El ejemplar de carayá fue encontrado con su cuerpo atrofiado; la trama de delitos y leyes benignas
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Eran las 3 de la madrugada y el teléfono de Clara Correa, la directora de la ONG Pájaros Caídos, sonaba sin parar. La llamada provenía de Ufema, la fiscalía especializada en derecho animal y ambiental de la ciudad de Buenos Aires. Un pequeño mono carayá había sido hallado en el placard de una vieja casona de Belgrano durante un allanamiento, originado por una denuncia de vecinos por ruidos molestos, y necesitaban urgente a alguien que lo recibiera. Estaba en muy mal estado.
Durante el operativo, la policía incautó cocaína fraccionada y a Simón, hoy rebautizado Coco, un ejemplar de carayá que pesa y mide la cuarta parte de lo normal para un animal de su edad –seis años aproximadamente– y con el cuerpo completamente atrofiado.
A las 6, Correa ya había organizado el traslado a lo de la familia Lienhard en San isidro, el veterinario que lo iba a atender, la dieta (achicoria, rúcula y fruta fresca) y un espacio donde estaría tranquilo y en silencio, en casa de una de las voluntarias de la ONG. “Elegimos a Silke porque consideramos que podría, junto a su familia, darle todo lo que Coco necesitaba en ese momento. Especialmente, mucho amor y tranquilidad. Un ambiente sin ruidos, música, vasos. Nada que le hiciera recordar a su vida pasada”, recuerda Correa.
“Al principio, Coco escupía la comida –cuenta Silke–. Nos dimos cuenta de que le faltaban dientes y no le era fácil comer, amén de estar acostumbrado a chocolates, caramelos y galletitas. Desde el centro de rescate GüiráOga, de Misiones, nos recomendaron que se la picáramos. Hacemos pequeños bollitos y ahora la come perfectamente. En una semana es impresionante lo que mejoró; cuando llegó, no creímos que fuera a sobrevivir”.
Coco no tiene colmillos; sacárselos es una práctica común en los monos destinados al mascotismo. Es probable que también le hayan cortado las cuerdas vocales, ya que los carayá o “monos aulladores” son conocidos por ser los monos más ruidosos del planeta, pero Coco solo emite unos pocos sonidos.
“El tema del manejo es muy importante. Coco es un mono domesticado y ahora nosotros, los seres humanos, debemos hacernos cargo. Él es como un niño de seis años y la recuperación es básica con el ser humano, ya que el mismo humano lo ha dejado en un estado de vulnerabilidad total. El amor ahora es fundamental para su rehabilitación”, relata Correa.
Ayer, luego de una semana de tranquilidad con los Lienhard, Coco partió hacia la Fundación Temaikèn para que le hicieran estudios y poder saber más acerca de su estado. Los resultados fueron contundentes: Coco tiene los huesos fracturados debido a un alto grado de desnutrición y a falta de calcio. “Es probable que también haya vivido en una pequeña jaulita, y debido a eso no haya podido desarrollarse. Tiene consecuencias que son irreversibles”, agrega la directora de Pájaros Caídos, luego de haber recibido el informe veterinario. Una vez terminados los estudios, Coco volvió a casa de Silke y su familia, sus depositarios judiciales. Ahora, ¿cuál es el futuro que le espera?
La batalla judicial
Un animal, cualquiera sea, y en este caso Coco, es considerado una “cosa” para los códigos Civil y Penal argentinos. Por lo tanto, permanecerá vinculado al proceso judicial y hasta tanto este no dictamine la culpabilidad o inocencia de sus captores, no podría decidirse su destino. “Es más: tendríamos que esperar a que esto termine y cuando termine, podrían hasta solicitar que lo devuelvan. Nosotros vamos a dirimir sobre su estatus jurídico para que no siga vinculado al proceso y, cuando esté listo, pueda ser trasladado a un refugio”, explica Carlos Rolero Santurian, fiscal a cargo de la Ufema.
Y continúa: “Por eso que es tan importante declararlo persona no humana y sujeto de derechos. Pero es bueno para la población que se remarque que no solo se trata de persona no humana: es un sujeto de derechos porque él mismo en esencia tiene derechos. Es muy importante esto para nosotros”.
Mientras tanto, quienes tenían guardado a Coco en un placard están libres. La pena prevista en la ley contra el maltrato animal N° 14.346, sancionada en 1954, consiste en 15 días a un año de prisión, mientras la ley de fauna silvestre –que castiga el tráfico de especies– solo contempla multas. Queda claro que nadie va preso en nuestro país por maltrato animal o tráfico de fauna, aunque resulte difícil de creer y asimilar. “Hasta que no se cambie la ley, no hay nada que hacer”, dice Rolero Santurian.
La especie carayá, a la cual pertenece Coco, es la que más se comercializa dentro de las redes ilegales debido a su accesible tamaño y a que requiere poco dinero para capturarlo, ya que la mayoría provienen de las provincias de Chaco y Formosa, donde poco se los protege. En general, los animales son transportados de manera muy precaria en valijas, mochilas o frascos si son pequeños, y miles mueren durante el viaje.
El mercado de comercio ilegal de vida silvestre genera, según estimaciones, entre 15.000 y 20.000 millones de dólares al año, explica el portal oficial Argentina.gob.ar. Es el cuarto comercio ilegal mundial, después de la venta de drogas, la falsificación y el tráfico de personas. Aves (más de 100 especies), reptiles (20 especies) y mamíferos (15) –entre estos últimos, los monos– son afectados por el tráfico de fauna. “Entre octubre de 2020 y junio de 2021, llevamos adelante procedimientos con rescates de 800 animales provenientes del tráfico ilegal”, informa Rolero Santurian. En general, el tráfico de primates muchas veces tiene como finalidad el exhibicionismo.
La semana pasada, el caso de Coco conmovió a la opinión pública. Pero en este momento cientos de animales sufren realidades parecidas sin que lleguemos a enterarnos y, en el caso de hacerlo, la Justicia cuenta con muy pocas herramientas para combatir el maltrato. Nadie que alguna vez se haya detenido a mirar a un animal a los ojos desconoce que un animal no es una “cosa”.
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