Las mujeres que nos llevaron a la Luna
A mediados del último siglo, en las salas llenas de humo a lo Mad Men de la NASA se pensaba que las mujeres estaban destinadas a las tareas domésticas y, si estudiaban en la universidad, lo hacían para "conseguir marido" y por otras razones igualmente banales. Los arquitectos que habían diseñado los edificios en los que trabajaban miles de hombres en el programa espacial ni siquiera habían contemplado la posibilidad de que hubiera lugares para ellas.
Sin embargo, un puñado de pioneras hizo aportes vitales para que Armstrong, Aldrin y Collins descendieran en nuestro satélite natural y, lo más importante, regresaran a salvo. La historia de tres de ellas, Dorothy Vaughan, Mary Jackson y Katherine Johnson, que además tuvieron que enfrentar los prejuicios raciales que prevalecían en la época, se difundió masivamente gracias al éxito del libro Talentos ocultos (Hidden Figures, de Margot Lee Shetterly) y la película homónima dirigida por Theodore Melfi.
De ellas, la más destacada fue Johnson, que cumplió 100 el año pasado. Ya de chica mostraba un excepcional talento para las matemáticas, por lo que sus padres hicieron esfuerzos enormes para pudiera educarse. Se graduó con honores a los 18 y pudo realizar estudios de posgrado gracias a que la habilitó un fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Después de trabajar en varias secciones de la NASA, fue transferida a la de Controles de Naves Espaciales y al programa de retorno de la misión, donde debía calcular las trayectorias de los cohetes que se lanzaban al espacio.
Para imaginar la complejidad de su tarea baste con mencionar que para que la nave aterrizara en el lugar deseado, había que tener en cuenta factores como la rotación de la Tierra y la variación de la fuerza de gravedad. Gracias a Johnson, Alan Shepard pudo completar su vuelo suborbital de 15 minutos (y convertirse en el segundo hombre en volar al espacio después del ruso Yuri Gagarin). Dicen que su pericia era tal, que cuando usaron las primeras computadoras para trazar la trayectoria que debía describir John Glenn, el primer norteamericano que orbitó la Tierra, como éste no tenía confianza en las nuevas máquinas insistió en que Johnson verificara los cálculos.
Claro que el desafío de la Apolo 11 era mayor aún. No se trataba de vuelos de algunas horas y a 200 km de distancia, sino de cuatro días y 380.000 km de altura. En particular, tuvo que estimar con mucha exactitud el momento en el que el módulo de descenso (Eagle) debía despegar de la Luna para acoplarse nuevamente con el Columbia, que aguardaba en órbita. Y todo lo hizo a la perfección.
Johnson era una fuera de serie, pero hubo otras. No hace mucho se descubrió quién era la joven rubia que sobresale en las fotos en blanco y negro de la sala de control de lanzamiento, la única mujer entre cientos de hombres. Su nombre es Jo-Ann Morgan, una estudiante de ingeniería y matemática que se había incorporado a la NASA en 1958, cuando se estaba formando. Hacia 1969, ya tenía una década de experiencia y sin embargo tuvieron que darle un permiso especial para que pudiera estar allí, contó en diversas entrevistas. Cuando Armstrong apoyó su pie en la luna, ella estaba de vacaciones con su marido en una isla no lejos de las costas de Florida. "Tomamos champagne –recordó– y me dijo: vas a figurar en los libros de historia". Tenía razón.
Neil Armstrong y Buzz Aldrin pudieron retornar a la Tierra gracias a tecnología diseñada también por una mujer: la matemática Poppy Northcutt. Graduada en 1965 en la Universidad de Austin y especializada en "mecánica celeste", calculó las maniobras que pondrían a la nave en curso hacia nuestro planeta, el programa "regreso a Tierra". "El lanzamiento fue maravilloso, pero la experiencia más profunda fue el aterrizaje. Fue la perfección", le dijo Northcutt a la revista Good Housekeeping.
Interesada por los derechos de las mujeres y por impulsar igual salario por el mismo trabajo, cuando el programa Apolo finalizó, Northcutt se unió a la oficina del alcalde de Houston como abogada de mujeres de la ciudad. Se graduó en leyes, y se convirtió en fiscal y después en defensora, trabajó en violencia doméstica y derechos reproductivos.
Otra figura increíble fue la matemática Margaret Hamilton, que durante un tiempo fue profesora escolar de esta materia y de francés para que su marido pudiera terminar su propia carrera en Harvard. En 1960 aceptó un trabajo en el proyecto Mathematics and Computers (MAC) del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) para desarrollar software que pudiera predecir el clima. Luego se incorporó al laboratorio de Charles Draper, que en ese momento trabajaba con la NASA. Cinco años más tarde, lideró el equipo de desarrollo de software para los módulos de mando del programa Apolo en lo que fue el primer paso a lo que posteriormente se conocería como "ingeniería de software".
Como directora de programación de la computadora de vuelo, Hamilton llegó a dirigir a cientos de programadores. El software que diseñó para la NASA permitía realizar cálculos durante la misión y estaba provisto de un sistema de detección de errores que les avisaría a los astronautas en caso de que se produjese un hecho inesperado.
Esto es precisamente lo que ocurrió cuando faltaban pocos minutos para aterrizar sobre la superficie lunar. De pronto, saltaron las alarmas con el código 1201 y 1202. Armstrong avisó al centro de control y debieron decidir en segundos si abortar la operación o seguir adelante.
Fueron Hamilton y su equipo los que resolvieron el dilema. "¡Go, go, go!", gritaron desde Tierra. El mensaje de la computadora de a bordo solo indicaba que estaba limpiando la lista de tareas que no eran prioritarias para destinar todos los recursos a las funciones de descenso.
Como le había ocurrido a Johnson un año antes, el 22 de noviembre de 2016, Hamilton fue distinguida con la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor premio civil de los Estados Unidos, otorgada por el presidente Barack Obama.
"Los astronautas no tenían mucho tiempo, pero la tenían a Margaret Hamilton", dijo Obama al entregarle la distinción.
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