Maltrato animal. Nuestra legislación sigue siendo del siglo pasado
Todavía los animales en nuestro país son considerados “cosas”; lo que antes nos parecía normal, hoy nos avergüenza
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Si a mediados del Siglo XIX, en el sur de los Estados Unidos, hubiéramos interrogado a los propietarios de los cultivos de algodón, acerca del futuro de sus plantaciones sin mano de obra esclava, la respuesta hubiera sido tajante: imposible la continuidad del negocio, con las debidas consecuencias hacia nosotros, los humanos.
Sin embargo, hoy gozamos de la producción de este material; y la esclavitud es un recuerdo que nos avergüenza como seres humanos. Esto, por no nombrar a la mujer, que por ser considerada inferior, mental y emocionalmente a lo largo de la historia antigua, y moderna, fue -entre otras cosas- impedida de votar y elegir a sus propios gobernantes. Su propia batalla posibilitó la igualdad de derechos con el hombre (en Occidente).
Hace solamente unos días, recorría en soledad, una de las últimas plazas de toros activas, en Francia: la bellísima Plaza de Arles, antiguo teatro romano. Un grupo de artistas representaba en la arena la lucha a muerte entre esclavos y gladiadores para una publicidad. Me proyecté hacia el futuro imaginando el día en que las corridas de toros fueran una historia digna de ser filmada, por brutal y lejana, tanto como la representación de esa lucha entre gladiadores y esclavos. Pensé, con impotencia, en la cantidad de sangre y dolor que todavía debían correr, antes de que reaccionáramos masivamente como sociedad, y en consecuencia, se legislara a favor de la prohibición total de las corridas de toros.
Pero volvamos a nuestro país. Hace quince años, descubría asombrada las carreras de galgos a través de sus consecuencias: cientos de animales quebrados, muertos de hambre, enfermos, maniatados con alambres, lastimados, sufrientes; abandonados en basurales, tranqueras y rutas de nuestro país. Las carreras de galgos tenían lugar en el marco de una velada clandestinidad. La ley 14.346, de la época de Sarmiento, nombra una cantidad de delitos implícitos en ellas. Sin embargo, fue después de más de diez años de visibilizarlas, y poblar la ciudad de Buenos Aires de estos mansos y dulces seres, que logramos llegar a la opinión pública y, por lo tanto, al Congreso, que promulgó la norma que hizo efectiva la prohibición, mediante la ley 27.330, mejorando la vida de animales y niños, que participaban en ellas.
Utilizar pieles hoy, en el mundo desarrollado, es algo que va contra las buenas costumbres. En los negocios de moda, vendedores responden orgullosos que la piel por la cual preguntamos es sintética. Muy raramente nos cruzaremos a una persona joven, abrigándose con una de ellas, ya reemplazadas por otros materiales confeccionados sin infligir dolor, solo para dar algunos de los ejemplos comunes con los que nos encontramos diariamente. Sin embargo, nuestras leyes siguen siendo del siglo pasado. Que la ornamentación y la cosmética tengan que necesariamente infligir sufrimiento para poder gozar de ellas no es necesario.
Los animales en nuestro país son considerados “cosas”. Sí, “cosas”, tanto como una mesa o una silla. Cualquiera que haya estado en contacto con uno de ellos habrá notado que los animales comprenden -unos más, otros menos- que expresan contento, (por no nombrar la palabra “alegría”), dolor y sufrimiento. Ante la amenaza de peligro, gritan -los invito a acercarse a un matadero de cerdos-, aullan, tiemblan, escapan, disimulan. Ante el encierro, se rebelan, resignan, enferman muchas veces y llegan a morir de tristeza y desesperación.
¿Qué es lo que hace que a seres absolutamente vulnerables nos neguemos a brindarles derechos básicos y protegerlos del abuso y la crueldad que inevitablemente son parte del ser humano? Como lo hemos ido haciendo con todas las minorías vulneradas del mundo, de las que nos hemos aprovechado a nuestra conveniencia.
La Ley Conan, del diputado Damián Arabia, se trata de esto. Si tener un presidente sensible al sufrimiento animal, nos facilita la posibilidad de dar un paso –pequeño- hacia una ley que nos permita contar con las herramientas adecuadas, para detener la crueldad y el abuso hacia seres inocentes, sometidos a nuestra total merced, bienvenido.
¿Acaso castigar los abusos del hombre no nos convierte siempre en una sociedad más justa y evolucionada? Lo que antes nos parecía normal, hoy nos avergüenza. ¿De esto también, mañana nos avergonzaremos?
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