—Señorita, no me mienta. ¿Usted sabe algo de alemán?
—No, Lothar, le aseguro que no entiendo ni una palabra.
—Eso me deja más tranquilo. Escriba lo que le deletreo.
—Por supuesto, señor, pero hágalo despacio por favor.
—A mayúscula, de, o, ele, efe, un espacio, e mayúscula...
El 17 de octubre de 1959, refugiado en su casa de Coronel Suárez, un pueblo en el interior de la provincia de Buenos Aires, Lothar Hermann puso una máquina de escribir frente a su secretaria y le dictó letra por letra una carta que marcaría, un año más tarde, la sentencia de muerte del jerarca nazi Adolf Eichmann, el arquitecto de "la solución final" para seis millones de judíos en Alemania.
Lothar estaba ciego. Un ojo lo había perdido en 1938 por las torturas que sufrió en Dachau, el campo de concentración en el que estuvo detenido durante cinco años junto a su hermano Ludwin tras resistirse al acuerdo de Haavara, por el que miles de judíos como ellos deberían exiliarse en Palestina.
Pero esa ceguera era solo una pequeña marca que el nazismo le había dejado. Su mamá, su papá, varios de sus hermanos y hasta sus sobrinos fueron secuestrados y murieron en las cámaras de gas de los campos de Auschwitz y Theresienstadt, luego de que Adolf Hitler promulgara las leyes de limpieza racistas de Nüremberg.
Hermann nació en 1901 en un pueblo de agricultores de Quirnbach, Alemania. Hijo de un criador de ovejas y el tercero de once hermanos, terminó la escuela secundaria y se dedicó a tramitar jubilaciones y pensiones hasta los 34 años, cuando lo arrestó la policía secreta del nazismo, la Gestapo.
Lothar soportó sobre su cuerpo las torturas del campo de concentración de Dachau durante cuatro años, hasta que negoció con los nazis las pocas propiedades que le quedaban en Frankfurt y logró escapar en 1938.
Sin perder tiempo, metió algo de ropa en las valijas y partió hasta Holanda, donde se encontró con su esposa, Martha Waldmann. Juntos viajaron a España, se subieron al buque transatlántico "Alsina" y en diciembre de 1938 desembarcaron en Montevideo, Uruguay. Dos años más tarde decidieron irse a la Argentina, y eligieron como destino la ciudad de Rosario, en Santa Fe. Ahí nació Silvia Hermann, su única hija.
En 1943, mientras Hitler y Mussolini tomaban un té en el palacio Klessheim, Gandhi empezaba una huelga de hambre contra la presencia británica en la India, y los militares argentinos ejecutaban un golpe de Estado, Lothar se mudaba a la provincia de Buenos Aires.
Sabía por comentarios que en el conurbano había una gran comunidad alemana y pensó que ahí podría continuar con su trabajo como gestor de jubilaciones, y así fue como los Hermann llegaron al barrio de Olivos, partido de Vicente López.
Cara a cara con Eichmann
Silvia, que ya tenía 12 años, se adaptó muy bien al nuevo barrio. Empezó la secundaria, hizo nuevas amigas y cada tanto iba a ver ciclos de películas alemanas en el cine York, a media cuadra de su casa, en la Estación Borges.
En una de esas salas, durante una proyección, Silvia conoció a un joven de 19 años, alto, rubio, de mentón cuadrado y pelo corto. Ella estaba con sus amigas. Él, con sus amigos. Charlaron, se rieron y cada uno se fue para su casa. Pero no dejaron de encontrarse.
Cada tanto, era costumbre que algún chico del barrio organizara una fiesta en el garage de su casa. Un "baile de asalto", como le decían. Silvia quiso ir a uno. Le contó a sus amigas, a sus compañeros y quiso invitar a aquel chico que había conocido en el cine.
Él vivía cerca, a menos de veinte cuadras, en una una casa de paredes con revoque fino, techo de tejas naranjas y ventanas enrejadas. Silvia caminó hasta ahí, se paró en frente del timbre y lo tocó con timidez.
Cuando la puerta de madera se entreabrió, apareció la figura de un hombre bajo, con anteojos de lentes gruesos como el fondo de una botella, casi calvo, de orejas estiradas, nariz larga, pómulos caídos y con voz dura.
-Sí, ¿qué quieres?
-Busco a Klaus...
-Él no está en casa.
-¿Y usted quién es?
-Soy su padre, Adolf.
Silvia, que jamás había escuchado ese nombre, volvió a su casa despreocupada, pero algo desilusionada. Esa noche, mientras cenaban, le contó a su padre lo que le había pasado.
-No encontré a Klaus en su casa, pero me atendió su papá.
