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Para los Ventura, la noche del sábado 17 de enero de 2020 había empezado en La Querencia, un restaurante que no sobrevivió a la pandemia ubicado a una cuadra de la costanera del Río Paraná, en Zárate, provincia de Buenos Aires. José María se pidió un pescado, Pablo, su hijo de 21 años, ordenó una milanesa, y Marisa Pitillini, la madre de Pablo, ya no recuerda cuál fue el plato que eligió en esa ocasión. La cena fue agradable y quedó registrada en las cámaras de seguridad del lugar.
A casi 500 kilómetros de distancia, en Villa Gesell, Máximo Thomsen, Luciano Pertossi, Ayrton Viollaz y otros siete amigos de entre 19 y 22 años del Club Náutico Arsenal Zárate cenaban en la casa que alquilaron en el Paseo 203. Estaban de vacaciones, se sacaban fotos y las subían a las redes. A solo nueve cuadras de ahí, sobre la Avenida 5, Fernando Báez Sosa, de 18 años, se encontraba en el hostel Hola Ola, a punto de cenar con sus amigos. Ellos también se habían tomado unos días de descanso en la costa atlántica.
Los minutos pasaron y los tres grupos terminaron de cenar. Pablo se subió junto a sus padres a un Peugeot 208 blanco, los dejó en su casa y se fue a pasar la noche al departamento de unos amigos. En Gesell, los 10 rugbiers habían empezado la previa del boliche, al igual que Fernando y sus compañeros del Colegio Marianista. En esa noche de verano el destino era la discoteca Le Brique, sobre la Avenida 3.
A las 3.30 de la madrugada del 18 de enero, en medio del fervor de la pista de baile, Fernando y sus amigos conocieron el rostro de Thomsen, Pertossi y compañía. En ese momento surgió un altercado que luego se disolvió. Pero a las 4.40, según las filmaciones, el personal de seguridad expulsó a los rugbiers del boliche. Cuatro minutos después vieron a Fernando en la calle y lo golpearon durante 60 segundos hasta dejarlo muerto sobre la vereda. A las 5.30, en Zárate, Pablo levantó el portón de madera de su casa y se acostó en la cama.
“El sospechoso Nº 11″
Eran las 17 o 17.30 del domingo, hacía calor y los Ventura se preparaban para irse de vacaciones a Uruguay al día siguiente. “Estaba haciendo la merienda y empecé a escuchar palmadas en la puerta de casa. Vi unos tipos con jean y chomba azul. Les pregunté quienes eran y ellos me preguntaron si esta era la casa de Pablo Ventura”, recuerda Marisa.
“Antes de abrir la puerta llamé al 911 para consultarles si habían enviado efectivos a mi casa. Me dijeron que lo iban a chequear, ‘enseguida te llamamos’, y nunca lo hicieron. Pensé que lo querían secuestrar a Pablo, internamente me preguntaba ‘pero qué me van a sacar a mi si soy un laburante’. Hasta que reconocí a uno de los oficiales y le pregunté qué pasaba”, relata José María.
Los agentes les explicaron que durante la madrugada hubo una pelea en “la costa”. Los padres de Pablo pensaron que se referían a la costa del Paraná, en Zárate, y le consultaron si había discutido con alguien la noche anterior. “Les dije que no. La verdad no entendíamos qué pasaba, pero me puse a disposición para terminar con el malentendido”, describe Pablo.
Pablo, acompañado por su papá, se subió a un Ford Focus y fueron hasta la DDI de Campana. En el camino se enteraron que habían asesinado en Villa Gesell a un tal Fernando, de 18 años. Los Ventura ese día no habían leído o escuchado las noticias del caso que luego ocuparía la portada de todos los medios nacionales durante semanas. Tampoco sabían que horas atrás habían detenido a diez rugbiers y que ahora sobre los hombros de Pablo pesaba la figura del “sospechoso Nº11″, el que se habría fugado junto a su padre en un Peugeot 208 blanco, dejando un cadáver y una zapatilla ensangrentada talle 43 en la escena del crimen.
La redada
A las 4.45 del 18 de enero Fernando yacía muerto en la vereda por un paro cardíaco producido por un shock neurogénico debido a un traumatismo de cráneo.
La gente se acumulaba a su alrededor. Mariana Areco, de 20 años, atendía en el bar Jet Set, en diagonal a Le Brique. Dijo que esa noche fue violenta. Primero hubo una pelea en la Avenida 3 y la 102. A un joven le habían roto una botella en la cabeza. Pero luego llegó la golpiza a Fernando. “Había un chico todo ensangrentado porque le tiraron una botella, pero luego la gente empezó a gritar que había otro pibe muy grave, y ese era Fernando. Los policías le hicieron RCP [Reanimación Cardiopulmonar], pero se notaba que no reaccionaba”, describió Areco a LA NACION al día siguiente del crimen.
