Investigaciones recientes indican que el órgano más grande del cuerpo no es solo un reflejo del estilo de vida de la persona, sino también un participante activo del bienestar físico
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Por Zaria Gorvett
Mientras viajo en canoa por el desfiladero de Ardèche, en el sur de Francia, atraigo algunas miradas peculiares. Es una tarde soleada de julio y el cielo está de un perfecto azul cobalto.
El poder del sol radiante se me hace más visible que nunca. Sus rayos convirtieron la superficie del agua en un espejo de luz tan brillante que te enceguece con solo mirarla. Yo no quiero arriesgarme: elegí mi ropa con la misma seriedad de un explorador que se aventura en el Sahara.
Mis brazos, mis manos y mi torso están completamente cubiertos con una camiseta de manga larga con protección para el sol, mientras que mi cabeza está cubierta por un sombrero de pescador con una tela para proteger mi rostro.
Los toques finales consisten en varias capas de protector solar de un factor elevado -que hace que la parte de mi piel que queda expuesta tenga la tonalidad pálida y reluciente del blanco titanio- y unas gafas de sol.
De hecho, ¿es posible que mi obsesión para mantener mi piel saludable sea un golpe de genialidad accidental? La respuesta a ambas preguntas es sí. Investigaciones recientes indican que nuestra piel no es solo un reflejo de nuestro estilo de vida, que muestra el efecto de años de fumar, beber, tomar sol y vivir bajo estrés.
Resulta que el órgano más grande de nuestro cuerpo es un participante activo en nuestro bienestar físico. Esta es una nueva y extraña realidad en la que las arrugas, la piel seca y las manchas provocan envejecimiento, y no al revés.
Una extraña revelación
En 1958, el mismo año en que Estados Unidos aprobó la ley que llevó a la llegada a la Luna y la creación de la NASA, otro gran proyecto fue concebido silenciosamente. El Estudio Longitudinal de Baltimore iba a ser una investigación científica del envejecimiento con una premisa atrevida y poco ortodoxa.
Antes, era una práctica científica estándar obtener información sobre la fisiología de las personas vivas a partir de los cadáveres donados. Pero esta vez, los sujetos serían escrutados antes, mientras sus corazones aún estaban latiendo.
El estudio siguió a miles de hombres adultos (y luego mujeres) por décadas, para ver cómo evolucionaba su salud, y cómo esta se veía afectado por sus genes y el entorno.
Tan solo dos décadas después, los científicos ya habían hecho algunos descubrimientos intrigantes, desde el descubrimiento de que los hombres menos estables emocionalmente eran más proclives a ser diagnosticados con enfermedades coronarias, hasta la revelación de que nuestras capacidades para resolver problemas solo se reducen levemente con la edad.
Pero uno de los hallazgos más sorprendentes confirmó lo que se sospechaba desde hace rato: qué tan joven te ves es una muestra impresionantemente precisa de tu salud interior.
Para 1982, los hombres que al principio del estudio parecían mayores para su edad, 20 años después tenían más probabilidades de estar muertos. Esto está respaldado por investigaciones más recientes, que encontraron que, de los pacientes que parecían al menos 10 años mayores de lo que deberían, el 99% tenía problemas de salud.
Resulta que la salud de la piel puede usarse para predecir una serie de factores aparentemente inconexos, desde la densidad ósea hasta el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas o el riesgos de morir por una enfermedad cardiovascular.
Sin embargo, a medida que se fue sumando la evidencia, la historia dio un vuelco inesperado. ¿Es la piel simplemente un recuento vivo del daño que hemos acumulado o es algo más complicado? ¿Podría, de hecho, mantener sanas a las personas sanas y empeorar la condición de los enfermos?
Otro tipo de cumpleaños
Hay dos formas principales de medir la edad de una persona. La primera es la estándar, conocida como la edad cronológica (la que que sigue las revoluciones del sol). Pero también está la edad biológica, que indica el ritmo al que envejecés físicamente (la madurez de tus órganos y células). Ambas pueden variar mucho entre sí entre distintas personas e incluso dentro del mismo cuerpo.
A medida que acumulamos años, se sabe que nuestra edad cronológica eventualmente se pondrá a la par de nuestra apariencia: la piel se vuelve más delgada y menos tonificada, pierde elasticidad, cuando las células responsables de producir pigmento y colágeno se mueren o se vuelven “senesentes”, lo que quiere decir que dejan de renovarse y continúan existiendo en un estado latente.
