La Virgen y el Señor de los Milagros, la festividad que reúne a un millón de fieles
La mayoría de los peregrinos llegan desde distintos parajes de la zona de montaña de Salta; recorren entre 300 y 500 kilómetros; al llegar a la catedral de la capital provincial, se reza en español y wichi
SALTA.- Las cinco de la tarde del sábado marcan uno de los puntos de emoción más altos: ingresan en la Catedral de Salta los "peregrinos mineros" que caminaron 312 kilómetros desde la madrugada del domingo anterior. Las lágrimas corren por rostros duros, curtidos por un tiempo inclemente y por un trabajo intenso. La mayoría llevan imágenes de la Virgen o de Cristo. Se sacan los cascos, se abrazan entre ellos. Los siguen los de Nazareno, los de la caminata más larga: 13 días, 530 kilómetros. Entran y, casi sin detenerse, se persignan ante la Virgen y el Señor de los Milagros. Misión cumplida.
La fe siempre es difícil de explicar, para quien la vive y para quien no. La Fiesta del Milagro, que se celebra desde hace 327 años en esta ciudad, pone a prueba cualquier intento. Convoca casi a un millón de personas; miles llegan desde la Puna salteña. Caminan entre ocho y diez horas diarias entre cerros y ríos, con lluvia, sol abrasador y nieve. Cargan sus imágenes y sus instrumentos musicales. Cantan, bailan y rezan. Son los "caminantes de la fe".
Clemencia tiene 67 años; es de San Antonio de los Cobres, a casi 180 kilómetros de la ciudad. Baila y canta: "Cumplimos, una vez más. Vamos a dar gracias". A su lado, Mirta lleva la imagen de Nuestra Señora. Se fue desde Campo Quijano, donde vive, hasta Mina Patito, para caminar con los peregrinos mineros. "Con fe se puede; no hay cansancio. Uno viene a pedir y a agradecer", dice.
El obispo Dante Bernaki lleva 12 años caminando con los mineros: "Desde Mina Patito salimos 150 y acá llegamos 12.000, somos los que bajamos de la Puna. En la altura (vienen desde 4100 metros) es como un retiro espiritual; no hay señal, hay tiempo para conversar". Cerca de él está doña Damiana, pastora de 70 años, que llega fresca y entusiasmada.
El del Milagro es uno de los acontecimientos populares y de manifestación religiosa más grandes de América Latina. Desde el inicio de septiembre, todo son preparativos, y entre el 13 y el 15 la ciudad de Salta se transforma. A los caminantes se les suman cientos de voluntarios que les salen al encuentro en distintos puntos de su ruta, les dan de comer, les brindan albergue, comparten. No son muchos los religiosos que caminan con los grupos; la gente se organiza sola y con el aporte de los voluntarios.
Historia de fe
La imagen del Cristo crucificado fue donada por el obispo de Tucumán fray Francisco de Victoria al pueblo salteño en 1592. Venía junto con una de la Virgen del Rosario que debía seguir hasta Córdoba. Ambas fueron encontradas flotando en el puerto del Perú. Quedaron guardadas y en 1692, luego de los terremotos que devastaron la ciudad, aparecieron intactas. Entonces hubo un "pacto de fidelidad" entre la gente y "el señor y la señora del Milagro".
Mariela se abraza a la virgen de Urukupiña (en la marcha conviven todas las advocaciones y los santos). Está ansiosa porque en una hora entrará en la catedral. Salió hace cuatro días desde San José de Metán. Recorrió 160 kilómetros con el abdomen vendado. Una operación de ovarios terminó en perforación de intestinos y después de 58 días en coma empezó a recuperarse: "Vuelvo para decir gracias y para pedir un día más, para seguir viviendo y para poder seguir viniendo".
En el mismo grupo está Julia, que se agarra la panza de su embarazo número ocho: "Agradecer y pedir por la salud del que viene, que será el segundo varón". Cuando los peregrinos de Metán llegan a la puerta de la iglesia, piden hacer una oración también en wichi. Así, el rezo es en las dos lenguas: español y wichi.
