La transformación de lo masculino en el eje del debate
Mientras los viejos estereotipos terminan de dar su larga agonía final, ¿qué está pasando con las nuevas formas de ser y pensarse “varón”? La ola del cambio ya se nos vino encima y no surfearla no es una opción
Es más que probable que, en este momento del mundo, las verdaderas expertas en género masculino sean las consultoras de mercado que investigan tendencias de consumo. Para Ximena Díaz Alarcón y Mariela Mociulsky, directoras socias de Trendsity, el tema está en agenda sin dudas: “Los nuevos modelos de varón, como los de mujer, son una de las preocupaciones principales, te diría, de las marcas. Surgen distintos perfiles, se ponen más exigentes, cada cual pretende que le hablen desde su código y sus valores, así que sí, es un gran eje de investigación qué está pasando con los hombres”.
Parece que hubiera sido en otra era –pero fue a mediados de los 90– cuando nos asombrábamos al enterarnos de que el varón urbano post industrial usaba cremas, estaba interesado en su imagen, y además tenía sentimientos. Lo fuimos llamando metro, retro, uber, tecno, lumbersexual. Ahora, que las cosas pasaron del nivel cosmético, no quedan etiquetas fáciles.
Algunas tendencias fuertes que atraviesan el consumo en los últimos tiempos reflejan cómo este lento y duro proceso de cambio se fue moviendo hacia un registro más trascendental. La primera que señala Díaz Alarcón es la flexibilización en la asignación de atributos a lo masculino y lo femenino. “La mujer más fuerte, con fortalezas físicas o simbólicas que históricamente hubieran sido asignadas a la masculinidad, y el hombre más sensible y que se empezaba a cuidar. Todo eso fue evolucionando hacia algo más profundo, que es pensar qué significa ser hombre o ser mujer; es recíproco, porque el género es un sistema de expectativas, entonces cuando hablás de uno estás hablando del otro”.
Ahora, en la instancia actual de nuestra sociedad, ¿un varón puede tener claro lo que se espera de él? “Se esperan muchas cosas, nuevas, distintas de las que se esperaban en otras épocas, y eso es lo que causa incertidumbre: la ambigüedad. Mal o bien, antes había menos figuras con las que identificarse. El hombre que se queda en la casa, el marido de una mujer que gana más que él, el padre que cuida a los hijos… Hoy esos perfiles están, además del tradicional. Pasadas las décadas uno puede cuestionar un montón de cosas, pero a situaciones más simples, respuestas más simples; ante situaciones más complejas y ambiguas, variedad de respuestas y también angustia. Una cosa que se puede decir es que el tema de proveer sigue siendo un eje muy importante para los hombres”.
La segunda tendencia es esta atomización o multiplicidad de modelos, cuya convivencia babélica se ve en cualquier tanda publicitaria. Desde la del limpiador que se encarna en un superhéroe para salvar al ama de casa atávica, hasta la del papá que viene de hacer las compras con su hijo, desarma las bolsas y sirve la merienda, sin rastros de madre alguna a la vista y sin que el foco esté puesto en nada de eso, sino en que las mismas galletitas les gustan a los dos. En la categoría juguetes, otra interesante para mirar, ¿qué hacemos con las armas? ¿Se supone que ya no se las damos más a los niños, se las seguimos regalando sólo a los varones, se las empezamos a regalar a las nenas también? Los consumos plasman prácticas sociales, y sirven para trazar un mapa de lo que está sucediendo en un territorio más profundo, el cultural.
La tercera tendencia es la tensión. “Vemos intercambios, idas y vueltas, gente que va adoptando distintas actitudes y conformando esos nuevos modelos, incluso desde la infancia. Hay fluidez pero también tensión, porque se dan posturas extremas, defensivas o tradicionales”.