Pero es el medioambiente el que tiende a generar el mayor daño. Si bien la radiación ultravioleta B (UVB) puede dañar el ADN –provocando quemaduras, mutaciones y cáncer de piel- el 95% de la radiación ultravioleta total que llega a la superficie de la Tierra es ultravioleta A (UVA).
Esta porción de los rayos de sol tiene una longitud de onda más larga, que le permite penetrar profundamente en la dermis, donde se descompone en colágeno y estimula a las células a producir melanina.
A nivel microscópico, la piel fotoenvejecida –piel que ha envejecido por efecto del sol- es más gruesa, con marañas de elastina deforme y fibras de colágeno.
A nivel visible, suele generalmente estar pigmentada de forma irregular y tiene muchas más arrugas.
Eso es así tanto si tenés piel muy clara, que es incapaz de broncearse, como si tenés piel muy oscura. Incluso la piel muy pigmentada puede quemase y es susceptible al fotoenvejecimiento, aunque las arrugas tardarán más en aparecer.
De hecho, se cree que factores intrínsecos son responsables de la fracción más pequeña del clásico aspecto “avejentado”, mientras que a la luz ultravioleta se le atribuye más del 80% de los cambios visibles en la piel.
Si pasás todo el día adentro con las cortinas cerradas, es posible que no veas alteraciones significativas en este órgano hasta que llegues a los 80. Sin embargo, lo más importante es que junto con todos estos efectos, la piel sufre una transformación química. Y es esta la que puede tener un impacto profundo en nuestra salud en general.
Coctel químico
En el año 2000 surgió un nuevo y radical concepto. Al observar la forma en que la mayoría de los organismos responden al estrés, un grupo de científicos de la Universidad de Bolonia, Italia, sugirió una nueva forma de pensar en el envejecimiento.
En una persona joven y sana, el sistema inmune se activa de forma rutinaria para mantener el orden: reparando daños y ahuyentando infecciones.
Pero a medida que envejecemos, o cuando empeora nuestra salud, estas respuestas inflamatorias pueden superar un umbral crítico -un punto más allá del cual se aceleran y liberan una cascada de potentes sustancias químicas por todo el cuerpo, que destruyen células sanas y mutilan nuestro ADN-.
Es la llamada “inflamación-envejecimiento”, una inflamación de fondo de bajo grado que acompaña el proceso de envejecimiento
Aquí es cuando cobra importancia la piel. Las investigaciones más recientes indican que la piel arrugada, enferma o dañada se vuelve parte de este sistema de inflamación, liberando un cóctel químico que lleva a un mayor daño e inflamación.
“La piel envejecida cronológicamente muestra más altos niveles de expresión de todo un panel de citocitnas y quimiocinas inflamatorias”, explica Mao-Qiang Man, investigador de la Universidad de California San Franciso, en EE.UU., que dice que eso también se aplica a la piel fotoenvejecida.
A nivel local, estas sustancias químicas degradan el colágeno y la elastina, reduciendo aún más el grosor de la piel, generando arrugas, y reduciendo la elasticidad, explica Tuba Musarrat Ansary, investigadora de posdoctorado de la Universidad Médica Jichi, en Japón.
Esto se ve agravado aún más por las células senescentes en la piel –producto del envejecimiento natural o del daño de daño de los rayos UV- que también liberan sus propias sustancias químicas inflamatorias.
Pero esto es solo el comienzo. Al ser el órgano más grande del cuerpo, la piel puede tener un impacto profundo. Las sustancias químicas liberadas por la piel enferma y disfuncional entran en el torrente sanguíneo, donde se propagan y dañan a otros tejidos.
En medio de la inflamación sistémica resultante, las sustancias químicas de la piel pueden llegar y dañar a órganos que parecen no tener relación alguna, incluyendo el corazón y el cerebro.
El resultado es el envejecimiento acelerado y un riesgo mayor de desarrollar la mayoría -o posiblemente todos- de los desórdenes relacionados. Hasta el momento, la piel envejecida o enferma fue vinculada a la aparición de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y deterioro cognitivo, así como alzhéimer y enfermedad de Parkinson
Aunque todos estamos familiarizados con los riegos de fumar, beber, comer en exceso y la falta de ejercicio, se podría argumentar que la mala salud de la piel es el factor que todos solemos pasar por alto. La buena noticia es que hay mucho que podemos hacer para mejorar.
