entrada, puede instalarse un jacuzzi.
Quienes eligen esta modalidad de vivienda valoran el contacto con la naturaleza y la posibilidad de desconexión sin resignar la cercanía con la ciudad. El barrio flotante se encuentra dentro del Club Náutico San Fernando, a solo pocos minutos de navegación entre las casas y tierra firme. Dentro del club hay canchas para practicar diferentes deportes, restaurantes, gimnasio y otras comodidades.
Las primeras, instaladas en 2011, se ubicaron dentro del Yatch Club Buenos Aires, en San Fernando, donde hoy llegan a ser ocho casas. Pero el verdadero “boom”, como lo describió De Martino, se dio en el lapso de los últimos tres años en el Club Náutico San Fernando, vecino del Yatch Club Buenos Aires, donde al día de hoy suman 21 casas. En algunas de ellas, hay familias viviendo de forma permanente y otras, en cambio, se alquilan para turismo.
“Me cambió la vida mudarme acá”, dijo Julieta Bianchi, de 44 años, una de las personas que eligió mudarse al río de forma permanente. ¿Qué es lo que más disfruta de su nuevo hogar? “La conexión con la naturaleza, flotar, el estar aislada de la civilización y sin embargo, estar cerca. Todavía no me lo creo cuando miro por la ventana y veo el agua”, dijo.
Bianchi, que se mudó en noviembre de 2022 desde Martínez, también en la zona norte bonaerense, es un perfil recurrente entre quienes eligen las casas del agua. “De las 20 casas que vendimos, 13 fueron a mujeres solas”, dijo De Martino, que no encuentra una razón por la que el fenómeno es más popular entre las mujeres, pero intuye que tiene algo que ver con el hecho de que las mujeres hoy “se animan a más”.
“Las casas se amarran en el club, como cualquier barco. Estamos sentando un precedente muy importante asentándonos acá porque este es el club náutico más grande de América del Sur y porque estamos aprobados por la Prefectura. Es un boom esto”, dijo De Martino.
Todas las casas tienen su nombre: Santamarea, Piscis, India, Frida, Oasis y Habanita. Se leen en los muelles de cada hogar flotante. Al igual que a las embarcaciones, es una tradición náutica fundamental bautizar a las casas con un nombre.
Bianchi, por ejemplo, eligió bautizar a la suya como Iemanjá, la reina más importante de toda la religión yoruba, que encarna la figura de virgen de los navegantes, protectora del hogar, diosa de la fertilidad y madre de los peces. “Es mágico vivir acá. Vine buscando la sensación de vivir de vacaciones y eso encontré”, dijo.
De acuerdo a Bianchi, que se dedica a producir carteras artesanales, vivir en una casa flotante no implica ninguna complicación. Hay una lancha que, entre las 8 y las 20, pasa cada media hora por el barrio y los conecta con tierra firme. Dentro del club hay varios restaurantes, y para los amigos, es un buen plan ir de visita al río. Incluso ahora, durante el primer invierno que le toca vivir “flotando”, dice que la experiencia es inigualable.
Las casas, que tienen un monto menor al de un monoambiente promedio en Capital, no tienen una escritura sino una cédula con un número de REY (Registro Especial de Yates), como cualquier embarcación habilitada. Quienes eligen vivir en esta “pequeña Ámsterdam” deben abonar la cuota del club y el amarre, tal como si abonaran las expensas en un edificio. Sin embargo, aunque se trata de embarcaciones no navegables y sin motor, las casas se pueden trasladar y amarrar donde se desee.
De Martino calcula que actualmente deben haber unas 200 casas flotantes en todo el país. “No las inventé yo, las casas flotantes existen desde hace años en el mundo y acá también. Lo que es nuevo es la fabricación en serie y hechas por un astillero. En la provincia de Córdoba hay como 50. Calculo que hoy deben haber unas 200 en la Argentina”, dijo.
Sustentabilidad
Las casas flotantes que fabrica De Martino tienen la particularidad de ser amigables con el medioambiente. El baño, por ejemplo, cuenta con un biodigestor que procesa las aguas grises y arroja al río una sustancia limpia no contaminante. La instalación eléctrica puede ser alimentada por paneles solares y toda el proceso de construcción de la casa no involucra clorofluorocarbonos (CFCs), por lo que no daña la capa de ozono.
“No le veo techo a esto porque tenemos agua por todos lados. Esto recién comienza, va a explotar porque a la gente le ofrece una mejor calidad de vida”, dice De Martino.
A las 9 de la mañana de un martes, un hombre se prepara un café y lo bebe mirando a través de la ventana, que le devuelve la vista del río, varios veleros amarrados y una gran arboleda de otoño. La calma es total, apenas interrumpida por el sonido de alguna garza o el motor lejano de la lancha-taxi.
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