"Tengo miedo señor, porque cuando uno comienza a comer carne humana se envicia y después quiere comer más". Con esta macabra declaración, Aparicio Garay confesó el 19 de mayo de 1936 ante el comisario Pérez de la comisaria de Helvecia (Santa Fe) el crimen que lo llevaría a la cárcel y luego a un hospicio para alienados mentales donde acabaría sus días. Con su muerte finalizaron los homicidios de uno de los personajes más oscuros de la historia del crimen argentino conocido como el "Caníbal del Paraná". Su obsesión: secuestrar niños y comerlos.
"A los chicos nos asustaban con que nos iba a comer Garay y con los años se le fue otorgando poderes sobrehumanos", comenta José Luis Mastrolorenzo, realizador audiovisual entrerriano que filmó un documental sobre la vida del antropófago y logró atar los cabos de una historia repleta de sangre, sadismo y locura.
"Poco se sabe de Aparicio: que tenía 16 nombres, que siempre iba acompañado por una jauría de perros que lo protegían y que habría estado en la guerra Chaco Paraguayo donde al parecer habría conocido el canibalismo", afirma Mastrolorenzo.
Su radio de acción era el laberíntico escenario de las islas y costa del Paraná, entre Hernandarias y Piedras Blancas (del lado entrerriano) y Cayastá (de la costa santafesina) Los viejos pobladores lo recuerdan por "su mirada brava, especialmente penetrante sobre todo cuando miraba a los niños".
La desaparición de Margarita
La historia afecta personalmente a Mastrolorenzo. Su abuela Fortunata Cordero tenía una hermanita, Margarita, y cuando niñas (la primera tenía once y la segunda siete) lo acompañaron a su padre a la isla en canoa a ver la hacienda que él cuidaba. Eran días de creciente. "Se ponen a limpiar el rancho y Margarita sale a buscar agua el río: nunca más volvió", afirma. Su abuela, que murió hace unos días atrás con 101 años, seguía convencida que su pequeña hermana fue una víctima de Aparicio. "Estaba ese viejo que comía chicos, decía que era carne dulce, nos llevó a Margarita", manifestó Fortunata en el documental.
La duda de conocer el verdadero final de su tía abuela es el origen de una investigación (su documental se llama "El Caníbal del Paraná") que llevó a José Luis a viajar por tres años por los pequeños pueblos asentados en la costa del caudaloso Paraná, buscando testimonios. "Fue una desesperada búsqueda de demostrar qué era lo que le había sucedido", afirma. "Es un mito permanente", agrega al reconocer que la figura del Canibal permanece aún hasta nuestros días, a 84 años de su última víctima.
Algunos de esos testimonios aseguran que las víctimas fueron muchas. "No se sabe si había matado a cuatrocientos, porque cuando lo agarraron en Cayastá estaba sancochando tres cabezas. Y a los demás los tenía colgando", afirma Chano Barrios, de Hernandarías.
La desaparición de Margarita ocurrió en 1933. Un vecino declararía que vio a Aparicio merodear por la costa cerca de una niña que tenía un tarrito. "La degolló y juntó toda la sangre en el tarro", afirma en el documental de Mastrolorenzo.
Las descripciones hablan de un hombre sádico. "Tenía barba y clina machaza. Era barbudo, medio bicho", "Nadie se pensaba que ese hombre hacía eso, que comía criaturas", "Una anciana decía que criollo no era, vaya a saber uno de qué nación era", y "Llevaba de a dos o tres niños, los manoteaba y los subía a su canoa", afirman los ancianos. "Decían que era un nadador excepcional, que se sumergía en la isla y podía aparecer en la costa para robarse una chica que le gustaba", sostiene Mastrolorenzo.