Cuestión de hidratación
El primer paso para proteger la piel –y por ende, según esta nueva teoría, nuestra salud en general- es mantenerse lejos del sol.
El método de protección más famoso es el protocolo australiano lanzado por primera vez en 1981 y luego ampliado a cinco puntos que consiste en: ponerse una camiseta, protector solar de factor alto, usar un sombrero de ala ancha, anteojos de sol y buscar un sitio a la sombra.
Además, si la relación entre el daño de la piel y enfermedades vinculadas a la edad no es lo suficientemente convincente para animar a la gente a que se proteja, hay otras dos buenas razones para hacerlo.
La primera es que proteger a tu piel del sol es extremadamente efectivo para evitar los signos visibles del envejecimiento. La segunda es que hay evidencia contundente de que el protector solar puede prevenir la mayor parte de la inflamación que se produce cuando la piel se expone al sol, el primer paso hacia el desarrollo de las enfermedades relacionadas con el envejecimiento.
Pero esta no es la única manera de que tu piel se mantenga en buenas condiciones. De hecho, la forma más fácil de mejorar la salud de este órgano es humectarse. Y existe evidencia directa de que esto reduce la inflamación, y de que puede ayudar a prevenir la demencia.
Además de tener un tono desigual y arrugas, tanto la piel envejecida por la edad como por el sol es significativamente más seca. Los niveles de humedad de la piel llegan a su punto más alto a los 40 años y luego caen en picada, produciendo cantidades cada vez más bajas de sus humectantes naturales (lípidos, filagrina, sebo y glicerol). Esto es un problema, porque la piel deshidratada es una barrera menos efectiva entre el interior de nuestro cuerpo y el mundo exterior.
Cuando nuestra piel esta disecada y escamosa, sus tareas habituales –evitar la entrada de agentes infecciosos, toxinas ambientales y alérgenos, mientras se mantiene humectada- se vuelve más difícil. Sin embargo, devolverle su humedad no es algo particularmente complicado, más allá de lo que digan las publicidades de cosméticos. Y en el campo del envejecimiento, esta simple intervención muestra resultados notables.
En un estudio, un equipo internacional de investigadores le pidió a voluntarios mayores que se aplicaran un humectante tópico dos veces al día por un mes. En comparación con otros participantes mayores que no hicieron ningún tratamiento, la piel de los participantes que se la humectaron se restauró significativamente, mostrando niveles mas bajos de tres clases diferentes de sustancias químicas inflamatorias.
Estos prometedores resultados fueron seguidos rápidamente por otro estudio del mismo equipo, en el que participaron adultos de más de 65 años, con la indicación de ponerse crema humectante dos veces por día por tres años.
La función cognitiva de los participantes se midió al comienzo y al final del estudio. El grupo de control que no se hidrató la piel mostró un declive significativo de su función cognitiva. En aquellos que se habían hidratado la piel, no se había deteriorado.
“La disminución de los niveles de hidratación del estrato córneo (la capa externa de la epidermis) es probablemente el factor que más contribuye a la ‘”inflamación-envejecimiento’”, dice Man. Y añade que como la piel seca tiende a tener niveles de inflamación más altos puede provocar picazón. Si no puedes resistir el impulso de rascarte, la inflamación empeora.
Sin embargo, señala Man, muchos ingredientes naturales pueden ayudar. Entre estos se incluyen el glicerol, la vaselina, el ácido hialurónico y los lípidos, que normalmente se encuentran en esta capa de la piel y son los ingredientes típicos de incluso las cremas humectantes más básicas También es posible que simplemente bebiendo más agua pueda ayudar a mantener la piel más hidratada, aunque la evidencia es más ambigua.
Para visualizar hasta qué punto la piel puede afectar al resto del cuerpo, ayuda pensar en cuánta piel tenés, y recordá que toda la piel que ves en la parte externa de tu cuerpo, como es de esperar, se replica también en el interior. Y cuando tu piel está dañada, cada centímetro puede liberar sustancias químicas tóxicas. Así que protegerla tiene su recompensa, pero no te olvides de humectarla también.
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