Las otras víctimas: la desesperada lucha por salvar a los animales de los incendios en Corrientes
Yacarés, carpinchos, y hasta vacas escaparon de las llamas y se refugian en espacios donde hay agua; uno de ellos es la reserva Don Luis , cerca de los Esteros del Iberá; allí una pareja busca recuperarlos; el trabajo de los rescatistas
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ITUZAINGÓ, Corrientes. - En el corazón de los Esteros del Iberá el fuego es incontrolable. A su paso, las llamas arrasan con la reserva natural que tiene 12.000 kilómetros cuadrados y es un pulmón del Litoral argentino. Este espectáculo apocalíptico solo se puede dimensionar desde el aire, como lo hizo LA NACION el sábado en una recorrida con una helicóptero de la Fuerza Aérea.
En la zona cercana a San Alonso, donde hay programas para reintroducir el jaguareté, la llamada línea de fuego se transformó en una figura multiforme que cambia a cada hora. Las llamas engullen los pastizales secos que absorbieron muy poca agua por la escasez de lluvias en los últimos dos años y rodean las lagunas y bañados que desde arriba parecen cráteres. “La capa de materia orgánica seca se transformó en combustible. El fuego reaparece aunque no se lo vea, porque va por debajo de esas capas”, explicó el director del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, Alberto Seufferheld, en la base operativa para combatir los incendios, que se montó en una escuela en las afueras de San Miguel, en el borde de los Esteros.
Los animales huyen de esa tragedia, pero se les hace difícil encontrar refugio o un lugar que no esté devastado por el fuego. Se quemó un 10% del territorio correntino, según datos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y en esa reserva la superficie afectada por las llamas superó las 240.000 hectáreas.
El fuego comenzó en el área conocida como el Triangulito Uno y se extendió hacia el humedal con una rabia increíble. La fauna quedó acorralada en las pocas lagunas y bañados que no se secaron. Desde el helicóptero se ven grupos de animales refugiados en charcos de barro. Son los únicos vestigios de esa vida anterior a la sequía.
Muchos de ellos se refugian en lo que podría describirse como el patio de la casa de Alejandra Boloqui y su pareja Cipriano Oporto, que viven en la reserva privada Don Luis, en el corazón de los Esteros. La propietaria del campo es la expiloto y naturalista británica Miranda Collet. El matrimonio además coordina la Fundación Cambyretá para la Naturaleza (Fucana), que ahora con la ayuda de algunos voluntarios suministra alimentos y agua a los animales que huyen de las llamas.
La casa de ambos está ubicada unos 40 kilómetros hacia dentro del portal Cambyretá, uno de los accesos a los Esteros del Iberá, ubicado sobre la ruta 12, el camino que une la capital correntina con Ituzaingó. Boloqui y Oporto pelearon duro contra el fuego que llegó a 80 metros de su casa y de dos cabañas que terminaron de construir este año para alojar a turistas ambientales. ”Fue durísimo”, reconoce y muestra sus manos resecas y maltratadas por ese trabajo pesado.
En esa lucha contra las llamas, Oporto fue mordido el viernes de la semana pasada por una yarará, que no solo provocó que ahora renguee, sino que le tuvieron que aplicar cinco dosis de suero antiofídico ante el poder del veneno de la serpiente. “Si generalmente tardamos una hora y media en llegar a Ituzaingó ese día el tramo lo hicimos en 40 minutos. Fue un susto grande”, admite Boloqui, mientras desde un quincho que está a pocos metros de su casa, donde aloja a voluntarios que van a ayudar en el combate contra el fuego, se ve una postal extraña.
En una aguada que construyeron sobre lo que antes era una laguna –ahora seca– conviven en armonía las vacas de los productores vecinos, más de 30 yacarés, carpinchos y aves. “Mucha gente cree que los animales se pelean y en realidad solo los humanos tenemos ese tipo de conflictos. Ellos conviven en armonía ante la necesidad”, señala Boloqui.
La reserva natural Don Luis tiene una superficie de 1600 hectáreas dentro de los Esteros del Iberá, la reserva natural que tiene 12.000 kilómetros cuadrados. Y las llamas arrasaron 1400 hectáreas. “Aunque ahora esto se ve apocalíptico y uno puede pensar que todo se terminó la naturaleza es tan increíble que se regenera a una velocidad arrolladora”, explica la mujer y muestra un árbol de curupí que tiene el tronco íntegramente quemado y que por arriba comienzan a verse unos diminutos brotes verdes. “Hace una semana parecía que moría y ahora muestra que tiene vida”, comenta Boloqui.
