Liliana Porter: inspiracional, su forma de ser
Prodigiosamente capaz de establecer una empatía inmediata, la artista tiene una peculiar habilidad: proponer un juego quedándose a la vez del lado del que juega
Podemos dudar de que exista la inspiración, si por inspiración entendemos ese presunto hálito sublime que está por ahí, en algún lugar inefable, y que eventualmente, si somos suficientemente afortunados, nos impregna con su rapto, para destrabar algún nudo creativo o callejón sin salida. Pero sí existen, no cabe duda, las personas inspiradoras, artistas o no, cuya cercanía e influencia benéficas resultan, a poco de trabar vínculo con ellas, un verdadero factor de mejoramiento y elevación de nuestras vidas.
Liliana Porter es una de esas raras personas. Para quienes la conocen más personalmente, la cualidad inspiracional de Liliana es un rasgo natural de su modo de ser. Una simple conversación implica percibir enseguida la evidencia de que ella ostenta una fisonomía diferente, siempre sorprendente, para ponderar, de una manera luminosa, celebratoria, los hechos y las cosas del mundo. Sería banal e irrelevante suponer que Porter siempre está de buen humor, pero no tanto si concebimos la alegría, el buen talante o la amable predisposición no sólo como virtudes del carácter, sino como una opción ética, regulada por las formas, y las normas, que eventualmente dicta eso que algunos llaman la inteligencia emocional.
A la vez, aquellos que nunca se hayan cruzado con Porter, y la conozcan básicamente a través de su obra, habrán sentido seguramente que las singulares características de esta tienen invariablemente algo de palpable proximidad familiar, como si aun en las instancias más elaboradas o elípticas nos estuviera hablando con una lengua común, y no solamente según los modos semánticos de su lenguaje artístico. En ese sentido, y en cualquiera de los formatos que ha abordado en su extraordinaria trayectoria (dibujo, grabado, pintura, objeto, performance, instalación, cine, teatro), Porter es prodigiosamente capaz de establecer una empatía inmediata, instantánea, sin que eso signifique ninguna concesión o guiño demagógico. De ahí la reacción entusiasta con la que públicos muy diversos reaccionan ante sus muy diversas propuestas, incluso aquellas que podrían no ser consideradas como las más accesibles dentro de los discutibles cánones de accesibilidad del arte.
Esa es la decisiva prueba del acuciante vigor con el que Porter aguijonea nuestras aptitudes sensoriales e intelectuales, y de la muy peculiar habilidad suya de proponer un juego estando al mismo tiempo del lado del que juega. Podría pensarse, en ese sentido, que todo su ideario se basa en la concepción y la puesta en escena de una suerte de ritualidad lúdica como ingrediente esencial de su programa estético, que sería en realidad una hipótesis sobre las relaciones entre los individuos, marcada por la presencia de cierta trascendencia integradora, entendida como una forma de transformación espiritual.
Su poética, que puede ser tan evanescente y metafórica y al mismo tiempo tan sencilla y elocuente como la copla infantil y la fábula, es la del encuentro fantasioso que disuelve límites y nos compromete amorosamente en una tácita complicidad comunitaria universal, de materialidad animada e imbricación animista entre el ser y el mundo. Y quizás lo más estimulante de todo eso es que Liliana Porter lo pone en práctica bajo la forma de una muy dinámica circulación, de un excitante contrapunto e intercambio de los objetos, signos y elementos más cotidianos, reconocibles e íntimamente humanos.
DEL EDITOR: por qué es importante. Tras su participación en Arco Madrid, la artista argentina radicada en EE.UU. integró tres muestras del proyecto Pacific Standard Time en Los Ángeles; a fin de año obtuvo el Gran Premio Homenaje del Banco Central
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