Ligeros de equipaje, encontraron en Europa paraíso y refugio
Junto a su hijo y con dos valijas cada uno, Ana D’Onofrio y Aldo Martínez recalaron en Palma de Mallorca, dispuestos a iniciar una nueva vida
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La ida de su hijo a vivir a Alemania y el triunfo del Frente de Todos en las PASO de agosto de 2019 terminaron de convencer a Ana D’Onofrio y a su marido, Aldo Martínez, de algo que ya venían barruntando: irse del país. “Otra vez el kirchnerismo, no”, se dijeron.
Por estos tiempos, muchos argentinos quieren, o sueñan, o fantasean con radicarse en el exterior, lejos de estas tormentosas playas. Ellos lo hicieron. Ambos jubilados, desde enero del año pasado viven en Palma de Mallorca, España. “Enseguida de llegar comprobamos que habíamos tomado la decisión correcta. No nos equivocamos”, dice Ana, periodista, 67 años, que fue prosecretaria general de Redacción de LA NACION, directora de Para Ti y subdirectora de Gente. Aldo, de 79 años, tiene una extensa trayectoria como reportero gráfico en Canal 9, Atlántida, Perfil y Clarín.
“Veníamos siempre para las fiestas de fin de año porque Aldo tiene a casi toda su familia acá –cuenta Ana–. En 2018, Franco [su hijo, jinete federado de salto, de 19 años] fue a hacer una clínica de equitación a Hamburgo. Le encantó, y cuando volvió nos dijo que se quería ir a vivir a Alemania. Eso nos hizo pensar… En realidad, ya durante el gobierno de Macri veníamos diciendo: si gana el kirchnerismo, nos vamos. Después de las PASO me agarró una depresión terrible y se aceleró la decisión”.
Empezaron entonces un proceso que duró cinco meses y resultó ser muy doloroso: desprenderse de todo, casi literalmente. Vivían en una casona de San Telmo, frente al Parque Lezama, atiborrada de libros, cuadros, archivos, fotos, cartas, recuerdos… Entre lo que regalaron, vendieron o tiraron, incluida ropa, no les quedó prácticamente nada.
Empezaron entonces un proceso que duró cinco meses y resultó ser muy doloroso: desprenderse de todo, casi literalmente. Vivían en una casona de San Telmo, frente al Parque Lezama, atiborrada de libros, cuadros, archivos, fotos, cartas, recuerdos… Entre lo que regalaron, vendieron o tiraron, incluida ropa, no les quedó prácticamente nada. “Nos vinimos con dos valijas y un carry on cada uno, y el perro. Fue muy fuerte ese desapego al estilo Marie Kondo, un impacto psicológico que todavía siento. Quemamos las naves”.
Debacle argentina
Llegaron el 23 de enero de 2020 a la isla de playas de ensueño y sol eterno, la que eligieron, como escribió Ana, “Robert Graves para morir y Chopin y Sand para amarse”. Se instalaron en un departamento amplio y luminoso en el barrio antiguo, a dos cuadras de la Plaza Mayor y a cinco del Paseo Marítimo; pleno centro de la ciudad. Disfrutaban aún las mieles de ese paraíso sobre el Mediterráneo, atracción de turistas de todo el mundo, cuando irrumpió la pandemia, que tuvo a España como una de sus principales víctimas en Europa.
Pero el mes que pasaron sin encierro y aun lo que vino después, allá y acá, les confirmó que la decisión de emigrar había sido acertada. Nada de lo que trajo el retorno del kirchnerismo al poder, dice, los sorprendió. “No hay día que no lea los diarios de Buenos Aires, porque como argentina y como periodista sigo muy pendiente de todo, y al ver las cosas que están pasando sé que si estuviese allá emocionalmente me haría muy mal. Los gobiernos de Néstor y de Cristina me afectaron muchísimo. No queríamos volver a vivir eso”.
La pandemia es terrible para cualquier país, sostiene, pero más para la Argentina. “Hay una debacle institucional que agrava todo. Los tejes y manejes que han hecho con las vacunas directamente es criminal”. Repite dos veces esa calificación: “Criminal, criminal”. Está convencida de que más temprano o más tarde sobrevendrá una crisis política que “será terrible”.
Sigue con especial preocupación lo que está ocurriendo con el Poder Judicial. “Si te metés con la Justicia como se está metiendo el Gobierno, es una señal inequívoca de que las cosas van mal, muy mal. La verdad, no veo la salida, no veo una luz al final del túnel”.
