La vida después del veredicto. Cómo continúa el duelo de quienes perdieron a sus seres más queridos por un crimen
Luego de los juicios, si es que se pudieron hallar a los responsables de los hechos violentos y condenarlos, las familias transitan otros estados emocionales; cómo avanzar en la vida, sin perder la memoria de los que ya no están
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Primero, el dolor insoportable que genera la muerte de un hijo por un fogonazo de violencia o un siniestro vial. Luego, el vacío, el ardor de la bronca, la búsqueda de castigo. Si el caso se mediatiza suelen aparecer los flashes, las pancartas, las fotos en blanco y negro, las lágrimas, las marchas. Hasta que ese aluvión de desolación suele encontrar una vía racional a través de la maquinaria judicial, que solo en algunos casos ofrece algo de consuelo. Sin embargo, cuando finaliza ese proceso, de pronto se acaban las movilizaciones, las entrevistas, las audiencias, y los padres de la víctima se quedan sin una causa que les marque la agenda. ¿Y entonces?
En las últimas semanas en la Argentina se leyeron fallos condenatorios en dos casos que acapararon la atención de buena parte de la sociedad. Se trató del asesinato de Fernando Báez Sosa, de 18 años, y el abuso y homicidio de Lucio Dupuy, de 5. Los familiares de ambas víctimas atravesaron el dolor montados sobre un enorme caudal de atención que ahora se desvanece.
La reconocida filósofa Diana Cohen Agrest, cuyo hijo, Ezequiel, de 26 años, fue asesinado en un asalto ocurrido en 2011, explica, desde su experiencia sobre el proceso judicial que culminó con la condena del acusado, pero también como acompañante de víctimas de homicidio y femicidio desde la Asociación Civil Usina de Justicia, que, en un principio, cuando las cámaras llegan a la familia del fallecido, el vértigo mediático “nubla” a los seres queridos, que a su vez también se ven reconocidos como víctimas. Es decir, hay un reconocimiento del dolor que atraviesan.
“En caso de que se capture al autor del homicidio, a lo largo del proceso penal la víctima es reconocida como tal: la gente se le acerca en la calle y recibe mensajes de familiares lejanos o vecinos, como también sucede que otros se cruzan de vereda para no tener que enfrentarlos. Pero una vez que se sustancia el juicio, uno vuelve a casa con las manos vacías, con un sabor amargo, pero con la tranquilidad de que se hizo lo posible por hacer justicia. Sin embargo, sea cual fuere la pena, la ausencia continúa. Y allí puede (o no) comenzar el verdadero duelo. Empieza la cotidianeidad con la figura ausente. Es un duelo que no se supera nunca y que cada integrante de una misma familia lo vive a su manera”, analiza Cohen Agrest.
Viviam Perrone, cofundadora de la Asociación Civil Madres del dolor, es la mamá de Kevin Sedano, el adolescente que murió en 2002 tras ser atropellado por el auto que manejaba Eduardo Sukiassian, quien fue condenado a 3 años de prisión efectiva, pero dos meses después recibió el beneficio de la prisión domiciliaria y hoy cuenta con una licencia de conducir.
Ella describe que en los hechos viales el proceso judicial es particularmente complejo porque los únicos abogados que buscan asistir a los familiares son los que quieren hacer la denuncia civil para conseguir dinero. Además, señala que esos casos no suelen repercutir en los medios de comunicación por la gran cantidad de personas que mueren en hechos viales. “Si bien para vos es lo peor que te ocurrió, para la comunidad es otro caso más”, sostiene Perrone.
Ella reflexiona que al finalizar el proceso judicial, si la familia considera que la condena fue justa, ahí llega el momento de rearmar sus vidas, de buscar un futuro, de disfrutar de un viaje, de un café, de los nietos. “Pero a los que no tenemos justicia nos cuesta mucho todo. Le tenés que buscar un sentido. Ver que el resto de las personas se van olvidando también duele. La vida para los demás sigue, como deben ser, pero en nuestro caso, los que le quitaron la vida a nuestros seres queridos hicieron que nos estanquemos”, lamenta.
