La vida nocturna, una víctima más
Artistas, dueños de bares y padres de los damnificados afirman que los controles resultan "inadecuados"
Después de la tragedia de Cromagnon , la vida cultural en la ciudad cambió. "Es un antes y un después", coinciden diversos protagonistas de la noche porteña. La muerte de 194 jóvenes durante un recital el 30 de diciembre de 2004 por causa de un incendio en el boliche de Once develó la enorme deficiencia en los controles de seguridad en la ciudad y marcó también un punto de inflexión para quienes trabajan en espacios culturales y artísticos. Nuevas medidas de seguridad se instrumentaron con el fin de evitar otra catástrofe, pero, según afirman, resultan excesivas para lugares que no las requieren y deficientes en ámbitos riesgosos.
Hoy se cumplen siete años de aquella fatídica noche y ningún responsable está preso. El último fallo de la Cámara de Casación declaró culpables de incendio culposo a los músicos de Callejeros, a Omar Chabán , a Raúl Villarreal, al subcomisario Carlos Díaz y a tres funcionarios del gobierno porteño. Sin embargo, la sentencia fue apelada, el fallo no está firme y la causa se encuentra en la Corte Suprema de Justicia.
Luego del incendio, la vida nocturna de la ciudad -otro costado de la oferta cultural porteña- cambió drásticamente, y las exigencias sobre las capacidades máximas, la cantidad de matafuegos y varios otros ítems configuraron para sus protagonistas parámetros difíciles de alcanzar. "Hay un exceso de paranoia. Un ejemplo es que para poner una cortina en una ventana debe ser de tela ignífuga, cuando en la barra tengo decenas de litros de alcohol", explica Mariano Madueña, dueño del Bar Guebara, en San Telmo. Mariano sabe de tragedias urbanas: es el hijo de Isidoro, el hombre fallecido en el derrumbe del edificio del Bartolomé Mitre 1232 acontecido el 4 de noviembre.
"Hay una exigencia severa en lugares como teatros y espacios culturales, que no son de alto riesgo porque poseen un público pasivo, que tiene una edad y una actitud determinadas. Como contrapartida, no hay controles adecuados en lugares de alto tránsito, donde se hacen recitales. La actividad clandestina en la noche sigue en su cenit", explicó a LA NACION José Iglesias, padre de una de las víctimas de Cromagnon y abogado querellante en la causa. Por su parte, el gobierno de la ciudad ha inspeccionado, en lo que va de 2011, 2840 locales nocturnos, de los cuales 156 fueron clausurados.
Los protagonistas de la noche confirman que se produjo un cambio cultural donde "se tomó conciencia de los peligros que pueden existir", como afirmó la directora artística de Niceto Club, Diana Glusberg. "Somos hijos culturales de Cromagnon y se emprolijaron muchas cosas, pero quedan muchas por mejorar", enfatizó Demian Adler, coordinador del centro cultural Vuela el Pez. "En vez de sólo controlarnos estaría bueno que preguntaran nuestra opinión como promotores culturales", agregó.
El cambio más visible, sin embargo, no es el de la idiosincrasia de los gestores de la vida nocturna, sino la desaparición de gran cantidad de espacios que no lograron adaptarse a las exigencias municipales post- Cromagnon y debieron cerrar por problemas de costos. "A partir de 2005 nos fue muy difícil encontrar lugares para tocar. Muchos espacios desaparecieron por la cantidad de reacondicionamientos que tenían que hacer y no pudieron llevar más bandas", explicó el cantante de Superextra, Ezequiel Suárez.
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