Día de escuela. la maestra explica mientras la mayoría de los alumnos escuchan, alguno –un tanto aburrido– solo desea que llegue el recreo para jugar con la pelota de papel que guarda en el bolsillo del guardapolvo. En el fondo del aula solo un chico parece escribir, concentrado, todo lo que la señorita enseña sobre sumas y restas. La maestra detiene su explicación para felicitarlo, pero cuando le pide el cuaderno para escribir con birome roja un "sigue así, te felicito" no encuentra sumas y restas correctas. Él la observa más divertido que asustado esperando su reacción. La maestra mira, la maestra lee, la maestra no se contiene y estalla… en carcajadas. Las hojas se convirtieron en una increíble revista de historietas donde el sargento Cabral en vez de gritar "¡Viva la patria aunque yo perezca!", vocifera "¡Viva Lautaro aunque yo Murúa!", y frases como: "Antes de que se inventara el sillón de Rivadavia los presidentes gobernaban de pie".Su creativo autor es un niño de siete años, de imaginación asombrosa, trazo seguro y mirada pícara que se llama Juan Carlos Colombres, años más tarde será conocido como Landrú, uno de los grandes maestros del humor gráfico nacional.
El pequeño Colombres nació el 19 de enero de 1923 en una casa de la calle Bartolomé Mitre. Hipólito Yrigoyen había terminado su mandato hacía poco y el santoral indicaba que era el día de San Canuto. Así que emocionado su padre propuso bautizarlo Hipólito Canuto, a Landrú nunca le quedó claro si tamaña idea mostraba un gran sentido del humor o una ausencia total de sentido común. Lo cierto es que gracias a la intervención de su madre tuvo un nombre más normal: Juan Carlos. Desde chico mostró un gran sentido del humor y la observación. Una tarde mientras avanzaba raudamente con su triciclo, una lombriz se cruzó en su camino y sin poder evitarlo, la aplastó. Se quedó perplejo y vio como parte del cuerpo dividido de la lombriz empezaba a deslizarse hacia la derecha y otro hacia la izquierda. "Desde ese día supe que el mundo estaba dividido en izquierdistas y derechistas", recordaba risueño. Como cualquier chico solía enfermarse con alguna gripe, pero en el aburrido tiempo de reposo él rogaba que le llevaran todos los diarios y revistas de la casa, y mientras los adultos seguían sus rutinas se entretenía mezclando titulares, noticias, dibujos e historietas. Después los mostraba en el colegio donde sus compañeros se disputaban el placer de divertirse con sus obras.
La chispa disparatada lo siguió en el Nacional Sarmiento con una biblia apócrifa escrita y dibujada por él llamada Génesis Novísimo. El primer hombre no se llamaba Adán sino Borié, tenía cuerpo invisible, el alma era una barra de chocolate y se había casado no con la pecadora Eva sino con un palo borracho. La historia era tan disparatada como atrapante; años después cuando fue celador en el mismo colegio y faltaba algún profesor, los alumnos pedían que se las leyera una y otra vez.
Cuando terminó el secundario decidió seguir Arquitectura, a los dos años abandonó la carrera: "Me di cuenta de que todas las casas ya estaban hechas", decía. De 1943 a 1948 trabajó en la Aeronáutica. En el año 1948 entró a Tribunales. Por el lugar desfilaban asesinos, ladrones, violadores a quienes debía investigar para sumariar y tomar declaración indagatoria. Si descubría que alguna persona era inocente trataba de ayudarla porque había muchas denuncias falsas. Cada día el secretario del Juzgado esperaba sus expedientes con impaciencia, sabía que su creativo empleado solía mandarlos con una carátula falsa con dibujos chistosos que representaban escenas del caso.
Me tildaron de nacionalista, demócrata cristiano, de comunista, de militarista y de antimilitar pero lo bueno era que Tía Vicenta circulaba y era leída por diferentes sectores de ideologías opuestas
Fue por aquellos años que Juan Carlos Colombres se transformó para siempre en Landrú. "Yo dibujaba en la revista de Don Fulgencio y firmaba Colombres, pero tenía que buscar un seudónimo para poder hacerlo en una revista de humor político. El hijo de Lino Palacio, Faruk, me dijo que con barba era parecido al asesino francés Landru, así que decidí adoptarlo y firmé Landrú, con acento en la u". El tiempo entre Tribunales y sus colaboraciones en la revista no le impidió enamorarse y casarse con Margarita Frías, con quien tuvo dos hijos, Margarita y Raúl.
