Bell Ville, en Córdoba, y Tres de Febrero, en el conurbano bonaerense, son los únicos municipios de la Argentina y el mundo que resolvieron que TEC pintara sus asfaltos de forma deliberada. El resto de las intervenciones del artista sobre las calles son espontáneas y se acercan a lo ilegal.
Nacido en la ciudad de Córdoba, en 1975, como Leandro, estudió diseño gráfico en la UBA y, desde su adolescencia, practicó el graffiti y el muralismo a cielo abierto, hasta desarrollar su doble vida: una de overol, nocturna, con pinceles y rodillos; y otra donde trabajó para productoras extranjeras y agencias de publicidad, hasta ser reconocido como artista en los circuitos oficiales.
Las tres letras que lo identifican son la consecuencia de jugar con tipografías por las noches y en la calle, y también de una invención para resguardar su apellido: "El Estado y mis vecinos mañana pueden convertirse en mis enemigos –dice–. Además tengo mujer, dos hijas, cuenta bancaria, los datos personales de cualquier mortal. No quiero que me googleen tan fácilmente".
En Bell Ville queda el registro fotográfico tomado por un drone de una enorme pelota de fútbol pintada por TEC sobre el asfalto. La ciudad cordobesa es la Capital Nacional de la Pelota de Fútbol y, por ese motivo, en octubre de 2017, el municipio convocó al artista cordobés. Desde la Dirección de Comunicación de Bell Ville cuentan que TEC "intervino dos muros y dejó impresa en el asfalto de una calle céntrica una pelota gigante, en homenaje a la ciudad y a sus inventores", es decir, Luis Polo, Antonio Tossolini y Juan Valbonesi, quienes, a principios de la década de 1930, crearon la boca de inflado del esférico e inventaron las costuras invisibles.
Sobre las pinturas en Tres de Febrero, Diego Valenzuela, su intendente, dice: "Entre fines de 2016 y principios de 2017 organizamos Trama, el primer festival de arte urbano del país. Se realizaron 19 murales donde trabajaron 15 artistas. Sobre la avenida Alvear, TEC dibujó un lagarto y un barrilete, hoy casi desaparecidos por el carácter efímero de este tipo de intervenciones. Me interesó lo que él hace en Brasil, eso de llevar el arte a la periferia, como también que pinte los asfaltos. En cuanto a la señalización vial, en mi municipio no hubo inconvenientes. La gente, cuando pasaba en auto, tomaba una dimensión distinta de la pintura, que se observa de otro modo desde lo alto".
La biblioteca enterrada
A esas tres obras recientes sobre calles argentinas se suma otra, en Córdoba capital, pero en este caso hecha de manera espontánea por TEC, como suele hacerlo en Brasil, exponiéndose al disgusto policial. Se trata de una biblioteca enterrada en un agujero que no es tal y que el artista pintó en la esquina donde se crió, en la intersección de las calles Góngora y Rodríguez Peña, de Alta Córdoba. "Fue a las puertas de la casa de mi abuela y tiene su historia. Cuando vino el golpe del 76 metieron en cana a mi tío materno por tener en esa casa un libro del Che Guevara. Mi abuelo, asustado, decidió entonces hacer un pozo y enterrar todos los libros en el patio".
Hacia principios de este siglo, TEC ya contaba con una veintena de efímeras pinturas sobre asfalto, fotografiadas con cámara. Editó las imágenes en un fanzine que llevó bajo el brazo a Brasil, donde conquistó el interés de los galeristas. Entre 2008 y 2011 comenzó su proceso de abandono del diseño gráfico y la publicidad. También comenzó a vivir del arte.
"Con la pintura sobre asfalto comenzó un poco todo en 2002, en Colegiales. Una noche salí de mi casa para intervenir muros, pero un disparo en la oscuridad me asustó. Para no ser confundido con un ladrón, me incliné sobre la calle y empecé a pintar el asfalto. Como a la altura de la puerta de mi casa se inundaba con la lluvia, se me ocurrió un pescado, lo dibujé y me propuse esperar a que se inundara para sacarle luego una foto desde una terraza o un balcón. Era un pescadito rojo, sobre Conde y Jorge Newbery".
