Las paradojas de la militancia juvenil ecologista
Hay al menos un terreno en el que los chicos nos pueden educar a los adultos: el del cuidado del medio ambiente y la preservación del planeta. Está claro: las nuevas generaciones son menos depredadoras, tienen más conciencia ecológica y han incorporado, con naturalidad, una sensibilidad constructiva para relacionarse con la Tierra. Es, si se quiere, una paradoja de estos tiempos desafiantes y complejos. Aunque viven más encerrados en el mundo digital, más conectados a Spotify que trepados a los árboles, y más apasionados por la Play que por juntar lombrices, tienen con el medio ambiente y la naturaleza un vínculo más respetuoso, más amigable y consciente. El riesgo –siempre hay alguno– es que se pasen de rosca, y que el activismo ecologista conduzca a cierto absolutismo que no admita matices, relativismos ni preguntas. No hay causa, por noble que sea, que no deba pasar por el filtro del juicio crítico. El ecologismo no es, por supuesto, la excepción.
Con un piloto amarillo, una pancarta de cartón y unas trenzas aniñadas, una adolescente sueca se ha convertido en emblema de una generación indignada por el calentamiento global y convencida de las graves consecuencias que pueden provocar en sus vidas el efecto invernadero. Greta Thunberg tiene 16 años, vive en Estocolmo, es hija de un actor y de una célebre cantante de ópera. Sufre el síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista del que se puede aprender mucho en una brillante obra teatral que está en cartel en Buenos Aires (El extraño incidente del perro a la medianoche). Aunque la figura de Greta nos parezca lejana, es una suerte de heroína para miles de jóvenes argentinos que se han subido a una movida mundial "en defensa del planeta".
Es un fenómeno que se está metiendo en la conversación familiar. Ya no se trata solo de separar residuos, evitar bolsas de nylon y reciclar envases de plástico. El movimiento juvenil por el clima empieza a fijar metas más ambiciosas y abre al mismo tiempo un debate de aristas complejas. Greta ya es una celebridad mundial que enarbola esta bandera. Acaba de viajar de Europa a Nueva York en un barco que navega con energía producida por paneles solares y turbinas submarinas. Dice que subirse a un avión es enfermar al planeta. Estos nuevos movimientos llegan a ese punto: combaten la aviación, la industria automotriz y hasta los ferrocarriles por sus efectos contaminantes sobre la atmósfera.
Millones de jóvenes en todo el mundo se conmueven más con los incendios del Amazonas y la invasión de algas en las costas mexicanas que con la crisis migratoria en Venezuela o el avance de la xenofobia en Europa. Las redes sociales son un termómetro fiel de esa escala de sensibilidades. Quizá sea discutible. Pero lo cierto es que el activismo ambiental tiende a convertirse, hoy, en la causa más movilizante entre las juventudes urbanas. ¿Hay algo de esnobismo? ¿Es una militancia elitista? ¿Se trata de una causa impregnada de cierto fanatismo? ¿Hay densidad conceptual detrás de las pancartas o es solo activismo de eslóganes? Son interrogantes válidos, y no deberían ser descalificados con el facilismo fulminante que invade las redes sociales.
Muchos creen que detrás de la causa ecologista hay un negocio gigantesco y multimillonario, teñido de intereses y atravesado por lobbies muy poderosos. Otros plantean una escala de prioridades, y dicen que el probable calentamiento de la Tierra no es más urgente que el drama acuciante de los millones de habitantes del planeta (y de nuestras propias ciudades) que viven en la miseria. En el medio hay una generación que, con argumentos y sensibilidad, dice: "Si no salvamos al planeta, nos quedamos sin futuro". No hay verdades absolutas ni siquiera en el campo de las ciencias. Como en casi todos los temas, lo importante es evitar los fanatismos y los excesos de indignación. Quizá podamos avanzar en una movilidad más sustentable, sin volver por eso a las carabelas de Colón. Quizá podamos preocuparnos por las ballenas sin dejar de sensibilizarnos por lo que le pasa a nuestro vecino. Quizá podamos imprimir menos papel en la oficina sin juzgar al que lo hace como un "asesino de árboles".
Debemos celebrar la convicción, la rebeldía y el compromiso de una generación que busca salvar al planeta. Podemos admirar el coraje y el empuje de Greta, sin convertirla por eso en portadora de una verdad revelada. Quizá podamos progresar sin extremismos. Y sin abandonar el sano ejercicio de la duda.
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