Laborde, el pueblo cordobés que se transforma con su festival de malambo hace 51 años
El campeón nacional no puede volver a competir, una característica que lo hace único
CORDOBA. Laborde, el pueblo de 5800 habitantes del sudeste de esta provincia, se transforma al ritmo del zapateo durante seis días. Las botas de gaucho dominan la geografía de casas bajas y siestas largas de los eneros abrazadores. Desde fines de diciembre empiezan a llegar –como si fuera un campeonato mundial de fútbol que se juega en la altura de la puna- los bailarines para “aclimatarse”. Desde hace 51 años, se realiza el Festival Nacional del Malambo.
Entre las 400 fiestas y festivales populares que se realizan en esta provincia en el verano y los más de mil a nivel nacional, el de Laborde tiene una característica que lo hace único. Quien se consagra campeón nacional de malambo no puede volver a competir en esa misma categoría.
Ya está; la de Laborde quedará como su máxima consagración. En un país donde el que llega suele tender a eternizarse en el lugar –sea legislador, dirigente gremial o presidente de la AFA- los campeones de malambo acordaron serlo por una única vez y, el reglamento del festival, incluyó esa pauta.
El neuquino Emanuel “Rulo” Hernández es el último campeón; con 25 años es uno de los ganadores más jóvenes en el medio siglo que cumplió el festival en 2017. “Estoy zapateando desde los cinco años, preparándome para distintos certámenes; triunfar en Laborde –donde vengo hace 15 años- era mi sueño; mamé siempre acá la pureza de malambo”, dice a LA NACION.
Desde la organización del festival, que este año comienza el domingo 7, Leandro Bonetto explica que son muchos los bailarines que andan hace un par de semanas por el pueblo: “Vienen para acostumbrarse a la temperatura, a la humedad. Si no hacen así, los del norte por ejemplo terminan de rodillas después de zapatear cinco minutos, la humedad los agota”.
Hernández admite que el entrenamiento para esta danza sureña solo de hombres, siempre acompañada por bombos legueros y guitarras, combina “arte y estado físico”. Para él, la resistencia se gana “sumando malambos diarios; si se llega a una buena cantidad, estamos en condiciones”.
Fue precisamente la definición de “atletas de folklore” lo que atrajo la atención de la escritora Leila Guerriero quien viajó a Laborde por primera vez en 2011 para conocer de qué se trataba este festival de “gladiadores”. Así nació “Una historia sencilla”, la crónica de la vida de González Alcántara, bailarín de 28 años, de familia humilde y profesor de música, que de chico empezó a practicar esta danza y no dejó de hacerlo porque encontró en ella su vocación, su destino.
Hernández conoce la historia y, en algún punto, se siente identificado. Para él, el malambo es “la vida misma; la tierra, el pueblo, la pasión”. Oriundo de Cutral Có, está convencido de que –cuando zapatea- “plasma” su pueblo. “Cuento el desierto con silencios, con la respiración”.
Reinas paisanas
Los bailarines se pasean por el pueblo que, durante el festival, llega a duplicar su población por los visitantes que atrae. “Tal vez no sea una fiesta de multitudes, pero es de mucho prestigio en el ambiente del malambo. Por ese prestigio, por el respeto que significa ganarlo es que no hay segunda vuelta. El nombre queda para el siempre, para el resto de la historia –relata Bonetto-. Y aunque se presentan cantantes, la atracción es el malambo”.
Las botas son la “pelota” del bailarín de malambo. Invierten hasta lo que no tienen en comprarlas y las cuidan al extremo. “Buscan las que mejor le van, las más cómodas y aptas; entrenan años para subir al escenario de este pueblo”, sigue Bonetto.
Laborde, a fines del 1800, era Las Liebres; recibió su nombre definitivo en 1922, casi una década después de que se habilitara la línea de ferrocarril que iba al sur del país. Juan María Laborde fue el estanciero que donó las tierras para que pasara el tren. La tierra fértil atrajo desde siempre a los colones, en especial a los piamonteses.
¿Cómo terminó reinando el malambo? Es que en 1947 se presentó el dúo de Julio Barros y Aníbal Calderón; su zapateo despertó interés y admiración. Los años pasaron y el gusto por esa danza se consolidó hasta que el 6 de noviembre de 1966 don José "Pepe" Viani armó un “mini festival” que fue popularizándose y sumando participantes.
En 1974 los organizadores compraron la manzana donde se celebra la fiesta. Una estatua de don “Pepe” está en la plaza central del pueblo y, durante enero, es el lugar elegido para quienes quieren llevarse una foto de recuerdo.
Cada año se elige la "Paisana Nacional del Malambo"; las concursantes desfilan en trajes típicos de sus provincias, deben mostrar su destreza en el baile y mantener entrevistas con el jurado. Elegida, la ganadora luce una banda - no hay corona- y protagoniza una coreografía con el campeón.
Hernández ya está en Laborde; está feliz y ansioso por saber quién lo sucederá. No le importa no poder competir. “Ya está, ya cumplí mi sueño”.