El caso de los lagartos responde a un gusto estético. Mientras que el de los barriletes proviene de una visita a la favela Diadema, en San Pablo, junto a un amigo que por entonces vivía en esa barriada marginal. "Buscaba subidas y bajadas para pintar sobre asfalto y un amigo me llevó a su barrio, que realmente era increíble por sus desniveles, pero más me impresionó ver a los chicos jugando en la calle y remontando barriletes. Creí que debía homenajear a esos chicos de las favelas".
En la cuna del pixação
Curadores y galeristas reconocen hoy el valor de la obra del cordobés, pero deben resignarse al lado B de su vida, aquel que lo inclina a llevar su arte urbano a los márgenes de las ciudades, asistido por pixadores, muchachos excluidos de las favelas paulistas, que intervienen con su obra, el pixo: juegos tipográficos donde rubrican sus alias, la identidad de los grupos a los que pertenecen y el nombre de sus barriadas, en lo alto de las torres de San Pablo. "Borrar un pixo puede depararte la muerte", aclara TEC.
Él valora el pixo en una ciudad donde esta expresión está prohibida, como asimismo la figura de los pixadores. "Ellos arriesgan su vida con una bolsa de pintura y un rodillo, mientras escalan edificios para dejar manifiestas sus existencias en una sociedad que los hace invisibles", dice TEC.
Su primer acercamiento a este "inframundo" se dio antes de conocer los barriletes de Diadema, hacia 2011, mientras en el lado A de su vida firmaba un contrato con la galería paulista Choque Cultural, a la vez que se aproximaba su primera exposición de obra plástica en el Museo de Arte Moderno de San Pablo. Por ese tiempo TEC trabó relación con pixadores, que lo invitaron un fin de semana a pintar la ciudad. El cordobés accedió calzándose su overol, como Bruce Wayne el traje de Batman.
"El pixação es una movida por la que a veces estos pibes marginales mueren como moscas cuando caen de los edificios. El último intendente de San Pablo los quiso eliminar: no pudo. Yo lo veo como algo social: arriesgan su vida porque son tan invisibles que se quieren hacer notar. No les gusta, sin embargo, ser llamados artistas. Cuando monté mi taller, los empecé a contratar. Mis asistentes vienen todos del pixo".
En 2018 TEC alquiló el perfil de una torre de 18 pisos en San Pablo. Allí, en 30 días, pintó el mural más grande de la ciudad (64 x 24 m); lo hizo sin apoyo estatal y asistido por dos pixadores. En lo más alto de esa torre se puede observar claramente un pixo. San Pablo es la cuna del pixação. No hay otro lugar en el mundo que posea esta expresión social.
En su vida visible, aquella donde es "el artista", TEC arrancó este año como partícipe de la muestra "Mural Viral", en el Centro Cultural Recoleta. Estos episodios, cada vez más ordinarios en su vida, contrastan con los ámbitos que elige cuando se calza el overol por las noches.
Para el Recoleta pintó una pelota con tientos hechos por billetes de dólar y grabó, junto al relator cordobés Matías Barzola, un relato donde los jugadores son el ministro de Finanzas, el Banco Central y el FMI, mientras que el billete estadounidense es la estrella con sus escaladas. "No puede ser –dice– que los circuitos artísticos se den generalmente en América Latina en barrios ricos. El arte debe descentralizarse, porque su impacto en Gerli o Caseros es muy superior".
Esa postura lo obliga a salir por lo menos una vez al mes a pintar asfaltos en San Pablo asistido por uno o dos pixadores. Pinta en favelas, avenidas de paso y callecitas inciertas. Sus dibujos son los peces que trajo de Colegiales, los lagartos y los barriletes nacidos en Diadema. Cuando no es "Batman", actúa como "el artista", al que celebran coleccionistas y celebridades del calibre de Pelé. "Yo trato de llevar la cultura allí donde no está, es una forma de nivelar las cosas", concluye, en alusión a esas obras que registra con un drone y que son tan antieconómicas como el pixo.
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