Las mejores anécdotas de los churreros de Pinamar y el insólito pedido que repiten algunos clientes
En diálogo con LA NACION, vendedores ambulantes hablaron sobre su oficio y repasaron los principales desafíos que enfrentan en su rutina diaria
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PINAMAR (Enviado especial).- Son las 2 de la tarde y un grupo de churreros se reúne en la intersección de las avenidas Del Mar y Bunge. Canasta en mano, se saludan y juntan el dinero para comprar la mercadería que venderán durante el resto del día. La imagen se repite frente a distintos comercios de Pinamar, aunque también hay vendedores ambulantes que prefieren moverse en solitario. “Churros, calentitos los churros”, gritan una y otra vez mientras recorren la playa al rayo del sol. Eso sí, siempre dentro de su jurisdicción. Ninguno quiere comenzar un conflicto con otro de sus compañeros de oficio.
Jorge Luis es churrero hace más de una década. Trabajó para diferentes comercios locales y actualmente lo hace para la sucursal de El Topo. A paso firme, camina sobre la arena mientras le cuenta a LA NACION en qué consiste su rutina.
“Primero nos juntamos para pagar la mercadería y una vez que retiramos los churros del local salimos a recorrer nuestras zonas. La mía va desde el muelle hasta Puerto Ostende”, aclara el experimentado vendedor para no tener problemas. Según afirma, son los dueños de los comercios quienes se ponen de acuerdo sobre cómo dividir la playa. “Por cada región trabajamos 10 churreros y esto hay que respetarlo”, advierte con tono serio.
Por su parte, Miguel, quien trabaja para churrería San Cayetano hace algunas temporadas, describe una forma diferente de organización: “Nosotros no nos juntamos para pagar la mercadería, sino que nos organizamos por horarios. Algunos se retiran a las 13, unos a las 14 y otros a las 15. Tratamos de no amontonarnos por el tema del Covid”.
En tanto, Nahuel, un vendedor de Ostende con 20 años de oficio que trabaja para la churrería El Ángel, cuenta que prefiere moverse solo: “Yo por la mañana vendo panes y a la tarde churros. Mi jornada consiste en arrancar temprano, una vez que empieza a venir toda la gente a la playa. Entonces, veo cómo está la movida y después encargo los churros y ya me vengo a vender. Estamos a full este verano”.
Con respecto a las aptitudes necesarias para el trabajo, para todos los churreros la clave está en el buen trato con los clientes y en la capacidad de resistir las largas horas de recorrida bajo el sol. “Lo esencial es caminar sin parar, tal vez hasta las 6 o 7 de la tarde. Y los fines de semana se labura incluso más”, dice Miguel, mientras que Nahuel describe: “Nosotros siempre estamos caminando y tenemos la mejor onda con la gente”.
La extensión de la jornada depende de varios factores, desde el tiempo que desee dedicarle el churrero al trabajo hasta las expectativas de los diferentes locales y su capacidad de producción. Por ese motivo, las ventas pueden variar mucho.
“Si lográs bajar 12 o 15 docenas para las 6 de la tarde, terminaste”, dice Miguel. Nahuel, en tanto, afirma vender 25 docenas diarias, aproximadamente. Y Jorge Luis, mientras se acomoda la gorra que lo cubre del sol, sostiene: “En enero, cuando laburamos bien, vendemos entre 50 y 60 docenas diarias. Y las ventas en días nublados suelen ser incluso mejores”.
Sobre los gustos preferidos de los turistas, los churreros apuntan a los clásicos. “Los que más salen son los churros rellenos con dulce de leche. Son un éxito y los piden personas de todas las edades: chicos, grandes, mayores”, sostienen, aunque también se venden mucho los de crema pastelera y sin rellenar. Las ventas se hacen por docena, media docena y unidad. En el caso de los que llevan dulce de leche, los valores rondan los $600 en el primer caso, $350 en el segundo y $60 en el tercero.
Anécdotas y un pedido insólito
Después de temporadas y temporadas de recorridas por la costa argentina, los churreros atesoran más de una anécdota y ante la consulta de LA NACION no tardan en rememorarlas. “Son muchas, pero puedo recordar que les vendí churros a varios famosos. Le he vendido a Marley, por ejemplo, y a varios técnicos de fútbol, como Mostaza Merlo. También a varios jugadores”, cuenta José Luis.
Inmediatamente después, sonríe y revela un pedido frecuente por parte de sus clientes que no duda en satisfacer. “Me da risa que a veces me pidan que les haga una grabación con el cantito que hago cuando salgo a vender. Me ponen el teléfono celular y yo les digo ‘churros, calentitos los churros’. No sé para qué lo usarán”, confiesa.
Por otra parte, Miguel relata: “Una vez le vendí a Carlitos Tevez. Además de verlo en persona, me llamó la atención su generosidad. Me acuerdo de que le vendí dos docenas y salían, por ejemplo, $1200, pero él me dio $2000″.
Finalmente, Nahuel afirma: “Siempre hay cosas para contar. A veces es gracioso cuando pasa alguno escapando de los agentes de fiscalización. Yo tengo permiso, entonces no pasa nada, pero algunos muchachos sin permiso andan escabulléndose y siempre se ve a alguno correr”.
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