Advierte que lo único imprescindible en ese lugar es el agua. “Tiene que llover y mucho”, agrega. Hoy unas gotas perdidas se marcaban en el camino de arena junto al casco de la reserva. La lluvia que se esperaba parecía no llegar nunca. La situación se tornaba increíble, porque a 40 kilómetros de allí las precipitaciones eran intensas, pero dentro del parque no caía casi una gota. “Algunos creen que es por el propio fuego”, detalla.
Alejandra y Cipriano llevan agua a una especie de estanque natural que está cerca del camino que sale de su casa y va hacia un monte, que también fue afectado por el fuego la semana pasada. En un charco de barro espeso, que parece, por el tono oscuro, petróleo, hay otra población de yacarés y carpinchos. También las aves interactúan con los animales, como los tordos que le comen las garrapatas a los carpinchos, o el Ipa Caaá, un pájaro al que en la zona le dicen “correcaminos”.
Diversidad
A unos metros de allí, en lo que antes era un arroyo, se mueve lentamente una serpiente curiyú de más de tres metros de largo. En la reserva tienen cámaras trampas para ver cómo los afecta a los animales esta situación. “Estamos siguiendo a la curiyú porque va a tener cría”, dice Boloqui.
El clima dio un respiro hoy en algunas partes del Corrientes. Aunque no hubo lluvias grandes, en la zona de Ituzaingó cayeron menos de 40 milímetros durante la tarde, y el viento, que es un aliado de las llamas, dio una tregua.
Los focos más importantes se concentraban ahora en Santo Tomé, en la zona cercana a la frontera con Brasil.
En Ituzaingó la lluvia provocó festejos, hasta algunos automovilistas tocaban bocina en la ruta 12 cuando sus parabrisas se cubrían de agua.
En los Esteros del Iberá la naturaleza no puso resistencia a las llamas, sino que ayudó a que el fuego se expanda desde mediados de enero pasado con una ira descomunal. Pero allí jugaron también un rol clave los bosques de pinos y de eucalipto que desde hace dos décadas se transformaron en una de las producciones clave en esta provincia. Cada pino absorbe unos 300 litros de agua por día, algo que parecía positivo para una zona donde los problemas siempre fueron las inundaciones. Sin embargo, ahora con esta sequía extrema, ese tipo de producción forestal agudizó la crisis.
En esta región conviven esas dos miradas, la productiva y la ambiental, muchas veces en tensión como estos momentos.
Solo la Fundación Rewilding Argentina, que trabaja en el Parque Nacional Iberá, perdió 200 kilómetros de alambrado y tienen que reponerlo rápidamente para preservar la fauna local y evitar que ingresen a su hábitat los animales de cría de campos vecinos que están buscando agua. Además, se quemaron los corrales de presuelta de animales que eran de alambre tejido.
“Estamos tratando de que no llegue el fuego a San Alonso, que es nuestra trinchera. En San Nicolás, arrasó con todo y está cerrado. En [el portal] Cambyretá [del Parque Iberá] también se quemó todo, pasarela e infraestructura. Pudimos rescatar a los guacamayos, que por suerte los trasladamos al centro de rescate Aguará. A [la reserva] Yerbalito le pasó el fuego por arriba hace tres días y se sigue quemando el monte”, detalla Sofía Heinonen, directora ejecutiva de Rewilding Argentina. También por la reserva de Guyaibí avanzaron las llamas.
Hoy, el cambio de dirección del viento hizo que el fuego empezara a moverse hacia donde está el centro de reintroducción de los yaguaretés. La fundación trabajaba contra reloj en los cortafuegos.
“La mayor preocupación son los bosques, porque el fuego está entrando con mucho viento, y eso va a demorar más en reponerse –dice Heinonen–. Para nosotros, lo importante es que las áreas de parques nacionales y parques provinciales eviten que haya más presión en el ecosistema: al quemarse los alambrados, las vacas y otros animales de los vecinos ingresan por el agua en los espejos del Estero y se van a instalar. Si lo hacen, el impacto será doble por el agua y el pasto que aún no se quemó. Es de esperar que Parques Nacionales recomponga los alambrados y proteja el ecosistema. Hay que salvar la última arca de Noé que son los Esteros”.
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