-Hija, ellos también llegaron desde mi Alemania, ¿verdad?
-Sí, su padre se llama Adolf y su apellido es Eichmann.
Él, el arquitecto de un plan macabro de exterminio de millones de personas. El general que solo veía números en donde había víctimas. El cerebro detrás del Holocausto judío en Alemania. Él estaba a pocos pasos, y desde esa noche Lothar no pudo dormir tranquilo.
Las cartas secretas
Lothar empezó a denunciar la presencia de Eichmann en Buenos Aires en 1954, aunque la familia Hermann dice que de esos documentos no hay registros públicos porque 60 años después todavía no fueron desclasificados.
Según supieron, Lothar envió varias cartas a la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), a la embajada de Israel en la Argentina e incluso al gobierno israelí.
Contó que Eichmann vivía en Chacabuco al 4261, en Olivos, Vicente López. Contó que "el buscado", como lo llamaba, estaba con su esposa y sus cuatro hijos: Klaus, Hors, Dieter y Ricardo. Contó que tenía un documento a nombre de Ricardo Klement con el que entró a la Argentina entre 1945 y 1948. Contó hasta los errores de acento que tenía cuando hablaba.
Contó todo, pero nadie lo escuchó.
Pasaron los meses, Eichmann seguía caminando por el barrio, Lothar ya no se sentía seguro y no encontró otra salida que sacar a su hija del país y vender todo para irse junto a su mujer al interior.
En 1959, Silvia se exilió en la casa de una tía de Estados Unidos, mientras que Lothar y Martha alquilaron una casa en Coronel Suárez, un pueblo perdido en el sur bonaerense, fundado por alemanes que llegaron al país a principios del siglo XX.
Desde ahí, Lothar empezó a deletrear cartas a un conocido cazador de nazis de Israel.
Coronel Suárez, 17.10.1959
Señor Tuviah Friedmann, director del Instituto Israelí para la Investigación de Crímenes Nazis
En Haifa, Israel
Sobre Adolf Eichmann
El aviso publicado en el diario de habla alemana Argentinisches Tageblatt, en Buenos Aires, el 12 de octubre de 1959, está totalmente equivocado. Adolf Eichmann no vive en Kuwait, en suelo persa, como se dijo, sino que está en las cercanías de Buenos Aires junto a su mujer y cuatro hijos, con nombre falso y mucho dinero en una casa propia.
Le ofrezco brindarle a su instituto datos precisos y material exacto, solamente pido la mayor discreción.
Si tiene interés en la ayuda que le ofrezco comuníquese lo más antes posible a través del correo aéreo.
Atentamente,
Lothar Hermann
La respuesta de Friedmann no se hizo esperar. En noviembre del mismo año le pidió a Lothar si le podía enviar una foto del lugar y detalles más precisos sobre la vida que llevaba Eichmann en Buenos Aires.
Y Lothar le contestó:
Coronel Suárez, 5.11.1959
Señor Tuviah Friedmann, director del Instituto Israelí para la Investigación de Crímenes Nazis
En Haifa, Israel
Con gusto responderé todas las consultas que tengan, pero bajo las mayores condiciones de discreción. Como judío encuentro valor en darle mi colaboración. Estoy dispuesto a enfrentar los costos para encontrarlo, pero no estoy en la posición de enviar una foto de la casa en la que vive. La razón tiene que ver con que me encuentro a 500 kilómetros, unas 10 horas en tren.
Usted o un representante suyo puede venir a Buenos Aires, pero hágalo con cuidado porque Eichamnn tiene un espía que le va a avisar. El correo argentino tampoco es confiable para enviar material sensible.
En el caso de que tengan más interés, avíseme a través de correo aéreo, cuándo y qué visita puedo esperar.
Atentamente,
Lothar Hermann
El 26 de diciembre de 1959, Lothar recibió la visita de Gregorio Shurmann, cofundador de la DAIA, que se presentó en nombre de Friedmann y le mostró un documento que lo probaba.
Hermann le confió todo lo que sabía.
"Un tiempo después, en un intercambio de correspondencia, Friedmann negó haberlo enviado en su nombre. Lothar notó que evidentemente algo no andaba bien y dejó de seguir las instrucciones que le había dado aquel agente que lo visitó. Pero nunca dejó de seguir los pasos de Eichmann", dice Liliana Hermann, sobrina nieta de Lothar, luego de una investigación que ya llevaba casi dos décadas.
La otra historia
Las películas que se rodaron sobre el caso de Adolf Eichmann cuentan que el servicio de Inteligencia de Israel, el Mossad, identificó al jerarca nazi gracias a fotografías y que unos ocho espías especiales viajaron a Buenos Aires para detenerlo.