Mientras colaboraba con distintas revistas seguía manteniendo su empleo en el Juzgado. Cuando murió Evita le advirtieron que a partir de ese momento debía tomar declaración con corbata negra o atenerse a las consecuencias, así que decidió pedir licencia y llevar muestras de sus trabajos a todas las publicaciones. No había pasado un mes que lo habían llamado de casi todas, renunció a su puesto y comenzó a colaborar en quince revistas donde obviamente le aceptaban sus trabajos luciera o no corbata negra. Una de sus páginas más esperadas se llamaba Oh, la femme!... "Eran chistes de señoras gordas que confundían todo. No gordas porque lo fueran, sino por apoltronadas y desubicadas: que podrían confundir a Miguel Ángel con Luis Miguel, por ejemplo, y que viven diciendo pavadas".
Landrú quería dedicarse al humor político. Así que habló con Divito, el director de la revista Rico Tipo, y le propuso sacar un suplemento con ese tipo de chistes. "La política no me gusta. No la entiendo, y mientras yo dirija Rico Tipo no la vamos a abordar", fue la respuesta. Pero como tantas veces en la vida un rotundo "no" puede transformarse en un gigante "sí". Al poco tiempo un primo le ofreció dirigir una revista con otra gente que aportaría el capital. En la reunión con los futuros socios les comunicó que la publicación se llamaría Tía Vicenta en honor a su tía Cora que "se la pasa hablando de política sin entender nada y dice muchos disparates acomodándolos a su mentalidad". El 13 de agosto de 1957 salió el primer número. Tía Vicenta contaba con un seleccionado de genios que con solo nombrarlos dan ganas de ponerse de pie para aplaudir. Estaban Quino, Caloi, Faruk, Brascó, Oski, Blotta, Sábat, Copi, César Bruto, María Elena Walsh, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Maidana, Rogelio García Lupo, Dalmiro Saénz… La historia asegura que hasta el mismo Frondizi colaboró una vez en Tía Vicenta pero firmó como Domingo Faustino Cangallo. "Cada número era distinto. Nadie era dueño de su espacio. Se creó en un ámbito basado en la espontaneidad, el disparate y la falta de solemnidad, ya se tratase de la política o de los hábitos sociales". La publicación era semanal, todos los miércoles miles de lectores fanáticos esperaban su salida y eso que antes de su aparición una empresa de marketing le había asegurado a Landrú que con esas características no duraría más de un mes. "Me tildaron de nacionalista, demócrata cristiano, de comunista, de militarista y de antimilitar pero lo bueno era que Tía Vicenta circulaba y era leída por diferentes sectores de ideologías opuestas". Su éxito era tal que incluso los políticos que satirizaban lo llamaban cuando no aparecían para preguntar si estaban perdiendo vigencia. Su humor corrosivo, que hoy puede parecer casi infantil, era demasiado atrevido para una época donde los sacerdotes vestían con sotana y las chicas buenas no usaban minifalda. Tía Vicenta ridiculizaba al esnobismo con listados completos de "Lo que debe decirse" y "Lo que no debe decirse", y abundaba en superlativos como "elegantísimo" y "bochornosísimo" o publicaba absurdas guías sobre lo que era clase a, b o c.
Me limito a poner en evidencia aquello que los distintos grupos sociales piensan y dicen los unos de los otros, más o menos en secreto
La revista también hizo un culto de una costumbre argentina: encontrar semejanzas de ciertos políticos con animales: así, Pedro Eugenio Aramburu fue caricaturizado como una vaca, en honor a su apellido vasco, un pueblo de tamberos y le recomendaban que se fueran a ordeñar vacas, en vez de presentarse como candidato, porque el pueblo ya se quemó con leche y con solo verlos, llora. A Illia lo caracterizaron como una tortuga, a Álvaro Alsogaray como un chanchito. En el año 66, Tía Vicenta que salía como suplemento humorístico del diario El Mundo, alcanzó un récord de ventas de medio millón de ejemplares; fue entonces que se produjo el golpe de Onganía y el país volvió a cambiar. A Landrú le habían comentado que al nuevo presidente de facto lo llamaban "la morsa" por sus bigotes. Sin dudar publicó en tapa un dibujo con dos morsas conversando donde una le decía a la otra: "Parece que al fin tenemos un buen gobierno". La revista salió un domingo, el lunes temprano le anunciaron que debía asistir a una reunión en el Ministerio del Interior. Al presidente no le gusta Tía Vicenta, le informó un solemne ministro. "Ah, yo creía que el problema era más grave. Porque si al presidente no le gusta, que no la compre", respondió. Diez días después, un decreto prohibió la aparición de un suplemento humorístico que salía los domingos en un diario matutino. La reacción fue inmediata, hubo indignación e impotencia de los lectores y aparecieron notas de protesta en todos los diarios. Decidieron sacar un suplemento llamado María Belén pero entonces el gobierno no les renovó los créditos oficiales que se necesitaban para solventar el crecimiento de la empresa y El Mundo, y con él, el universo de Tía Vicenta dejó de aparecer.
