Las flotas pesqueras de alta mar, de gran impacto ambiental, operan gracias a subsidios de un puñado de países
El último 5 de febrero, un guardacostas de la Prefectura capturó al pesquero español "Playa Pesmar Uno", un "arrastrero" que había lanzado sus redes dentro de la zona económica exclusiva argentina, en inmediaciones de Comodoro Rivadavia. En su bodega llevaba 337 toneladas de pescado (piezas frescas y procesadas de merluza, abadejo, calamar y raya), cuyo valor comercial alcanza una suma varias veces millonaria.
El incidente sería anecdótico, si no fuera porque cada vez son más los barcos que pescan justo en el límite del Mar Argentino en el Atlántico sur. Según Milko Schvartzman, especialista en conservación marina y coordinador de la ONG "Oceanosanos", en 2001 rondaban los 150, pero en los últimos años llegaron a avistarse hasta 600.
Un estudio que hoy se publica en la revista de libre acceso Science Advances, realizado por investigadores de la National Geographic Society, la Universidad de California en Santa Bárbara, Global Fishing Watch, el proyecto Sea Around Us (El mar que nos rodea), la Universidad de la Columbia Británica y la Universidad de Australia Occidental, estima por primera vez el enorme daño ambiental y económico que produce esta práctica, y analiza cuáles son los engranajes que la promueven. Según sus autores, la pesca "a distancia" es enormemente destructiva y solo resulta rentable por los subsidios de un puñado de estados.
Los investigadores calculan que se pesca durante casi 10 millones de horas todos los años en 132 kilómetros cuadrados (el 57 por ciento) de alta mar. Los centros de mayor actividad se encuentran cerca de la Argentina, Perú y Japón, y están dominados por flotas pesqueras chinas, taiwanesas y surcoreanas que se dedican a la pesca del calamar.
Mañana es el Día Mundial de los Océanos y la FAO lanzó un sitio web contra la pesca ilegal en América latina y el Caribe no declarada y no reglamentada. Según la organización internacional, esta actividad extrae millones de dólares de los bolsillos de los pescadores y empresas que sí cumplen con la ley. Además, destruye la biodiversidad marina y afecta a las economías nacionales.
"Gracias a Global Fishing Watch, que utiliza datos satelitales e inteligencia artificial para rastrear individualmente los barcos que pescan en alta mar, por primera vez pudimos calcular cuáles son los costos de combustible y de personal de esta práctica, y cuál es su beneficio neto –dice a través del teléfono desde Washington, donde trabaja como explorador residente de National Geographic, Enric Salas, primer autor del estudio–. Nos preguntábamos cuáles eran los beneficios económicos de pescar en alta mar y no había respuesta. No se podía analizar porque los gobiernos son bastante poco transparentes con la pesca de sus flotas a larga distancia. Fue la tecnología satelital la que cambió el juego".
Según este análisis, un 54 por ciento de la industria pesquera "a distancia" no sería rentable sin los sustanciales subsidios con que algunos gobiernos mantienen sus flotas y a la falta de regulación laboral que les permite aprovechar "trabajo esclavo", en condiciones lamentables, lo que convierte a estos barcos en competencia desleal para los que pescan en aguas jurisdiccionales.
Las zonas de alta mar son las que se encuentran fuera de las jurisdicciones nacionales. Representan el 64% de la superficie del océano y están dominadas por una pequeña cantidad de países pesqueros que aprovechan la mayor parte de sus beneficios.
"Su impacto ambiental está bien estudiado –dice Salas–. Los indicadores de su delicada situación son innumerables. Por ejemplo, se sabe que, debido a la pesca industrial, los grandes depredadores, como tiburones o atunes, disminuyeron un 90% en el último siglo. En la Argentina, la pesquería de merluza negra, que se obtiene al borde de la plataforma continental, está agotada".
El daño de esta práctica descontrolada y desregulada es enorme. "El calamar es una de las columnas vertebrales del Atlántico Sur, conforma el 50% de la dieta de la merluza y también es alimento de delfines, cachalotes y aves marinas –cuenta Schvartzman, que no participó en el trabajo–. Pero el problema va más allá de la captura pesquera. Estos barcos, en muchos casos en muy mal estado, están permanentemente contaminando, tirando petróleo y basura".
Utilizando sistemas de identificación automática y sistemas de seguimiento de buques, los investigadores pudieron rastrear el comportamiento, la actividad pesquera y otras características de 3.620 buques casi en tiempo real. Combinando esta información con los datos mundiales de pesca, el equipo pudo precisar el trabajo realizado, la cantidad de pescado obtenido y las ganancias generadas.
"Aunque una parte de la pesca de altura es rentable, la del calamar y la de arrastre de profundidad no tendrían sentido sin los subsidios. Los gobiernos invierten enormes cantidades del dinero de los contribuyentes en una industria destructiva", destaca Salas, fundador y director del proyecto Pristine Seas (Mares prístinos).
Según explica Schvartzman, donde termina la plataforma continental hay una abrupta caída de la profundidad del mar. Allí, la variación de temperaturas y corrientes marinas hace que se produzca una gran afloración de biodiversidad. "El Atlántico sudoccidental es una de las zonas más ricas del planeta –subraya–. Se calcula que el 90% de la riqueza marítima se encuentra cerca de las costas, por eso los barcos se aglomeran justo en la milla 201. Ahí es donde se encuentra lo que más buscan, que es el calamar. Las industrias locales no pueden competir contra estos buques. De alguna forma, se termina subsidiando la pesca de otros países".
Cuenta Salas que decidió abandonar su puesto como profesor en la Universidad de California en San Diego, donde estudiaba los impactos humanos en el mar, porque se dio cuenta de que estaba escribiendo "el obituario de la vida marina". "Era como el médico que le describe a la paciente cómo va a morir, pero sin ofrecerle ninguna cura", comenta. Lanzado a dedicarse a la conservación a tiempo completo, el científico eligió abocarse a la protección de lugares tan remotos que no va nadie, los más salvajes del océano.
"Hay que salvarlos antes de que sea demasiado tarde", afirma. Desde entonces, combina exploración con investigación para inspirar a los líderes de los diferentes países e impulsarlos a la acción. "La pesca de arrastre es como cortar un bosque al ras, con redes enormes que destruyen todo a su paso --explica--. Ecológicamente es muy destructiva y económicamente no tiene sentido. Se invierten más de 4000 millones de dólares anuales para subsidiar una actividad que no sería rentable. Estamos ayudando a empresas con el dinero del contribuyente. Es un escándalo".