¿Y el desafío central que enfrenta la masculinidad que está reinventándose, el denominador común, se puede ver? “Me parece que es nada más y nada menos que la identidad: pensar quién es. Después, qué prácticas se derivan y si son más o menos coherentes es otra cosa, pero creo que la gran pregunta es ese replanteo de qué constituye ser varón”. Díaz Alarcón se acuerda de la foto del tipo de edad intermedia, con una campera de jean, que en la espalda tenía un cartel que decía “ser hombre es otra cosa, muchachos”, en una marcha de Ni Una Menos.
¿Qué éramos…? ¿Tiburones?
Esto no es un cuento de taller de gestión de la innovación o similar, aunque podría serlo. Un gurú le propone a un equipo gerencial (ciento por ciento masculino) un ejercicio: tenían que levantar los brazos en determinada posición, y quedarse así 30 minutos. El tema era que los brazos empezaban a acalambrarse, había que hacer cada vez más fuerza, y nadie los bajó hasta que la media hora se cumplió a rajatabla. “Mirá lo machos que éramos que nos metían un objetivo e íbamos por eso a morir. A costa de lo que fuera, incluso de nosotros mismos. Y ahora, que aprendimos a comunicarnos, a mirar al que tenemos al lado, a valorar que trabajamos con personas... nos cargan con que nos convertimos en maricas”.
La anécdota, que un CEO le contaba en un almuerzo a la consultora especializada en cambio de individuos y organizaciones Andrea Churba, es una síntesis paradojal de cómo, en el mundo de las empresas, sigue pesando el estereotipo. “Súper fuerte. Si un varón le pregunta a otro qué necesita, se lo ve como un blando. Si una mujer se destaca, se dice que debe estar acostándose con el jefe. Claramente, todavía hay estereotipo y cuando un hombre empieza a cambiar en términos de incorporar habilidades soft se lo ve como raro. Ese tipo que en vez de ir solo tiene la capacidad de tener un equipo con engagement, que además va a trabajar feliz, es mirado como extraño. Hay mucho por recorrer en ese sentido”.
Las famosas habilidades soft –tradicionalmente más femeninas, o rotuladas así por el viejo paradigma, y de las que a Churba le gusta marcar lo hard que son, más bien–, parecieran ser lo que están necesitando las empresas, y sobre todo en roles de liderazgo. ¿Lo técnico no pasó a ser un commodity en muchos aspectos, y las habilidades soft lo interesante? “Con certeza creo que las estamos necesitando; que hay resistencia al cambio, porque a alguno le puede hacer sentir pérdida de virilidad o lo que sea, también. Pero se empieza a entender que te llevan a ser más productivo. Que este tema actitudinal en definitiva te ayuda a ganar. La mujer está haciendo cambios fuertes y eso moviliza al hombre también: a mí no me parece casual que está mucho más inmersa en el mundo laboral, y lo soft está más presente”.
Al que todavía no logra subirse al tren, lo que lo pone en crisis es algo “de afuera”: los malos resultados. “Cuando ve una encuesta de clima desastrosa, o tiene una rotación del 25 por ciento del personal, o ya se escucha a viva voz que es un maltratador y se da cuenta de que por eso no le van a dar una promoción. No es que no haya hombres que no piensen en esto; creo que muchos ya saben, desde la teoría, que estas habilidades de escucha, empatía, influencia, son necesarias. Pero en la práctica no se ven tanto”, dice Churba. A pesar de que la transformación de nuestro mundo está siendo más abrupta que nunca, las maneras de pensar y mirar vienen rezagadas. “Hoy ni empezaste a digerir un cambio y tenés que encarar otro. No esperes volver a la estabilidad: no existe más. Vivimos en situaciones de transición continuas. Y tenemos un delay, no sólo para aceptarlo sino para adaptarnos al ritmo del contexto, que está produciendo mucho conflicto. Las personas leen el presente con el pasado”.
Una vez más, la única constante es: el cambio. Para Churba, hay que aprender a vivir con eso sin tirar la toalla. “Estamos experimentando todo lo que es clásico en los cambios paradigmáticos: la coexistencia de viejos y nuevos modelos, el delay entre lo que se dice y lo que se hace, las acciones sueltas pero no creadoras de cultura”. La etapa que sigue es la de generar masa crítica; cuando la mayoría ya cambió, y el raro es el que no. Hacia ahí vamos.
