Un subgrupo del cristianismo desafió la noción histórica del rol rezagado de la mujer en la religión
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A pesar de representar un contingente muy significativo entre los fieles, históricamente el papel de la mujer en la Iglesia católica ha estado relegado a un nivel secundario: las funciones sacerdotales, por ejemplo, sólo pueden ser desempeñadas por hombres.
Sin embargo, en el cristianismo no siempre fue así.
Una mirada a las primeras comunidades cristianas permite comprender que en ellas la participación femenina solía ser mayor, especialmente antes de que la religión se aliara con el Estado romano, oficializándose.
Según historiadores y teólogos contemporáneos, dos vertientes del cristianismo primitivo destacan por esta variable: en ellos, las mujeres tenían roles iguales que los hombres, a pesar de la mentalidad patriarcal presente en estas sociedades.
Incluso ocuparon cargos equivalentes al de sacerdotes.
Se trata del marcionismo, establecido por Marción de Sinope (85-160) y el montanismo, fundado por un teólogo que probablemente vivió en la segunda mitad del siglo II, conocido simplemente como Montano.
Ivone Gebara, filósofa, teóloga, feminista y religiosa de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora, advierte, eso sí, que al observar estos movimientos es necesario comprender que muchos de ellos “están en desacuerdo con la tradición del catolicismo y del protestantismo clásico”.
Dos dioses
El marcionismo “colocó a las mujeres en igualdad con los hombres, nombrándolas diáconos, sacerdotes e incluso obispos”, señala la científica religiosa Ana Cândida Vieira Henriques, doctorada en la Universidad Federal de Paraíba (UFPB), en un artículo académico publicado en 2017.
En el texto, titulado “El sacerdocio femenino: la Santa Sede ante los desafíos contemporáneos”, Vieira Henriques añade que esta prerrogativa se debía a la característica “paulinista radical” (asociado con las creencias, doctrinas y escritos del apóstol Pablo) del marcionismo.
Marción era hijo de un líder religioso considerado obispo de la ciudad de Sinope, en una provincia romana situada en lo que hoy es Turquía, y comenzó su carrera como asistente en el equipo de su padre.
Se sumergió en los estudios de aquellos todavía incipientes textos cristianos y, poco a poco, empezó a pensar que la forma en que se estaba desarrollando la religión no era compatible con las enseñanzas de Jesús.
Vivió en Roma entre los años 142 y 143 y allí desarrolló su sistema teológico y empezó a atraer adeptos.
Entre sus puntos principales estaba una ruptura total con el judaísmo. No entendía el cristianismo como una continuidad, sino como otra idea religiosa.
Para Marción, el Dios de los judíos no podía ser el mismo que el Dios de los cristianos, ya que el mensaje en los textos hebreos -hoy contenidos en el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana- presenta un ser superior enojado y vengativo, mientras Jesús anunciaba un Dios amoroso y que siempre perdona.
“El Dios de los judíos era, para él, un dios étnico, sin equilibrio, que no conocía el amor, un Dios muy malo”, le explica a la BBC el historiador André Leonardo Chevitarese, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y uno de los autores del libro “Judaísmo, cristianismo y helenismo — Ensayos sobre las Interacciones Culturales en el Mediterráneo Antiguo”.
Marción fue el primero en preocuparse por organizar un canon de textos cristianos. Muchos recuerdan sus escritos como un embrión de lo que sería la Biblia.
Pero como excluían todo lo que le parecía contaminado por la tradición judía, incluyó solamente el Evangelio de Lucas, pues según él las referencias a los antiguos profetas y a Israel eran interpolaciones que se habían insertado a posteriori en el texto original.
El religioso incluyó, de manera especial en su colección, las cartas de Pablo. De hecho, 10 de ellas, no las 13 de la Biblia actual (aunque hoy muchos investigadores sostienen que sólo siete fueron escritas legítimamente por él).
“Según Marción, Pablo era el único entre los grandes líderes del cristianismo que había comprendido la radicalidad del contenido más fundamental del mensaje de Jesús”, le explica a BBC News Brasil el teólogo y el filósofo Pedro Lima Vasconcellos, profesor de la Universidad Federal de Alagoas (Ufal) y expresidente de la Asociación Brasileña de Investigaciones Bíblicas.
Este punto es muy importante porque arroja luz sobre cómo entienden la participación femenina los partidarios de esta vertiente.
Todos iguales
En las cartas de Pablo, autor de los que se consideran cronológicamente los textos más antiguos conocidos sobre Jesús, hay un notable aprecio por la mujer.
En una de estas epístolas, la dirigida a los Gálatas, Pablo dice claramente que después del bautismo en Cristo no debería haber más divisiones y todos deberían ser tratados por igual, sin importar las condiciones.
“Ya no hay judío ni griego, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Jesucristo”, afirma.
Y en la carta dirigida a los romanos, el misionero saluda a Junia, una mujer que, según el texto, formaría parte del grupo de los “apóstoles eminentes”.