Solo diez minutos después de que el corazón de Fernando se detuviera frente a Le Brique, Lucas Pertossi se cambió la ropa, regresó a la escena del crimen y le envió un audio a sus amigos: “Estoy cerca de donde está el pibe. Están todos a los gritos, llamaron a la ambulancia. Caducó”. A las 5.10 se encontró en Mc Donald´s con Alejo Milanesi, Blas Cinelli y Máximo Thomsen, todos vestían distinto a como se los vio en el video de la golpiza. Thomsen se había quitado la camisa que usaba abierta para mostrar el pecho y la cambió por una remera gris. También cambió las zapatillas por unas ojotas y se sentó a disfrutar de una hamburguesa. Les quedaban cinco horas de libertad.
Cerca de las 11 la policía bonaerense irrumpió en el chalet que alquilaban los rugbiers y los esposaron boca abajo con una mejilla sobre el suelo. Y lo que sucedió en ese momento es un misterio. En el expediente judicial no figura quién lo dijo, pero uno de los policías que llevó adelante la redada preguntó de quién era una zapatilla totalmente ensangrentada que encontraron en la casa.
“Es de Pablo Ventura”, dijo uno de los acusados. “¿Dónde está Pablo Ventura?”, le consultó el policía. “Se fue en el Peugeot 208 de su papá”, le respondió.
Según relata Pablo, el único encontronazo que había tenido con alguno de los rugbiers en Zárate fue con Lucas Pertossi, dos años antes del asesinato. Esa noche discutieron en un boliche y eso fue todo. “Todavía hoy no entiendo de dónde surgió tanta bronca hacia mi persona”, dice Pablo.
Fuentes oficiales que participaron del operativo indicaron a LA NACION que, cuando allanaron la casa de los rugbiers para detenerlos, encontraron una zapatilla cuya suela coincidía con una marca de sangre que tenía Fernando en la cabeza. “Uno de los detenidos le dijo a un policía que esa zapatilla era de Ventura, pero no solo dijo eso, sino que dio el nombre del padre, el color, el modelo y la patente del auto en el que se habrían fugado. Aseguró que el padre estaba parando en Pinamar y que luego del hecho lo vino a buscar. Eran muchos datos precisos. Nos comunicamos con la DDI de Zárate para pedir colaboración y se dirigieron a la casa de Ventura, pero no estaba el auto. Entonces dispusimos un operativo encubierto hasta que llegaran. Y un rato después apareció el padre y el hijo y todos los datos coincidían. Por eso lo detuvimos. No sé quién dijo su nombre porque no fue parte de una declaración formal, sino que se lo dijo ahí a un policía”.
Dos trompos en la ruta
Eran las 21.30. José María y Pablo se encontraban en la DDI de Campana. Ahí les comunicaron que el Fiscal Walter Mercuri había pedido el traslado de Pablo hacia Villa Gesell. Le pusieron las esposas y emprendieron el viaje de cinco horas en una camioneta. A partir de ese momento pasó a estar solo e incomunicado.
José María fue a buscar su auto con la intención de seguir al móvil, pero a 150 kilómetros por hora en la ruta entre Zárate y Campana se le reventó una cubierta y su auto empezó girar sobre el asfalto hasta quedar con la trompa en dirección a Rosario. Mientras tanto, su hijo se alejaba en la parte trasera de una camioneta policial.
“Si venía un auto atrás, me mataba. Puse la rueda de repuesto y anduve hasta que encontré una gomeria para cambiar la cubierta. Ahí empezó una de las partes más angustiantes, porque me pasé horas sin saber dónde estaba Pablo, nadie me decía nada”, relata José María.
Entre la noche del 18 y la madrugada del 19 de enero, deambuló de aquí para allá. Hizo escala en la comisaría 1a. de Villa Gesell. Como ahí no estaba su hijo, fue a la comisaría 2a., donde lo mandaron a General Madariaga. Allí le dijeron que podía estar en Pinamar, y en Pinamar lo derivaron a Dolores. Hasta que una oficial de policía de General Madariaga le confirmó que su hijo estaba en la DDI de Villa Gesell, a donde llegó recién a las 9 de la mañana en medio de un clima hostil. El video del asesinato ya había empezado a circular, y el rostro de Pablo, de a poco, comenzó a aparecer en los medios de comunicación junto al de los rugbiers.
“En Madariaga una oficial me mostró el video del ataque. Me preguntó si mi pibe aparecía en las imágenes y yo le dije que no, le conté que Pablo mide casi dos metros, ahí te das cuenta que no está. Finalmente llegué a donde se encontraba Pablo, en Gesell. Pero todo era difícil, hubo un hotel que no me quiso recibir porque supuestamente yo era el padre de uno de los culpables. También me puteaban en la calle cuando estaba parado frente a la comisaria, me gritaban asesino”, describe José María.