Captura y final
Un descuido marcaría la suerte de Aparicio. Siguiendo sus perversos impulsos, en 1936 en La Vuelta del Dorado, en Cayastá, secuestró a Eusebio Lugones de 11 años (tenía un hermano mellizo, apodado Pano), quien estaba solo en la orilla pescando. Sus padres y hermano se habían ido a hacer los mandados. Un vecino declaró en la causa que se le acercó a Garay, quien le preguntó "si en esta dirección iba bien para El Polo Norte", lo creyó un loco y se fue y con él, la única oportunidad de Eusebio de estar a salvo del monstruo.
Se lo llevó para el norte, posiblemente a Corrientes. La policía de Helvecia (a 15 km de Cayastá) se alertó y consignó a tres efectivos para que se disfrazaran con ropa harapienta para personificar cazadores y así poder engañar al Caníbal.La zona de islas es inaccesible. Nadie conocía la casa de Aparicio, pero sabían dónde vivía.
Llegaron y los esperó con la escopeta. Los perros lo rodeaban, protegiéndolo. Lograron ganarse su confianza. Vieron ollas y un fuego. Se acercaron y le dijeron si no tenía algo para comer. El antropófago señaló con su cuchillo una pieza de carne que tenía colgada en un árbol. "Vayan a carnear y arrímenlo al fuego", dijo. Las miradas se cruzaron. El aire se tensó. Le pidieron el cuchillo, por la forma de aquello que colgaba, supieron de qué se trataba. "Mi cuchillo no se lo doy a nadie", respondió. Y la historia cambió.
En segundos, se paró y los tres policías se le fueron encima. "Tenía una fuerza sobrenatural", afirmaría Pedro Lezcano, uno de los que participó del operativo. Los perros los mordieron y lucharon a la par. Los policías los mataron y se lo llevaron como pudieron al Caníbal. Lo dejaron encadenado en el patio de la comisaria. Los miraba a todos y confesó sus crímenes, los detalles perturbaron a los testigos.
"Era muy compleja la mente de Aparicio", sostiene Mastrolorenzo. Él afirmaba que había dos presencias que le hablaban. "El Horario" y "El Capitán". "Él manda, yo soy su sirviente, manda a todos los hombres. En el Horario están las horas, en las horas está el tiempo. Es la vida de los hombres. Sin el Horario no hay vida. Él me dijo que lo matara (a Eusebio) para salvarme y que lo comiera", afirmó. Sabía leer y escribir, jamás dijo de dónde provenía.
El Caníbal del Paraná from media naranja on Vimeo.
"Se supo que en su casa tenía un sable y ropas de seda", suma Mastrolorenzo. Con los 16 nombres que usaba, fue imposible rastrear sus pasos. Nunca confesó cuantos chicos se comió. Si aseguró que hubo varios. Ocupó todas las planas de los diarios locales.
"No quiero hablar de mi hermano, mi madre enloqueció por este tema", confesó Pano Lugones, el hermano mellizo de Eusebio en 2014. "Habló cuando supo que mi tía abuela podría ser una de las tantas víctimas", afirma Mastrolorenzo.
Aún dolido por la pérdida de su hermano, y a casi un siglo de esa muerte, recordó aquel día. "Se fue un rato al río y no volvió más". A los pocos meses de hacer estas declaraciones, falleció.
"El Canibal del Paraná" tuvo su best seller a fines de los años treinta. Un libro de un autor quenadie recuerda (algunos dicen que fue un anónimo) recopiló datos precisos y detalles pormenorizados de los crímenes. Hasta incluyó una poesía inspirada en él. No se conserva ni un solo ejemplar de ese libro. "Hace años que lo busco, estoy seguro que alguien lo tiene", se esperanza Mastrolorenzo.
Aparicio Garay, o como se llamara, fue encarcelado en la cárcel de Las Flores (Santa Fe), perosu condición mental obligó a trasladarlo al Hospicio para Alienados Mentales de las Mercedes (hoy, Hospital Borda), en la ciudad de Buenos Aires. La última noticia que se tiene de él fue por un recorte de un diario, en 1938 mató de un golpe en la cabeza a su compañero de habitación, el italiano Vicente Grassia, porque roncaba. Luego de esto, su rastro se pierde en la eterna noche del misterio.
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