España, advierte, no es una panacea. También ahí encuentra grieta, discursos de excesiva agresividad y, como en muchos países, peligrosos brotes de populismo. “Pero hay anticuerpos, hay reaseguros. La Unión Europea está muy encima de lo que es el funcionamiento de las instituciones, y entonces podés estar tranquilo”.
En brutal contraste con las recurrentes crisis económicas argentinas y sus crónicos procesos inflacionarios, a poco de vivir allá les llamaron la atención dos cosas: que las monedas se usan, tienen valor, y que los precios no suben.
“Es increíble eso”, dice. Salvo contadas excepciones, por todo lo que compran hoy pagan exactamente lo mismo que pagaban cuando llegaron, hace 15 meses. Como que no terminan de acostumbrarse a esa rareza de no tener que hacer cálculos o especulaciones sobre si conviene apurarse a comprar algo “antes de que suba”.
Choque cultural
Otro choque cultural fue comprobar en las calles que la prioridad de los peatones no es algo que se declame en los carteles, sino una estricta realidad; que las velocidades máximas son respetadas, y que la inseguridad directamente no es un tema. “Lo mismo con las mascarillas [tapabocas]. Todo el mundo las usa”.
Aun en tiempos de Covid, Ana y Aldo no dejan de deslumbrarse con las prestaciones del sistema de salud pública. “Es excelente. Yo no tengo prepaga o medicina privada ni obra social: como residente estoy cubierta por una tarjeta de salud que me da acceso a todo en forma gratuita. La atención, las instalaciones –en su mayoría, hospitales universitarios– y los médicos son de primer nivel. Hay centros de salud distribuidos por la ciudad, y si estás enfermo o querés consultar algo, llamás al que te corresponde por tu zona y hablás con tu médico de cabecera. Y si es urgente, enseguida te mandan una ambulancia. Son los beneficios del estado de bienestar”.
Cuando el médico de cabecera receta algún medicamento, los precios son bajísimos, a veces unos pocos centavos, porque están fuertemente subvencionados por el Estado.
Es cierto, admite, que en los peores momentos de la pandemia hubo fallas y el sistema se vio superado y hasta colapsado, lo que generó muchísimas críticas; pero ya se han puesto en marcha planes y reformas para que eso no vuelva a ocurrir.
También hubo importantes retrasos en la llegada de las vacunas, algo que solo ahora se está regularizando. “En las últimas semanas llegaron muchos millones, especialmente de Pfizer y Janssen”. Aldo ya recibió las dos dosis, y Ana, la primera la semana pasada. Mientras, avanza el desarrollo de cuatro vacunas totalmente españolas, que podrían estar disponibles el año próximo o en 2023.
De la Argentina extrañan las reuniones con amigos y las comidas en torno de una buena mesa; Ana es una eximia cocinera, y llegó a tener un blog y publicó un libro de recetas. Hoy, solo Aldo disfruta de sus platos. “Acá se come muy bien, por supuesto. Y a mí, cocinar me relaja. Pero, claro, nosotros nos tomamos muy en serio la cuarentena, incluso más allá de las normas y protocolos, y hace más de un año que salimos poco y que no nos reunimos prácticamente con nadie. Hace unos días sí vinieron a comer familiares de Aldo. Yo salgo a hacer compras, a pasear el perro y a caminar por el Paseo Marítimo, y los domingos vamos a misa”.
Sufrir de lejos
En todos lados –supermercados, shoppings, estadios, cines, teatros, iglesias…– los aforos son muy estrictos “y se cumplen a rajatabla porque hay muchos controles”. La semana pasada hubo una ampliación del horario de atención de bares y restaurantes, solo en terrazas y veredas, hasta las 10 de la noche (antes cerraban a las 8); ahí empieza el toque de queda, hasta las 6. “Cada tanto la policía descubre alguna reunión clandestina”.
Echarse a andar por la costa del Mediterráneo, retozar en la playa, leer muchísimo, ver solo noticieros y programas políticos en la televisión, disfrutar de su nueva calidad de vida: tal la fórmula de Ana y Aldo en Palma de Mallorca, paraíso pero también refugio.
Ella iba a venir al país en abril para visitar amigos y, sobre todo, a dos hermanos en San Luis, que atraviesan problemas de salud (“Somos muy unidos y no veo la hora de abrazarlos”), pero tuvo que retrasar el viaje por una fuerte angina; lo reprogramó para septiembre.
A Franco, que vive en Renania, donde salta y prepara caballos, lo extrañan de cerca. A la Argentina la sufren de lejos.
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