En los guiones, la "Operación final" empezó el primero de mayo de 1960 cuando un equipo de espías se instaló en una casa de seguridad en Olivos y desde ahí vigilaron todos los movimientos de su presa.
La noche del 11 de mayo Eichmann se bajó de un colectivo cerca de su nueva casa, en Garibaldi 6067, San Fernando.
Los agentes lo rodearon, lo metieron a la fuerza en un coche y lo mantuvieron cautivo durante una semana hasta que lograron extraerlo del país con un pasaporte falso, drogado, disfrazado de piloto y a bordo de la aerolínea israelí El Al.
Pero la familia de Lothar tiene otra versión.
"Esa mañana, Adolf Eichmann salió de su casa en Garibaldi, adonde se mudó en 1960 porque ya se sentía muy amenazado, y se fue a trabajar como todos los días a Mercedes Benz, como muchos nazis que llegaron al país. Cuando terminó su jornada subió a una combi a las 20.15, se bajó en Cabildo y General Paz y ahí fue arribado por agentes de la SIDE, no por el Mossad. Eichmann negoció su partida a Israel mientras se hospedaba en la casa de un funcionario argentino, en Acassuso", asegura a LA NACION, Ariel Mereles, quien colabora desde el comienzo con la investigación.
Mereles dice que para terminar de conocer la historia, la cancillería debe liberar dos documentos que la Argentina intercambió con Israel. "Son dos cables, que ya sabemos en qué fecha se mandaron", dice.
"Eichmann no salió en el avión de El Al desde Ezeiza, y todas las pruebas están en un expediente judicial. La Fuerza Aérea de nuestro país liberó una lista de pasajeros y no figura ninguno de los agentes del Mossad que vinieron a secuestrarlo. Lo que pudimos reconstruir es que lo llevaron hasta Brasil en un avión argentino y de ahí partió en El Al hacia Dakar y después hacia Israel, porque ese avión no tiene la autonomía para hacer un vuelo sin escalas desde Buenos Aires hasta Tel Aviv", explica Mereles.
"No hay que buscar culpables entre las víctimas"
En 2011, cuando se cumplieron los 50 años del juicio al líder nazi, el estado de Israel decidió reconocer la importancia de las cartas de Lothar en la investigación que puso tras las rejas a Adolf Eichmann.
Un año más tarde, el exdirector ejecutivo de la DAIA, Jorge Elbaum, quiso homenajear a Lothar por ser una de las primeras personas en denunciar pese a las presiones y a las amenazas que había recibido.
"En ese momento el reconocimiento a la familia de Hermann no fue aceptada por los directivos porque no coincidían con la hipótesis del presunto encubrimiento de la DAIA y las teorías sobre el secuestro de la SIDE", cuenta Elbaum a LA NACION.
El homenaje a Lothar Hermann finalmente se hizo para el Día en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el 27 de enero de 2014, y participó hasta el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni.
Luego del acto, cuando una periodista alemana se acercó a Julio Schlosser, por entonces titular de la DAIA, para preguntarle por qué la institución no había hecho nada con las denuncias de Lothar durante seis años, él contestó que no lo sabía.
—Trabajemos para el ahora, trabajo para el ahora —dijo.
"Yo no puedo abonar que hubo complicidad dentro de la comunidad judía porque todos fuimos víctimas, no victimarios. También creo que la operación final existió y que Adolf Eichamnn fue secuestrado por el Mossad. Sin embargo, no tengo dudas que Lothar fue uno de los primeros, o tal vez el primero que denunció", dice Elbaum, hoy apartado de la DAIA.
La lucha por la recompensa
En 1961 la angustia de Lothar aumentaba: ya no veía nada, su esposa estaba postrada en una cama por un cáncer de pulmón con metástasis y él sabía que nunca más iba a poder abrazar a su hija. Con casi 60 años, ya no trabajaba y vivía en una casa que le costó comprar en la calle San Martín de Coronel Suárez.
Desde ahí, con la ayuda de su secretaria, siguió mandando cartas a Isarel para reclamar los 10 mil dólares que le correspondían por haber aportado la información con la que lograron cazar a Eichmann.
Coronel Suárez, 3.2.1961
Señor Pinchas Rosen, ministro de Justicia de Israel
Yo mismo soy judío y me he encontrado en el KZ de Dachau. No tengo miedo de contar al público cómo fue toda la operación en sus detalles y de denunciar penalmente a todos los involucrados
Como me niegan el derecho de recibir el dinero y como mi paciencia se ha agotado gracias a la mala voluntad, no me voy a molestar para nada si el juicio que va a empezar en marzo de 1961 toma un viraje negativo.
