La vigencia del periodismo profesional
Casi todo está cambiando en el ecosistema informativo hoy. La prensa gráfica vive el mayor reto desde su creación. La competencia es infinita. Luchamos por captar la atención y el tiempo libre de lectores y audiencias contra redes sociales, series, videojuegos, WhatsApp y todo lo que tenemos al alcance de la mano desde los 7500 millones de celulares que hay en el mundo.
Vivimos tiempos de vértigo informativo en los que es tanta la información que es imposible procesarla, y, muchas veces, distinguir entre lo real y lo falso. Pero este escenario desenfrenado revaloriza ciertos atributos fundamentales de los medios tradicionales. Hoy se vuelve más importante y necesario el periodismo clásico, el que narra los hechos desde un lugar neutral, el que informa según ciertos manuales de rigor, el que prefiere perder una primicia antes que sufrir una desmentida.
Ese periodismo cumple ciertas funciones indispensables y enfrenta, a la vez, amenazas y diversos desafíos.
El primero es ejercer el trabajo con profesionalismo. Existe una fantasía que es la de reemplazar a los medios tradicionales por las redes sociales. Es una ilusión peligrosa. Las redes han desmonopolizado la producción de contenidos. En ese sentido, todos somos hoy periodistas o, cuando menos, emisores que hacemos oír nuestra voz en una inmensa conversación pública. Pero las redes no garantizan el procesamiento profesional de la información y no necesariamente nos acercan a la verdad. Las nuevas tecnologías nos han inundado de información y hacen cada vez más dificultoso el establecimiento de sentido en esa masa infernal de datos. Las redes han inaugurado un nuevo término, infoxicación, que a menudo ampara a la mentira. Sobre todo cuando se las manipula.
El profesionalismo es lo que distingue a la prensa de las redes. Cuando me preguntan cuál es el rol principal de un diario centenario, respondo que es ser proveedor de certezas. Muchos lectores acuden a nosotros para cotejar aquello que les llegó por vías inverificables. Hoy WhatsApp, Facebook, Twitter o Instagram son ya un elemento cotidiano en nuestra vida, pero entrañan riesgos mayúsculos: a) están repletos de autores anónimos, lo que desacredita el debate; b) carecen del rigor propio de los sistemas de chequeo de los grandes medios, por lo que están llenos de noticias falsas que se devoran muchas veces sin dudar; c) contienen un grado de hostilidad que aleja a las voces más moderadas, hay allí más emoción que razonamiento, y d) carecen de editor responsable; es decir, nadie se hace cargo de lo que allí se dice.
Cuando me preguntan cuál es el rol principal de un diario centenario, respondo que es ser proveedor de certezas
Otro aspecto para destacar en estos tiempos es el de procurar poner orden ante ese bombardeo informativo. Esto implica jerarquizar, discriminar lo importante de lo superfluo, priorizar lo verdaderamente trascendente y legitimar solo a fuentes y voceros confiables. La sofisticación de la información nos obliga, además, a ejercer una tarea docente. La realidad se vuelve cada vez más compleja, difícil de entender, y los lectores esperan que asumamos ese trabajo didáctico con un lenguaje llano y accesible. Tan importante como contar la noticia es explicarla, desgranar sus efectos, sus causas, el contexto en el que se produce, y presentar a sus protagonistas. Analizar e interpretar nunca adquirieron tanta relevancia. Es entonces cuando entran en escena las grandes firmas de los columnistas, las notas que abordan los hechos desde un punto de vista personal ayudándonos a formar una opinión.
El periodismo no sería tal si no cumpliera con la función de fiscalizar al poder, en un rol característico que la prensa anglosajona resume bajo la figura del perro guardián. Ser un foco de luz sobre el manejo de los asuntos públicos, guardián de los derechos del ciudadano y memoria de sus obligaciones. Para todo hombre de prensa, la búsqueda de la primicia -la revelación de lo desconocido- es un objetivo primordial, descontando que para obtenerla apelamos a métodos limpios y honestos. Hoy las audiencias observan con escepticismo a los medios y demandan una rendición de cuentas no solo de la información que publicamos, sino también de la forma en la que esta se obtuvo.
Advertimos otro problema: la fragmentación de la información. Hay una tendencia a encerrarnos en nuestra propia jaula ideológica o política, y consumimos solo aquellas notas que responden a criterios que poseemos de antemano. Esta es la verdadera grieta: no divide en dos, sino que parcela en celdas. Es lo que se conoce como cámara de eco: recibimos lo mismo que emitimos. Esto representa una amenaza para la democracia. Porque, tal como la imaginamos en Occidente, la democracia supone que la verdad es hija del diálogo entre distintos puntos de vista. Es decir que la verdad no está en, sino entre. Un servicio indispensable que debe ofrecer el periodismo a la sociedad es el pluralismo. Esto significa que los medios deben exponer distintos puntos de vista frente a un problema. Aunque no compartan todos. Es un desafío exigente, sobre todo en tiempos de mucha conflictividad política. Porque nuestras audiencias suelen tironearnos en el sentido de reproducir lo que quieren leer o escuchar. Es decir, en el sentido de suspender el debate. Eso nos llevaría hacia un periodismo faccioso.
Otro riesgo es ceder al mero entretenimiento como criterio editorial. Las empresas periodísticas están en jaque por la mutación tecnológica. No solo por el cambio de soporte: la Web plantea un reto al papel, a la televisión convencional, a la radio, incluso por la pretensión de las redes de controlar y administrar los contenidos. Una pretensión que, a la larga, puede ser tan controvertida como el afán de control del Estado. Para enfrentar todas esas dificultades, la tentación es ganar la atención de audiencias de cualquier modo. Apelar al entretenimiento o a la frivolidad como estrategia excluyente. Por supuesto, cualquier narración debe entretener. Pero ese imperativo no debe ir en contra del otro, originario, superior, de dotar de mayor autonomía intelectual al ciudadano.
Es un imperativo de estos tiempos tanto evitar la grandilocuencia y el cinismo como rescatar los buenos ejemplos, aquellas historias aleccionadoras que son modelos a imitar
Un punto trascendente, y muchas veces la razón por la que nos eligen los lectores, es la defensa de ciertos valores. Se espera de nosotros que ayudemos a construir una opinión pública plural e independiente. Que seamos una voz democrática en defensa de las instituciones básicas de la República, en especial cuando hay pérdida de libertades y ejercicio autoritario del poder. Y defender principios fundamentales, entre ellos los que componen la columna vertebral editorial de LA NACION: la convivencia política, la división de poderes, la independencia de la Justicia y la libertad de expresión.
Por último, pero no por ello menos importante, ser portadores de esperanza. Demasiado a menudo nuestras páginas y sitios están abarrotados de noticias negativas, la principal razón por las que los lectores abandonan la lectura. Un diario entra de manera inofensiva por debajo de la puerta a casas de familia y se lleva en la palma de la mano a toda hora. Es un imperativo de estos tiempos tanto evitar la grandilocuencia y el cinismo como rescatar los buenos ejemplos, aquellas historias aleccionadoras que son modelos a imitar, esto es, ser vehículo de una dosis de ilusión que nos devuelva la respiración ante una realidad que de tan conflictiva se ha vuelto tóxica.
La industria de la información es una de las más atravesadas por la revolución digital. Corresponde no perder de vista que nuestra función primordial se mantiene incólume: remitirnos a los hechos, narrar un país e interpretar lo que sucede procurando honrar aquella leyenda de Philip Graham, editor de TheWashington Post, verdadera catedral de la prensa planetaria: "El periodismo es el primer borrador de la historia".
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