A pocos metros, pero adentro de una guardia, se encontraba Pablo, que no tenía noción de su triste popularidad. “Yo no tenía idea lo que estaba pasando afuera, tampoco sabía que mi cara estaba empezando a circular en todos lados. Estaba totalmente incomunicado y esposado a una cadena amarrada a la pared. Yo pensaba que estaba al horno, que iba a ir preso por error”, dice Pablo, que todavía recuerda que la angustia lo llevó a comer solo un sándwich de milanesa en tres días.
Sufrir a la distancia
Marisa se había quedado en Zárate y se pasaba el día con el televisor prendido. Allí escuchaba a algunos periodistas hablar mal de su marido. Llegó a leer titulares tales como “se cae la coartada de los Ventura” en el momento que se conoció la versión de la zapatilla ensangrentada talle 43, cuando Pablo calza 49,5 o 50, según la marca. En paralelo, recibía llamados de vecinos de Zárate que lo habían visto llegar a Pablo en la madrugada del 18 de enero.
“¿Cómo podíamos demostrar que Pablo estuvo acá? El papá del chico con el que Pablo había pasado la noche manejaba las cámaras de La Querencia, y así pudimos tener los videos de esa cena. El abuelo de ese chico, Jorge Santoro, es abogado, y el pibe le pidió por favor que nos de una mano. Santoro estaba de vacaciones en Santiago del Estero, pero se fue inmediatamente para Gesell. Nosotros no teníamos abogado y él tampoco es penalista, pero no lo dudó y nos ayudó. Por eso le estaremos eternamente agradecido. También nos ayudó y declaró como testigo una vecina que lo vio llegar a Pablo, esa vecina trabajaba en el mismo bar que Máximo Thomsen. Los cuatro días que Pablo estuvo preso, se me hicieron eternos, se me helaba la sangre cuando veía su foto en los medios”, resalta Marisa.
De villano a víctima
“Un tipo de la fiscalía me había dicho que los volvieron locos para que encontraran nuestro auto en los videos de los peajes, pero obviamente no lo encontraron. También se cayó la evidencia de la zapatilla y el 22 de enero lo liberaron”, señala José María.
Esa noche, luego de salir del calabozo, abrazar a José María y decirle “que padre con huevos que tengo”, Pablo tuvo un baño de realidad. En ese momento se dio cuenta de la dimensión de lo que había ocurrido mientras estaba aislado y encadenado. Una decena de cámaras lo esperaban afuera de la DDI de Villa Gesell y su reacción fue taparse el rostro con las manos, como para evitar que se difundiera su imagen. “Mostrá la cara”, le gritó José María, mientras los flashes lo enceguecían.
Luego de ser por cuatro días el peor de los villanos, el más cobarde de la patota, Pablo salió en libertad y aplaudido por las personas que se encontraban ahí. Se dirigieron al hotel del sindicato de Luz y Fuerza, donde se alojó José María. “Acostarme en la cama del hotel fue lo mejor que me pasó en la vida”, asegura Pablo. Sin embargo, todavía no podían regresar a Zárate; aún se tenía que quedar algunos días más en Villa Gesell para participar de una rueda de reconocimiento donde habría testigos y amigos de Fernando. Allí, nadie lo señaló.
“Son 10 mierdas, no ocho”.
El 2 de enero de2023 comenzará el juicio por el crimen de Fernando. Juzgarán a Luciano Pertossi, de 20 años; Ciro Pertossi, de 21; Lucas Pertossi, de 22; Ayrton Viollaz, de 22; Máximo Thomsen, de 21; Enzo Comelli, de 21; Matías Benicelli, de 20, y Blas Cinalli, de 20. Todos están detenidos en la Alcaidía Departamental La Plata 3, en Melchor Romero. Mientras que Juan Pedro Guarino y Alejo Milanesi fueron sobreseídos.
Desde entonces, José María bajó 15 kilos y no nunca más los recuperó. Junto a Marisa todavía atienden la farmacia Pitillini, en Zárate. Pablo se convirtió en una especie de celebridad. Dice que aún hoy pasa gratis a las fiestas y la gente lo reconoce en la calle. Él estudia para ser farmacéutico.
En Zárate, hace dos fines de semana, el padre de Guarino se le acercó a José María cuando se retiraba de un campo de golf y le quiso pedir disculpas. “Le dije que no me servía todo lo que me estaba diciendo. Incluso me pidió si no podía ayudarlo para contactarse con el papá de Fernando, con los que habló con cierta frecuencia. Le dije que no me vuelva a dirigir la palabra, que no me hinche las pelotas. Yo estoy muy enojado porque ellos sabían que mi pibe no tenía nada que ver y nadie dijo nada. Por eso, más allá de las absoluciones, para mi son diez mierdas, no ocho”, asegura José María.
“Los diez son culpables de un asesinato y de una acusación injusta”, refuerza Marisa.
“Yo recibí mensajes de todo el mundo, cartas, etcétera. Hace unos meses, uno de esos mensajes era de Juan Pedro Guarino, él también me pidió disculpas. Yo le dije que ya está, que está todo bien”, concluye Pablo.
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