El gobierno de Israel como principal parte de la operación, que en realidad fue de otra manera y no como se hace creer al mundo falsamente, es el único responsable de un posible escándalo mundial.
A lo mejor el ministro de Israel sabe evitar a tiempo las consecuencias.
Sin otro particular,
Lothar Hermann
Coronel Suárez, 5.3.1961
Señor Gidion Hausner, fiscal general de Israel
Hasta ahora no he hablado al público de las circunstancias verdaderas y de las descripciones falsas. Eso se debió al hecho de que -primero- yo como judío no quería favorecer a la defensa de Eichmann y segundo quería evitar denuncias penales contra instituciones y colaboradores en Argentina.
Pero mi paciencia terminó. En los últimos días me están siguiendo periodistas. Le pido una respuesta definitiva.
Lothar Hermann
El 23 de marzo de ese año, un periodista del diario británico Daily Express llegó hasta la casa de Hermann.
-Perdón, ¿es usted el médico nazi Joseph Mengele? -le dijo.
-No, váyase -contestó Lothar, y le cerró la puerta en la cara.
El reportero inglés caminó hasta la comisaría de Coronel Suárez y denunció ante los policías que el criminal prófugo Joseph Mengele se escondía en aquel domicilio, y todos fueron a buscarlo.
Lothar pasó 15 días preso hasta que compararon sus huellas dactilares en la embajada de Alemania.
Hermann lo tomó como una amenaza, planificada por los servicios de inteligencia israelíes.
"Desde ese momento, las persecuciones no frenaron. Sus amigos eran interrogados, autos intimidatorios pasaban despacio por su casa y hasta recibía insultos de algunos vecinos del pueblo. Una vez, alguien le mandó una caja con 10 mil pesos adentro, como una burla a su reclamo", cuenta Liliana.
Mientras tanto, Eichmann subía al banquillo
Jerusalén, 11 de abril de 1961.
La atmósfera de la sala durante el juicio era de tensión. Adolf Eichmann vestía un traje gris oscuro que le había enviado su esposa desde la Argentina. Estaba parado en posición firme y pálido. Cada tanto, con sus labios apretados, le clavaba la mirada a los jueces.
Encerrado en una cabina de cristal a prueba de balas, Adolf Eichmann escuchó con auriculares la rápida traducción al alemán de los 15 cargos en los que lo acusaron de "crímenes contra la humanidad".
Esa fue la primera vez en veinte siglos que un hombre acusado de provocar sufrimientos al pueblo judío fue juzgado por un tribunal hebreo.
Jerusalén, 15 de diciembre de 1961.
En una sala colmada de público, el juez israelí Moshe Landau, con voz grave, dijo estas palabras: "Adolf Eichmann, póngase de pie".
Lo hizo.
Durante 10 minutos permaneció firme y no se le movió ni un solo músculo de la cara, ni aun en el momento en que Landau, al término de la lectura, expresó: "Condenado a pender de la horca hasta que muera".
"Histórica será la fecha del 3 de tevet de 5722 para el estado de Israel. En ella, Adolf Eichmann, que envió a la muerte a más de un millón de niños y a unos cinco millones de adultos judíos, fue condenado a la pena capital", informó LA NACION.
El 1 de junio de 1962, Adolf Eichmann bebió la mitad de una botella del mejor vino israelí, caminó acompañado de dos guardias hasta la horca y dejó correr el nudo de una soga sobre su cabeza.
-Caballeros, pronto volveremos a reunirnos. He vivido creyendo en Dios. Viva Alemania. Viva la Argentina. Viva Austria. Debo obedecer las reglas de la guerra y a mi bandera. Estoy preparado -dijo.
Y murió.
El enojo de Lothar
En 1971 un cáncer empezó a invadir el cuerpo de Lothar, y con tristeza dictó una de sus últimas cartas. La mandó al Instituto de Documentación de Israel, el lugar al que siempre había escrito.
Coronel Suárez, 2.6.1971
No pienso ir a Israel porque allí la gente no tiene oídos. Ustedes pusieron en riesgo mi vida y la vida de mi hija sin medir las consecuencias. Estuve en un campo, perdí a toda mi familia allí. Pero después de todo debo confesar que nunca confié en los hombres del judaísmo. Siempre dudé de ellos. Los que se cruzaron conmigo fueron malos y traicioneros. Y ahora por fin tengo la prueba.
Atentamente,
Lothar Hermann
El primero de julio de 1974 el Vals del Emperador, de Johann Strauss, dejó de retumbar en el viejo porche de la casa de Hermann. Lothar murió a los 74 años sin ser reconocido.
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