Ciencia argentina: el revolucionario laboratorio de piel que busca mejorar la calidad de vida a pacientes con úlceras crónicas
Un equipo del Grupo de Terapias Avanzadas de la Fundación Cassará desarrolla, a partir de una pequeña muestra de tejido sano, un “apósito” personalizado con buenos resultados de cicatrización cuando fracasan otros tratamientos
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En un laboratorio en el barrio porteño de Mataderos, un equipo procesa pequeñas muestras de piel sana de pacientes con úlceras crónicas profundas por insuficiencia venosa o arterial debido a enfermedad vascular periférica o diabetes. Desde hace poco más de una década, aíslan las células de esas muestras y las multiplican in vitro para producir sustitutos cutáneos personalizados que curan esas lesiones cuando otros tratamientos fracasan.
“La demanda es muy grande porque tiene varias indicaciones: al principio, fue pensado para tratar quemados, pero nos fuimos dando cuenta de que había otro campo de aplicación, quizá más necesario, las úlceras crónicas, y que tiene una cantidad de pacientes realmente muy llamativa”, explicó Alicia Lorenti, jefa del Grupo de Terapias Avanzadas de la Fundación Cassará durante una recorrida en su lugar de trabajo. La fundación comparte edificio con el Instituto César Milstein, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Llevan seis pacientes tratados y en seguimiento con el Servicio de Dermatología del Hospital Muñiz, a la vez que no dejan de recibir consultas desde todo el país. Otras indicaciones son las heridas profundas por quemaduras, trauma o cirugías y, en teoría, podría extenderse a escaras por compresión o quemaduras por radiación en pacientes oncológicos, entre otros usos por investigar.
La membrana que se aplica como un apósito sobre la lesión mide 6 cm de lado y el equipo entrega la cantidad de unidades necesarias listas para usar, en una placa de transporte, sin necesidad de frío. La semana previa, se interna al paciente para preparar el área de aplicación: es requisito obligatorio que el lecho esté limpio, vital y sin infección. Una vez colocado el sustituto, se puede o no suturar, según defina el médico tratante, y se coloca una venda para protegerla. Durante las curaciones las semanas siguientes, se monitorea el implante y la cicatrización.
Los resultados, de acuerdo con las imágenes de seguimiento de los pacientes tratados, empiezan a verse a partir de las dos semanas. La curación completa depende del tamaño de la lesión y de las condiciones de cada paciente. Son personas que convivieron con lesiones profundas durante 10 o 25 años que, cuando ocurren en las piernas, como en pacientes con insuficiencia circulatoria, les impide caminar o las limita en las actividades diarias.
“La primera indicación en un paciente con una úlcera es el uso de un sustituto temporal, mientras que la indicación de referencia siempre fue el autoinjerto. Pero la gravedad en estos pacientes es tal que, muchas veces, fracasa. En este caso, la indicación final sería la del sustituto que desarrollamos porque es un producto costoso, sobre todo en el contexto actual. La mayoría de los insumos son importados y el proceso que demanda es adaptado a cada paciente”, resumió.
Ingeniería de tejidos
Referente argentina en ingeniería de tejidos y medicina regenerativa, Lorenti estuvo al frente del primer Laboratorio de Cultivos de Piel del país creado en 1992 por Fortunato Benaim, maestro argentino de la medicina del quemado. Hace 12 años, se incorporó al equipo de Cassará para crear un área similar y avanzar con un sustituto más completo, no solo de epidermis (la lámina más externa de la piel).
“Nuestra idea era hacer algo que tuviera una parte dérmica [más interna] y una parte epidérmica porque uno de los problemas asociados al fracaso del cultivo que contiene solo epidermis era poner ese tejido sobre un lecho que no tiene dermis –precisó la investigadora–. En una quemadura profunda o una úlcera crónica no hay dermis, que cumple una función muy importante en la piel más allá de la de soporte. Genera proteínas y le da el hábitat a la epidermis”.
Para obtener el sustituto dermoepidérmico, se toma una muestra pequeña de la piel sana del paciente y, en el laboratorio, el equipo trabaja con medidas de bioseguridad para evitar la contaminación del producto. Aíslan células de la dermis (fibroblastos) y la epidermis (queratinocitos) por separado, las amplifican o “reproducen” hasta obtener la cantidad adecuada. Recién entonces las siembran en una matriz biológica: las células epidérmicas en lo que será la cara superior de la membrana y las células dérmicas en la inferior, que apoyará sobre la herida.
Probaron con diferentes matrices hasta dar con la indicada, que es de origen porcino, acelular (sin restos de células animales vivas o muertas para evitar el rechazo en el receptor), se produce en un laboratorio de Córdoba y está aprobada por la Anmat. También hubo que poner a punto otros desafíos de la técnica, como determinar la cantidad de células necesarias para sembrar la matriz. Todo demandó varios años.
Hoy, reciben consultas de profesionales desde todo el país. Es, dada esta necesidad, un producto que de incluirse con la indicación precisa en la canasta básica de prestaciones (PMO) podría reducir gastos en años de tratamientos con alta probabilidad de falla conocida en esos casos, de acuerdo con comparaciones de costos que se están empezando a hacer.
“Obviamente, no es lo mismo que una píldora que se puede producir en volumen. Se trata de un producto biológico con toda la complejidad que implica producirlo para cada paciente en particular”, amplió Lorenti ante la consulta. “Cuando involucra la dermis total –apuntó–, la úlcera es profunda [entre 4 y 5 mm], con todas las complicaciones que eso genera y el dolor. Son pacientes que tienen muy alterada en su calidad de vida porque no pueden caminar bien, empiezan a encerrarse y eso va alterando su calidad de vida en lo social y psicológico. Son pacientes muy, muy difíciles de tratar”.
En el Hospital Muñiz dieron con las condiciones para trabajar por la cantidad de pacientes y el interés de los profesionales del Servicio de Dermatología en el uso del neotejido autólogo.
“No nos sirve trabajar en el laboratorio durante un mes, que es lo que nos lleva preparar las láminas, entregar el sustituto de un paciente al médico tratante y desentendernos o que también lo haga el profesional, porque son pacientes que necesitan un seguimiento semanal por meses –explica el equipo, mientras trabaja en el laboratorio–. Si el médico no está lo suficientemente involucrado, no hace las curaciones o no las deja en manos de profesionales que estén capacitados para hacerlo, el trasplante fracasa. Y en el Hospital Muñiz encontramos ese compromiso”.
Enseguida, surge el ejemplo de una paciente de 76 años con una úlcera de unos 100 cm2 en una pierna por insuficiencia venosa: la curación llevó casi un año, tras varios intentos fallidos con diferentes tratamientos. “La úlcera cerró completamente, permanece así desde hace ya 22 meses y no se volvió a abrir. Ese es otro problema con este tipo de lesiones: quizá logran cerrarla o achicarla y, de pronto, empieza a agrandarse o abrirse de nuevo”, explicó Lorenti.
Otro riesgo es la infección o la formación de otra úlcera. “Son pacientes en los que realmente hay que pensar cuál puede ser la consecuencia de cada decisión terapéutica que se va a tomar –finaliza Lorenti–. A partir de nuestra experiencia con el equipo del Muñiz, podemos decir que, con la indicación adecuada, es una solución terapéutica con muy buenos resultados, sin riesgo de rechazo inmunológico ni necesidad de inmunosuprimir al paciente”.
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