Hay tantas historias como personas, pero el denominador común es el agradecimiento. Hay quienes hacen los últimos kilómetros ampollados, con los pies vendados. Hay familias que empujan cochecitos de bebé y coyas que cargan los suyos en el aguayo. Hay botellas de ulpada (mezcla de agua, azúcar y harina criolla cocida) que pasan de mano en mano.
Es una marcha en comunidad. Hay pueblos de los que salen 70 personas y se van sumando los de los caseríos de más abajo hasta llegar unos 5000 juntos a la ciudad. Todos dicen sentirse parte de una misma familia. Hay peregrinos de más de 80 años y bebés apenas nacidos. Algunos son primerizos en caminatas y otros suman más de 20. Es común escucharlos decir que hay "como un contagio" por el que se va agregando gente. Incluso un fenómeno relativamente nuevo es de los salteños de la capital que van a alguna localidad retirada y hacen el recorrido.
Emilio está descalzo y vendado. Viene de Las Lajitas, a unos 200 kilómetros de la ciudad: "Hace cinco años tuve un hijo muy enfermo; desde entonces solo vengo a dar gracias. La fe lo puede todo".
Ana, de 27 años, y Mariela, de 34, son parte del grupo que llega desde El Tala, en el límite con Tucumán, a 160 kilómetros de la ciudad de Salta. Tienen los ojos brillosos y hablan entrecortado por la emoción. Cuentan cómo salían cada día de los cinco que caminaron a las 4 de la mañana. Andaban hasta las 10 y paraban por el sol. "Quema, es imposible seguir. Como a las 6 de la tarde hacíamos un poco más, pero no mucho porque hay que armar las carpas, buscar un río para bañarse. No se anda por ruta, recto", describe Mariela, y agrega: "Pero vale la pena".
En ese pueblo, los primeros peregrinos, hace una década, fueron "abuelos, gente de más de 70 que empezó a caminar", recuerda Ana, y apunta: "Nos sumamos los otros y ahora queda casi vacío".
Eso pasa en la mayoría de los parajes y pueblos, que quedan virtualmente vacíos en estos días de septiembre. El andar es acompañado por camionetas de servidores y por atención a la salud. De esa manera se trasladan las bolsas de dormir y las carpas. Para el regreso se usan ahorros de meses para contratar un transporte o bien se hace "dedo". Es en lo que menos piensan todos.
Laura es una de las cientos de voluntarias que se acercan a los caminantes. Es psicóloga y desde hace siete años, con un grupo de diez amigos, sirve a quienes bajan de los cerros de la Quebrada del Toro, a unos 60 kilómetros de la capital provincial. Son 3600 personas que anteayer, a las 14, tuvieron su turno para ingresar en la catedral.
"El voluntariado es un ida y vuelta; compartir", define. Entregan comida y hacen el "servicio de pie" (coser las ampollas, dar masajes en las piernas). Asegura que "llena de energía trabajar; conmueve ver a gente muy humilde que viene a agradecer".
Hay voluntarios organizados y espontáneos que son los que salen con una caja de sándwiches o bizcochos y unos termos a repartir a quienes vienen llegando.
Hay biciperegrinos, grupos de Cafayate, de Catamarca y de Jujuy. Los de San Rafael tocan sus bombos mientras caminan. Los coyas se ponen sus trajes típicos a poco de llegar a la plaza y bailan al son de los sikus. Turistas extranjeros se mezclan y disfrutan de la fiesta. Cientos de salteños se sientan en los bares de alrededor de la Plaza de 9 de Julio y siguen el desfile de peregrinos durante horas.
Es domingo por la tarde; el sol es impiadoso, pero un mar de gente sigue las imágenes del Milagro. Cerca de las 20, regresan las figuras; termina la procesión y, como canta Joan Manuel Serrat, "se acabó; el sol nos dice que llegó el final; por una noche se olvidó que cada uno es cada cual".
Fotos: Javier Corbalán
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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