Le dijeron que su hija había nacido muerta y la encontró 26 años después en San Martín de los Andes
Karina dio a luz a su bebe en 1987 en una casa particular; en 2013 la encontró por Facebook, se hicieron el ADN y se conocieron; cómo es el día a día de esta familia tras el encuentro
“Me aplicaron una inyección y me dejaron sola en una habitación fría y oscura, con unos dolores insoportables; ahí nació mi bebe, muerto, según me dijeron”, recuerda Karina, de 44 años, con una mezcla de enojo y angustia en su voz. Ella prefiere mantener en reserva su apellido, pero está dispuesta a contar a LA NACION cada detalle de su historia “para que sirva como experiencia y esperanza para otros, porque los milagros existen”.
A sus 14, Karina quedó embarazada de un novio de su adolescencia. Temerosa de la reacción de su madre, decidió contárselo en una parada de colectivos de Temperley “para que no le pegara”. Sorprendida por la noticia, su mamá la obligó a ocultarlo y a no decirle nada a su papá, quien viajaba mucho por temas laborales: “Si le pasa algo a él, te vas a sentir culpable”, la alertó.
Me dijeron que mi bebé había muerto. Con eso me quedé, crecí, me casé y tuve dos hijos
Allí comenzó el capítulo más angustiante de su vida. “Un día mi mamá me llevó a la casa particular de una doctora en el barrio de Turdera, que me revisó y me preguntó de cuántos meses estaba, un dato que yo no sabía. Al tiempo volvimos a ir y me aplicó una inyección. Al día siguiente, el 10 de abril de 1987, me empecé a sentir mal y regresamos a lo de esta mujer. Me dejaron sola con trabajo de parto en una habitación fría y oscura, con unos dolores insoportables”, recuerda durante una entrevista con este medio, mientras apura las palabras más duras que escuchó en su vida: “Tu bebe nació muerto”, le dijo la partera, y le preguntó si quería verlo. Karina no quería, probablemente no podía: “Estaba sola, tenía miedo, me daba impresión”, repite.
Pero eso no fue todo. “Me dijeron que me cambiara y un señor me llevó a la casa de una amiga de mi mamá, donde supuestamente estaba ella; pero no había nadie. Volví a la esquina, esperé sentada y me dormí. Una persona me encontró y me llevó otra vez a esa casa, donde finalmente encontré a mi mamá, que me dijo que estaba de 5 meses y, por eso, el bebe había muerto. Con eso me quedé, crecí, me casé y tuve dos hijos”, cuenta, tomada de la mano de su marido.
Tal como relata Karina, su vida siguió, muchos recuerdos escaparon de su memoria, y llegó incluso a “bloquear” su traumática experiencia, al punto de no contárselo a nadie y de decirle a su obstetra -embarazada de su primer hijo con su esposo- que “era primeriza”. Pero la esperanza seguía viva en su interior: “Cada 10 de abril me preguntaba si estaría viva y dónde estaría; siempre presentí que era una nena y que estaba viva, iba a llamarla Soledad”, asegura, mientras juega con un pañuelo que a cada rato seca sus lágrimas.
Una sesión de terapia, la clave para empezar la búsqueda
A sus 38 años, por primera vez, Karina fue a la psicóloga. Sus dolores corporales sin explicación la derivaron al diván, sospechando que su secreto mejor guardado pugnaba por salir. “Lo primero que le conté fue mi historia. Ella me preguntó dónde estaba enterrado mi bebe y si tenía el certificado de defunción. Me puse a llorar, nunca me lo había planteado”, recuerda. Ese fue el puntapié para iniciar la búsqueda que la llevaría a su hija.
Compartió su historia con sus hijos adolescentes y su marido, y con todo el apoyo de ellos, comenzó a buscarla. “No sabíamos por dónde empezar. Fuimos a la Defensoría del Pueblo, al Registro Nacional de las Personas de La Plata, al INADI, a Abuelas y a Madres de Plaza de Mayo; todos nos cerraron las puertas. Fuimos al registro civil de Temperley y nos dijeron que no se podía acceder a los papeles -después descubrí que mi hija estaba anotada ese día, en ese registro civil, como hija biológica de otra persona-.”, cuenta Karina, haciendo un esfuerzo con su marido por recordar el listado de lugares por los que pasaron en busca de ayuda. El paso siguiente fue buscar a la partera y a la amiga de su madre -a cuya casa había ido tras el parto-: ambas negaron todo y les dijeron que su historia era mentira.
