La organización humanitaria cumplió 50 años y publicó un libro con las postales más destacadas de su labor en los últimos años
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Médicos Sin Fronteras celebra su 50 aniversario con un libro de fotografías, titulado La memoria del olvido, que hace un repaso a su labor durante algunos de los principales conflictos y desastres naturales de las últimas décadas.
La cámara de Juan Carlos Tomasi, quien lleva más de dos décadas documentando el trabajo de MSF, pone el foco también en movimientos masivos de población y en historias más cercanas y humanas de mujeres y niños en lugares remotos donde se desarrollan los programas de asistencia médica de la organización.
“Yo creo que es un libro que invita a la reflexión, que hace una pausa, para que podamos darnos cuenta de que detrás de cada historia no hay mundo, hay 1000″, dijo el fotógrafo en la presentación del libro. “En Médicos sin Fronteras el testimonio forma parte de nuestro mandato. Tenemos que explicar, tenemos que contar, tenemos que narrar lo que vemos en los contextos donde nos movemos”, añadió.
Esta es una muestra del largo recorrido de MSF desde su nacimiento en fotos y palabras de Tomasi.
El 3 de abril de 2002, las fuerzas israelíes del Tzáhal irrumpieron en el antiguo campo de refugiados de la ciudad Cisjordana de Yenín. En dos meses, según los registros del hospital de la ciudad, murieron 52 palestinos.
Durante los ataques, que duraron 15 días, más de 150 edificios fueron destruidos, dejando a cientos de familias sin hogar.
A comienzos de 2004, la tragedia de Darfur se agravaba a pasos agigantados. MSF envió un equipo a esta calurosa región sudanesa.
Después de compartir mesa y tés durante unos meses, me hice colega de uno de los responsables de la Policía de Tráfico de la ciudad. Nos entendíamos en un italiano horrible. En su vida de civil, era un astuto comerciante de animales. Un día tormentoso, lo acompañé al mercado de camellos.
Serge Le Duc, coordinador del proyecto de MSF en Florencia, conversaba con un capitán en un retén del ejército de Colombia en una ruta del sur del país, para que autorizara el acceso a un equipo de la organización.
El hecho de tener una base en Florencia, la capital de Caquetá, permitía a los equipos mantener la proximidad con las áreas rurales de este departamento y organizar brigadas de atención primaria a las poblaciones que permanecían atrapadas por el conflicto y a las que era muy difícil llegar.
Guerrero sigue siendo uno de los estados más azotados por la violencia en México, y muchos pueblos de la Sierra Madre quedaron aislados por la rivalidad entre grupos armados.
Estas comunidades llevaban años bloqueadas: no habían tenido acceso a hospitales o centros de salud, ni habían recibido la visita de personal médico, ni habían podido conseguir medicamentos. Las familias no podían bajar a la ciudad a abastecerse y los comerciantes ambulantes no podían subir. A menudo, el confinamiento duraba meses.
En Haití, las temidas pandillas juveniles o chimères nacieron como milicias populares, organizadas para apoyar al presidente Jean-Bertrand Aristide. Tras su segundo derrocamiento en 2004, en los populosos barrios pobres de Puerto Príncipe, como Martissant y Cité Soleil, siguieron los choques armados para exigir su regreso del exilio.
Las clínicas de MSF atendían de manera gratuita, pero, al igual que en el caso de la educación, el 90% de los servicios de asistencia médica en Haití estaban en manos privadas.
Debido a la casi total desaparición del sistema de salud, la presencia de organizaciones humanitarias en República Centroafricana resultaba imprescindible. Tanto para cubrir las necesidades médicas generales como para responder al elevado riesgo de crisis relacionadas con el paludismo, la desnutrición infantil o las epidemias.
Fueron varias las visitas que efectué a lo largo de los años al hospital de MSF en Batangafo, que, para las poblaciones con las que trabajamos, fue y continúa siendo un lugar de referencia en todo el país, a pesar de las escaladas de violencia, los golpes de Estado y los conflictos.
(En 2001), pocos días después de la caída de los talibanes en Kabul, aterrizamos en Bagram con un cargamento de material para abrir un proyecto en el centro del país.
Mientras gestionábamos los permisos para viajar, tuve tiempo de visitar una de las maternidades de la ciudad, en la que estábamos trabajando.
Ntarama es una antigua iglesia católica donde fueron asesinadas más de 5000 personas el 15 de agosto de 1994, durante el genocidio de Ruanda. Cuando la violencia estalló en todo el país, cientos de tutsis buscaron refugio junto a sus familias en los templos a los que iban a rezar cada domingo.
Sin embargo, esta vez la iglesia no los salvó de ser asesinados. Quince años después, tras un periplo por el Congo junto a Mario Vargas Llosa, visitamos el lugar, convertido en un espacio conmemorativo. Durante muchas horas, lo vi invadido por la tristeza y creo que no le escuché palabra alguna.
Mientras el personal de MSF pasaba consulta a niños y adultos en una pequeña casa de adobe en Sucre, Bolivia, y efectuaba analíticas de sangre para identificar la enfermedad de Chagas, una maestra enseñaba a leer a un grupo de mujeres a las que ya se había atendido. Era una actividad social complementaria.
Durante las inundaciones de Mozambique, en la gran mayoría de los viajes, el helicóptero transportaba material logístico y médico, aunque a veces también hacía las funciones de ambulancia.
En más de una ocasión, en algún pequeño hospital o en algún centro de salud aislado, nos encontramos a personas heridas en estado crítico. No había personal médico, ya que, con la subida del agua, los equipos sanitarios locales no podían viajar por carretera.
En Bouca, República Centroafricana, los equipos de MSF tuvieron que ser evacuados después de recibir serias amenazas por parte de los grupos armados que controlaban la zona. Fueron testigos de ataques contra la población, ejecuciones sumarias, asesinatos, agresiones a machetazos e incendios de barrios enteros.
Miles de personas se escondieron y buscaron refugio en los bosques y campos aledaños a sus pueblos. No se atrevían a regresar, por miedo a las venganzas y la represión. La situación se complicó con la llegada de la estación de lluvias y la proliferación de mosquitos.
Cuando MSF volvió a los centros de salud y los desplazados regresaron, se comprobó que gran parte de los niños y adultos habían enfermado de malaria.
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