Lo que siguió no fue una buena época, lo llamaron de Canal 13 para hacer Tía Vicenta en televisión, pero resultó una experiencia decepcionante. "No se trataba de la calidad de los actores (Nelly Beltrán hacía de Tía Vicenta) sino que mis guiones no eran respetados y se le permitía a todo el mundo improvisar". Dejó la televisión y en radio Belgrano armó el programa María Belén y su discoteca donde Norma Aleandro imitaba el tono de las chicas de Barrio Norte para decir lo que se usaba y lo que no. Julián Delgado le propuso publicar un suplemento humorístico en Primera Plana, Landrú aceptó. Como sabía que Onganía era innombrable y en Buenos Aires existía una reconocida firma de rematadores que se llamaba Onganía y Bonifazi, para evitar nombrarlo ponía Bonifazi y claro, los lectores se daban cuenta de la elipsis. A pesar de la cautela, hubo presiones de la SIDE para transformar el suplemento en otro de humor político, entonces Landrú prefirió renunciar antes de que lo volvieran a censurar.
Cuando empezaba a preocuparse por su nueva situación laboral, de casualidad se encontró con Carlos Fontanarrosa que le propuso trabajar en la revista Gente. En esa redacción además del humor político siguió explorando en el humor social con rankings delirantes. Uno de ellos, el "Campeonato de mersas", fue encabezado durante meses por Palito Ortega que lejos de enojarse lo invitó a comer para agradecérselo porque "para mí ser mersa es ser popular". Sus listados provocaron que algunos lo acusaran de elitista: "Me limito a poner en evidencia aquello que los distintos grupos sociales piensan y dicen los unos de los otros, más o menos en secreto. En el campeonato de la gente pobre la incluí a Amalita Fortabat porque solo viajaba quince veces al año a Estados Unidos. Se trataba de jugar con las clasificaciones que funcionan en la sociedad, poniéndolas al mismo tiempo en evidencia de una manera irónica", respondía.
Con el tiempo, además de la aceptación de los lectores, llegó el reconocimiento académico. En 1971 recibió el premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia; otorgado por primera vez a un humorista. En 1982, recibió el premio Konex en la categoría Humor Gráfico, en 1992 fue nombrado miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo y en 2003, fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Escribió para la revista dominical de La Nación y entre 1972 y 2007, publicó sus chistes en Clarín. En 1977 Tía Vicenta volvió pero solo se editaron 88 números.
En 1994 un asalto en su casa casi termina en tragedia. Él mismo relataba el cuento: "El asaltante, el concubino de la mucama, para hablar en los términos del informe, me apuntó, me encandiló con su linterna y dijo, como en las películas: ¡Esto es un asalto! ¿Y a mí qué me importa? le respondí yo. Y como no me considero asaltado no te doy nada. Si me matás, ¿quién te va a dar algo? El ladrón transpiraba. Dio la casualidad que pasó una patrulla con sirena. Se puso nervioso, pegó un tiro, levanté la mano para protegerme y el tiro me dio en la mano derecha. Temí no poder dibujar más". Sin embargo pudo seguir dibujando o "garabateando" como le gustaba decir.
Además de su amor por el dibujo y el uso del idioma, Landrú tenía otras pasiones: amaba viajar, podía devorar paquetes enteros de golosinas mientras trabajaba, le gustaba la buena comida y se definía como un cocinero experto en "preparar agua tibia". Nunca dejó de encontrar tiempo para la risa y los viajes. Podía elaborar teorías maravillosas sobre, por ejemplo, cómo los nombres influyen en la persona y explicar que los nombres cortos eran mejor que los largos para una carrera política. "La vida por Perón es facilísimo, en cambio La vida por Iturraspelagoitía ya es mucho más difícil". Aseguraba que el humor era un rasgo de inteligencia porque "generalmente la gente opa no se ríe, porque no entiende los chistes". Falleció el 6 de julio de 2017 a los 94 años. Seguro que al llegar al Paraíso, San Pedro lo dejó entrar de inmediato pero antes le pidió una caricatura autografiada.
Agradecimiento Equipo de Fundación Landrú