El avión blanco y azul de la aerolínea venezolana Estelar tocó el asfalto del Aeropuerto Internacional de Ezeiza el miércoles a las 3.53, proveniente de Caracas. Esa empresa es la única que aún conecta la capital de Venezuela con Buenos Aires sin escalas y con dos vuelos semanales. De este modo, casi la totalidad de los pasajeros que llegaron en ese vuelo vinieron para exiliarse en la Argentina o a visitar a sus familiares que hace años no veían. Ellos son parte de la diáspora venezolana que ya supera los cuatro millones de habitantes distribuidos por el mundo.
Gladymar Garay, de 49 años, esperaba en el aeropuerto con dos ramos de flores y un cartel de bienvenida para su madre y abuela, sus dos mujeres preferidas. Aguardaba sentada en el suelo, ansiosa por un reencuentro que se demoró más de dos años, aunque, sabía, en ese abrazo habría una ausencia que la hacía lagrimear: su padre murió hace seis meses por una hernia inguinal que progresivamente se fue complicando. "En Venezuela no hay atención médica, mi padre murió porque no había recursos. Me despedí para reencontrarme y nunca lo pude volver a ver. Bendito sea este país que nos ha recibido tan bien, allá no se puede vivir", dijo.
Garay, al igual que los pasajeros del vuelo ES-8569 de Estelar, vinieron de un país que, según el FMI, tendrá un 200.000% de inflación al finalizar este año. La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), realizada por universidades venezolanas, indica que la pobreza en Venezuela es casi total: el 87% de la población está debajo de la línea de pobreza, de los cuales el 61,2% está en condiciones de indigencia.
Las puertas tijera, ploteadas con la publicidad de un celular, se abrían y cerraban cada vez que un pasajero recogía su equipaje de la cinta número cinco y pasaba al hall de arribos internacionales. Los recién llegados desfilaban frente a unas 70 personas que aguardaban del otro lado de una baranda mordiéndose las uñas, con ramos de flores y pancartas. Como si fueran estrellas de rock, cuando se abría el telón y aparecían los pasajeros, los que esperaban corrían hacia ellos para zambullirse en los brazos de aquellos que traían el olor del hogar, y se ganaban los aplausos del público que lagrimeaba por mera empatía. Daba la impresión de que en esos reencuentros había algo más que el cumplimiento de un deseo potenciado por el tiempo y la distancia. Esos abrazos tenían cierta épica, eran apretones que a pura presión intentaban saldar el desarraigo de los últimos años.
"Bienvenida a tu segundo hogar, mami", decía el cartel que sostenían los hermanos Andrés y Daniel Salcedo, de 24 y 32 años. Ellos llegaron hace dos años. "Yo me vine un 4 de noviembre y el 28 de ese mes nació un hijo mío que aún no pude conocer. Tuve que venir a la Argentina para poder mandarles dinero desde acá. Soy chef y trabajo como barman en un bar. Ahora estamos esperando a nuestra madre, estamos muy emocionados por el reencuentro. La situación en Venezuela es indescriptible", expresó Daniel. "Yo estudio Economía y trabajo en una panadería. Allá el sueldo no alcanza ni para comprar un kilo de carne, es muy difícil acceder a los alimentos. Estamos contentos de haber podido venir a la Argentina, estamos muy agradecidos con el país, son muy generosos", dijo Andrés.
Lo que describen los hermanos Salcedo se ve reflejado en las cifras que publicó el Encovi. Según el informe, el 64,3% de las familias, casi la misma cifra que las personas en extrema pobreza, han perdido en 2017 un promedio de 11,4 kilos. El 70,1% de los hogares dijeron que no tienen dinero para comprar comidas saludables; el 70,8% añadieron que los alimentos son insuficientes y el 63,2% de los adultos reconocieron que se saltan una de las tres comidas del día, un sacrificio dirigido a alimentar algo mejor a sus hijos. Más del 60% de la gente se acuesta con hambre. El 76% de la población escolarizada, de entre 3 y 17 años, perteneciente al segmento popular, falta a clases por no tener comida y el 20% de la población venezolana no desayuna.
Beatriz y Rafael Rodríguez, son dos hermanos de 29 y 34 años. Ellos también estaban esperando a su madre, Beatriz Campos, de 67. Tenían flores y una cartulina que decía "Bienvenida a la Argentina, mamita querida". Ella no la ve hace un año y él, hace cuatro. "La extrañamos muchísimo, yo no puedo creer que haya pasado tanto tiempo sin verla. Soy licenciado en Administración de Empresas pero me tuve que ir del país. No funcionaba el transporte, tampoco había efectivo en los bancos, no había comida o medicamentos", argumentó Rafael, que estaba con los ojos vidriosos y unas ganas de ver a su madre que le hacían mover el cuello de un lado al otro para que nadie le tapara su campo visual.
"No puedo creer que me reencontré con mis hijos. Él está tan grande luego de cuatro años. Tengo una mezcla de felicidad y tristeza. Pero bueno, estoy feliz de que puedan estar en este bello país", dijo Campos, madre de los hermanos Rodríguez, que vino de visita.
Por la crisis que atraviesa Venezuela , según la Dirección Nacional de Migraciones, en el primer trimestre de 2019 se radicaron unos 40.000 venezolanos en la Argentina, una cifra significativa si se tiene en cuenta que en todo el año pasado fueron 70.531. Es decir, que en esos tres meses ya entraron más de la mitad de los que ingresaron en 2018. En total, desde 2012 a marzo de 2019, se otorgaron 170.000 radicaciones a venezolanos.
"Me gustaría, algún día, tomar un vuelo de Estelar que me lleve directo a Venezuela. Por el momento ese vuelo me llevaría a la nada, es que allá no hay nada para que uno pueda desarrollarse. Sí están nuestras familias, y por ellas sufrimos todos los días. Algunos familiares están grandes y no pueden emigrar, están condenados a vivir en un país devastado por unos bastardos", concluyó Norelis Bustamante, una venezolana de 35 años que esperaba la llegada de su hijo, Samuel, de 14.
A medida que los brazos se descolgaban de los recién llegados, los nuevos inmigrantes se dirigían hacia la puerta junto a sus seres queridos. Afuera los esperaba una noche húmeda y templada, que, de a poco, empezaba a ofrecer un incipiente amanecer.
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