El nuevo sueño de los héroes
“Para decirlo en griego, tenemos que dejar de rompernos el traste y empezar a disfrutar haciendo lo que nos gusta. En el erotismo con la acción hay posibilidades creativas muy superiores a las que hay en el trabajo sacrificado”. El que habla es el filósofo, psicólogo social y consultor existencial Leopoldo Kohon. Y no se refiere exclusivamente a las relaciones de lo masculino con lo laboral, sino consigo mismo. “Los paradigmas en los que todavía estamos viviendo se construyen a fines de la Edad Media, y se caracterizan por la actitud de salir a resolver las carencias materiales en las que se encontraba la humanidad digamos en el siglo XV. En ese camino lo que se asignó a la masculinidad fue ocuparse del dominio; de la naturaleza, las cosas y las personas”. Es que Alfa, se sabe, puede haber uno solo. “El macho cabrío, que no les gusta a las mujeres, tampoco nos gusta más a los hombres. Para el varón es una forma no agradable de vivir. Queremos ser más amorosos y no sabemos cómo. Y efectivamente lo femenino conocido, lo femenino anterior al momento actual, es más amoroso; pero necesitamos la forma masculina de la amorosidad. Eso es lo que estamos intentando construir. Y al varón le cuesta, en todos los sentidos, porque además de las relaciones laborales, es una redefinición de toda su subjetividad. Hoy lo inédito es que la humanidad tiene la capacidad de producir lo suficiente como para que todos vivamos sin necesidades. Pero estamos metidos en un sistema, en una forma de ser, que no nos permite aprovechar ese desarrollo productivo. En el paradigma anterior, el problema era que el otro te invadía y se llevaba tus recursos. Ahora, el problema de los recursos está en la subjetividad dominante”.
¿Cuáles son los desafíos concretos a partir de acá, mirando al futuro? “Empiezan por comprender que el otro no es una amenaza; por no necesitar poseer la verdad, que no sea tan importante tener razón. Acá aparece la posibilidad de pensar con otros, en este caso de qué se trata la situación en la que estamos y lo que estamos buscando. Porque se trata de pensar, imaginar, inventar, gestionar nuevas formas de ser. Y si no puedo hacerlo con los demás, el pensar es mucho más repetitivo y tiene menos posibilidades de abrirse. El otro elemento clave sería empezar a registrar una corporeidad sensible, que el hombre tiene, pero absolutamente reprimida y por lo tanto oxidada. La sensibilidad se desarrolla en la práctica, como todas las habilidades. Mandatos como que el varón no tiene que llorar organizaron una sensibilidad muy apocada. Necesita abrirse a lo sensible corporal”.
Pensando en escenarios a largo plazo, Kohon se define: más vale optimista. “Todo esto está moviéndose, y en mi lectura está yendo del dominio al amor, en el sentido de colaboración, alianza, encuentro. Es cierto que en este rumbo estamos planteando actitudes como el crecimiento de la violencia y que cada vez habitamos un mundo más feo de habitar. Acá es donde el cambio se vuelve urgente”. Lo vemos todos los días en las noticias: la cara más siniestra del viejo paradigma, la de los femicidas.
“Estamos haciendo un pico, sí, pero yo creo que son los estertores de la muerte. De un sistema, de una manera de ser de las cosas. Y algo que en este momento importa mucho para los hombres es conectar con el deseo. El que hay detrás de lo obviamente deseable, no un auto nuevo. ¿Cuáles son nuestros deseos más auténticos, que están metidos, postergados, justamente por el imperio de esto que está en crisis? ¿Cuál será el sentido de la vida, si no era dominar? Y… ¿tendrá algo que ver con ser más felices?”. Kohon deja la pregunta abierta, y sonríe.
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