Cuando no hay pistas sobre el asesino
Isabel Yaconis, también cofundadora de Madres del dolor, describe el camino que recorrió a partir de la muerte de su hija, Lucila, que tenía 16 años, y en 2003 fue violada y asesinada en Núñez. En su caso, no hubo un juicio, jamás se logró seguir una línea de investigación que llevara hasta algún sospechoso.
“Los familiares que tuvieron justicia, tienen otra paz. Cuando se te cierran todas las puertas, las heridas no sanan. Mi objetivo, entonces, es que no la olviden, y lo logré. Yo aún hoy trabajo profundizar el uso del Registro Nacional de Huellas Genéticas, eso hubiera aumentado las posibilidades de, en algún momento, encontrar al asesino de mi hija. Al registro actual solo entran los perfiles genéticos de los condenados por delitos sexuales con condena firme, si el asesino de mi hija fue apresado por otro delito, no ingresó a ese registro”, explica Yaconis.
El psicoanalista José Abadi opina que el duelo por perder un hijo nunca concluye de un modo completo, sobre todo cuando sucedió en un marco violento, pero en los casos donde se hace justicia, al menos, existe la posibilidad de transitar ese camino con menos obstáculos.
“Un duelo de esas características, que desafía la justicia biológica, porque son los viejos los que tienen que morir, no los hijos, genera una enorme sensación de desolación, rabia, desconcierto. Si la justicia toma el caso en sus manos, como debe hacerlo, le permitirá a la familia no llevar adentro un rencor asociado a la venganza. La condena de la justicia es para normativizar y para evitar la venganza por mano propia. La justicia, cuando actúa de ese modo legitima su existencia, no existe la justicia abstracta, sino que solo existe cuando se pone en ejercicio, solo ahí la justicia es una verdad. Lo que puede empezar allí, entonces, es un duelo en condiciones menos obstaculizadas. Es decir, me saca del sentimiento de la necesidad de descarga, de rabia y puedo pasar a admitir la muerte, aunque eso trae una enorme sensación de vacío. Sin embargo, la muerte nunca podrá borrar la memoria de lo vivido”, resalta Abadi.
¿La Justicia, una venganza?
Cohen Agrest expone que cuando se inicia el proceso judicial los familiares de la víctima, que ella llama covíctimas, transitan el pasaje de una incomprensión absoluta de lo sucedido a una comprensión cabal de la “perversidad” del sistema penal. “No se puede separar la venganza de la justicia, pues son dos caras de una misma moneda. En un estado de derecho, la justicia es el poder de venganza en manos del Estado. Y la venganza es la justicia en manos del particular”, afirma.
Mientras que Perrone reflexiona: “Si uno como familiar quisiera vengarse, sería más fácil que hacer justicia. A mí se me cruzaron personas en el camino que por dinero me ofrecían vengarme, pero eso es solo quitarse de encima una bronca del momento. En cambio, la justicia es reparadora, no solo para uno, sino para la sociedad, es un mensaje para el resto. Incluso, la justicia es reparadora para el victimario, porque le da la oportunidad de aprender y acercarse, en algunos casos, a la familia de la víctima. Mientras que la falta de justicia revictimiza, te hace sentir que tu ser querido no vale nada”.
Sobre este debate, Marcelo Lobosco, filosofo del derecho y director de las Olimpiadas de filosofía, postula que hay que pensar a la justicia como norma, discurso y práctica social que intenta solucionar conflictos, y, a su vez, como solución de las tensiones encontradas y de sus intereses en pugna. “La instrumentación de la justicia intenta aplicar un castigo a la falta cometida. Un Estado ausente, que no aplica las reglas y normas instituidas en la sociedad genera orfandad y sed de venganza”, opina.
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