Sin respuestas, decepcionada, hizo su último intento. El 18 de marzo de 2013 publicó su historia en una fanpage llamada “Hijos biológicos que buscan su identidad”. Recibió miles de mensajes y conoció a dos chicas, pero ninguna era su hija. Tiempo después, recibió un mail de una chica de San Martín de los Andes que le dijo que los datos de su historia coincidían con los de su hermana.
“Al día siguiente me llamó su papá y quedamos en volver a hablar al otro día. Me enteré que se llamaba María Celeste Pareto, que tenía 26 años y que era mamá. ¡La veíamos tan parecida a mí!”, recuerda, con una sonrisa que ilumina sus ojos marrones. En ese momento, su hija también se enteró de la verdad: “Para ella fue un balde de agua helada, porque le habían dicho que su madre había muerto y que los abuelos la regalaron”.
La prueba de ADN y la confirmación
Luego de muchas charlas, risas y sueños compartidos, llegó el momento de hacerse el ADN. El 11 de septiembre de 2013 recibieron el resultado por mail: “99,96% de compatibilidad”. Ya no había dudas: eran madre e hija. A ambas le habían dicho que la otra había muerto, pero finalmente lograron el reencuentro.
“Fue una fiesta, estallamos de alegría. La encontramos después de tanta lucha”, recuerda Karina, emocionada hasta las lágrimas. Le mostró el análisis a su hermana y a sus padres, con los que tuvo, por primera vez, una charla sobre lo que había pasado: “Mi papá en ese momento me pidió perdón. Yo le había contado todo un tiempo antes y él me juró que no sabía nada. Todo empezó porque yo sospechaba que no era su hija biológica, y él me lo confirmó”, cuenta, toma un mate y continúa: “Mi mamá se hizo la sorprendida, dijo que no podía ser porque a ella le habían dicho que yo había nacido muerta. Le pregunté por qué me dejó sola, y me dijo que no lo había pensado, que si lo hubiera hecho, no me habría dejado sola. Y le creo”, sostiene, mientras seca sus ojos.
El reencuentro
Llegó el momento más ansiado: el de conocerse, abrazarse, mirarse por primera vez a los ojos. A pesar de su mala situación económica, gracias a amigos y conocidos, consiguieron pasajes y alojamiento en San Martín de los Andes. El 19 de octubre de 2013 ella, su marido y sus dos hijos, se tomaron un ómnibus hacia el sur. “Cuando llegué, bajé, nos abrazamos y lloramos de la emoción”, recuerda Karina.
Las visitas entre ellas continuaron en noviembre -cuando Celeste conoció su casa- y en mayo de 2014; la última vez que se vieron fue en enero de 2015, cuando Karina fue con su familia para el sur.
Cuando llegué, nos abrazamos y lloramos de emoción
Nueve meses más tarde, en septiembre, comenzaron las discusiones entre ellas, que siempre tenían a la madre de crianza de Celeste en el medio. “Le pedí solicitud vía Facebook a la mamá de ella para entablar un vínculo, pero me bloqueó. Mi hija se enojó mucho por eso, discutimos, me dijo que la había desilusionado y que me olvidara de ella. Ahí se cortó la relación, y desde entonces no hablamos. Le dije que siempre iba a estar, para ella y para mi nieto, y que la iba a esperar”, cuenta, mientras muestra emocionada las fotos que tienen juntas en su celular.
“Sentí que perdí a mi mamá -porque veníamos discutiendo por Celeste-, perdí a mi papá -porque él creía que iba a matar a mi mamá por disgustos-, perdí a mi hija y a mi nieto. ¿Con qué me quedé? Con el sabor de que la encontré, porque me podría haber muerto sin saber de ella”, destaca, con su mano aferrada a la de su marido.
Un futuro incierto
Su historia también le dejó enseñanzas marcadas a fuego: “Aprendí que la verdad duele una vez, pero la mentira duele siempre. Y que nunca hay que bajar los brazos, porque los milagros existen”, sostiene Karina, mientras responde, con voz entrecortada, a la pregunta de qué quisiera decirle a su hija si la tuviera en frente: “Que la quiero y que la espero”.
Si bien Karina se reencontró con su hija, hay algo que sigue buscando: justicia. “Mi hija fue vendida a una pareja en Quilmes, Silvia y Roberto. Tengo un ADN a mi favor. Quiero que se reconozca legalmente que ella es mi hija, que le anulen la partida de nacimiento, porque la madre biológica soy yo. Para eso necesito un abogado especialista en derechos humanos y familia, pero no puedo pagarlo”, pide Karina, con el último aliento que le queda luego de recordar su historia.