Las cartas de Di Giovanni están ya con su dueña
Carlos Corach se las devolvió ayer a Fina Scarfó, la mujer del anarquista.
Miraba al ministro de costado, desde abajo, casi con recelo. Mientras lo escuchaba y asentía, su puño derecho se crispaba, con nerviosismo. Inmóvil el bolso de hilo en su antebrazo izquierdo, la ansiedad casi la consumía. A pocos centímetros de ella, una caja azul -en verdad, su preciado contenido- estaba casi a su alcance. Faltaba ya muy poco.
Eran las 17.45. Cuarenta y cinco minutos más de lo previsto debió esperar Josefa América Scarfó para recibir, de manos del ministro del Interior, Carlos Corach, aquello por lo que esperó 68 de sus 86 años.
Habían vuelto a sus manos las cartas que le escribió su amado, Severino Di Giovanni, y que estuvieron en poder del Gobierno desde el 31 de enero de 1931, un día antes de que el anarquista italiano fuera fusilado por orden del entonces presidente de facto, el general José Félix Uriburu.
Para poder recuperar lo que le fue arrebatado aquel día, cuando la policía allanó la quinta Ana María, en Burzaco, donde vivía con Severino, Fina llegó hasta el Salón de los Escudos del Ministerio del Interior, en Balcarce 24.
Por segunda vez en su vida -la primera fue el 22 de junio último, cuando Corach recibió su pedido de restitución de las cartas de amor de Severino-, Fina volvió a la Casa Rosada. Una vez más, se sobrecogió.
Y lo reconoció, sin medias tintas: "Esta casa tiene para mí un recuerdo muy doloroso. De aquí salió el «cúmplase» de Uriburu. Y después, las órdenes para matar a tantos chicos... Yo me uno al dolor de esas madres y al de la mía, una mujer tan linda que vino hasta acá para pedir clemencia por su hijo." Se refería a su hermano Paulino Scarfó, fusilado el 2 de febrero de 1931, un día después que Severino.
Temores y palabras
Ese fue casi el final del acto en el que Corach, en nombre del Estado, devolvió a Fina Scarfó las cartas que, todo este tiempo, estuvieron en el Museo de la Policía Federal.
Antes, hubo un acto y diálogos para recordar. Como el que Fina tuvo con Corach, previo a la ceremonia: -Pocas veces tenemos noticias tan lindas como ésta acá en el Ministerio-, arrancó el ministro.
-Yo tengo que agradecerle que esta devolución se haya concretado tan rápido. Me imagino lo atareado que andará usted, m´hijo.
-Bueno, hay que esperar un poquitito, no más, para que se acomoden las cámaras y los fotógrafos.
-¡Qué cosa! ¿Cuánta gente por esto, no? Deben ser como 35..., pobrecitos. ¡Y sacarme fotos a mí! ¿Sabe una cosa? Cuando me pidieron la foto para inscribirme en el CBC, hace diez años, dije que eso debería estar prohibido... ¡A mi edad! Al final, llevé una foto que tenía como 20 años...
-Bueno, ya falta poco...
-Yo le quiero pedir..., no quiero hablar. Además, estoy medio sorda.
-No se preocupe, usted está muy bien. Además, no necesita oír bien para contestarle a los periodistas. Puede decir lo que quiera...
-Yo preferiría decir sólo tres o cuatro palabras...
Entonces, llegó la caja azul y todo comenzó. Corach tomó la palabra: "Cumplimos con una obligación moral del Estado, un momento trascendente para la historia argentina y para las relaciones entre los seres humanos. Pocas veces un ministro tiene una oportunidad como ésta. Esperemos que sirva para cerrar heridas abiertas en una época muy especial para el país".
"Eran revolucionarios, ellos", aclaró Fina, por lo bajo. A esa altura, su mirada se debatía con frenesí entre Corach y la caja azul.
Hasta que no pudo más y -fuerte la palma de la mano derecha sobre la frente- se animó a preguntar: "¿Son todas las cartas? Eran cuarenta y ocho... ¿las contaron bien?" Corach la tomó del brazo y le arrimó la caja azul. Allí estaban, perfectamente apilados, los papeles encerados, amarillentos por el paso del tiempo, estampados con una letra apretada, en tinta azul, que se resistió a desaparecer, a la espera de ser releída por aquella para quien fue escrita con amor.
Llegaron las dos o tres cosas que Fina quería decir. El agradecimiento a Osvaldo Bayer y el cierre: "Tengo un hermoso recuerdo de esta historia de amor".
Y se fue, a paso lento, la caja azul apretada bajo el brazo izquierdo. Final feliz para su historia de amor.
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