“En Pablo podemos ver a las mujeres no sólo como matronas ricas que financiaron el movimiento, sino como líderes y misioneras prominentes. Las mujeres jugaron un papel decisivo en la extensión del movimiento a los no israelitas y, en general, siempre fueron las primeras gentiles en convertirse”, explica la antropóloga Fabiola Rohden, profesora de la Universidad Federal de Rio Grande del Sur (UFRGS), en su tesis de maestría “El feminismo en lo sagrado”.
Así, los seguidores del marcionismo trataban a hombres y mujeres por igual, sin distinción.
“Por este motivo, a estas iglesias se les atribuye el reconocimiento del papel femenino ejercido en igualdad de condiciones con el liderazgo masculino”, señala Vasconcellos.
“Los marcionitas enfatizaban la feminidad como la esfera de la creación, mientras que la masculinidad simbolizaba la trascendencia”, explica Rohden.
Chevitarese destaca que la participación femenina fue uno de los puntos considerados heréticos en el mensaje marcionita.
“Era una época en la que se intentaba dialogar con el imperio romano, con movimientos seguidores de Jesús sin Jesús, en que las jerarquías y falocracias eran las normas. ¿Cómo tratar a un hombre que a pesar de ser competente pone a las mujeres en roles elevados?”, cuenta el experto.
Para Vasconcellos, “la proclamación marcionita produjo un verdadero terremoto en Roma y en la red de comunidades cristianas de la época”.
Más aún, el especialista cree que la construcción misma del canon cristiano, ampliado, modificado y consolidado a lo largo de los siglos siguientes, se produjo como una reacción a los ideales de Marción.
“La Biblia que conocemos está, en gran medida, en deuda con el proyecto marcionita que rechazó la aceptación de las escrituras judías”, dice.
“El tiro salió por la culata porque el resultado es que tenemos la constitución de una Biblia que incorpora estos escritos, pero los llama Antiguo Testamento, en reacción al marcionismo”.
El Nuevo Testamento también habría sido influenciado por sus creencias.
Existen vestigios de que las comunidades marcionitas mantuvieron sus actividades durante al menos cuatro o cinco siglos, gracias a la red de comunidades sobre las que Marción ejercía influencia.
Otros grupos
Pero esta lectura feminista del mensaje cristiano no fue un privilegio de los marcionitas.
Como señala Rohden, si Jesús tenía una postura revolucionaria hacia el status quo y buscaba defender a los desfavorecidos, entonces las mujeres, vistas como inferiores en esa sociedad patriarcal, estaban entre aquellos que debían ser bienvenidos.
“Jesús llama a los oprimidos a integrar su reino, y los más oprimidos de los oprimidos son las mujeres”, argumenta.
Según su interpretación, entre las rupturas sociales necesarias para convertirse en discípulo también estaba abstenerse de cualquier jerarquía relacionada con los roles de género.
El antropólogo explica que este factor fue importante en los primeros siglos del cristianismo, cuando la Iglesia era ilegal, perseguida y clandestina. Durante este período, las comunidades necesitaban reunirse en los hogares de sus fieles.
“La ‘iglesia doméstica’ ofrecía, por su ubicación, igualdad de oportunidades para las mujeres, ya que tradicionalmente este ámbito era dominio de ellas y no estaban excluidas de las actividades que allí se desarrollaban”, subraya.
“El movimiento de Jesús no tenía sacerdotes (en esa época) y había una cooperación entre mujeres y hombres que sale de los esquemas institucionales”, señala el teólogo Gebara.
“No sabemos exactamente cómo fue eso. Elaboramos hipótesis que nos dan alguna justificación de lo que buscamos. No hay forma de repetir o rescatar este pasado tan lejano y tan manipulado por los poderes de este mundo. Nuestros análisis y decisiones deben estar anclados en la justicia, en el derecho y sobre todo en nuestras necesidades actuales.”
Montanismo
El montanismo, una tendencia que surgió poco después del marcionismo, también valoraba el papel femenino.
Esta vertiente fue fundada entre los años 156 y 172 por un religioso conocido como Montano, que compartía el liderazgo con dos mujeres, Priscila y Maximila, que desempeñaban funciones sacerdotales.
La historia de Montano y su grupo quedó registrada en el libro “Historia Eclesiástica”, publicado en el siglo IV por el obispo Eusebio de Cesarea (265-339).
“Esas dos mujeres que acompañaban a Montano eran profetas, sacerdotes”, dice el historiador Gerson Leite de Moraes, profesor en la Universidad Presbiteriana Mackenzie en Sao Paulo.
Antes de convertirse al cristianismo, Montano había sido sacerdote al servicio del culto del dios Apolo, quien en la mitología griega es representado como la deidad solar.
Los expertos opinan que esto puede explicar cómo llegó a tener interpretaciones diferenciadas del cristianismo.
“Algunas de sus conductas demuestran que nunca se liberó de esas convicciones”, afirma Moraes.
El movimiento que lideró Montano tenía un carácter reformista y fundamentalista, y buscaba una reconexión con el mensaje original de Jesús.
“Estaba en contra de un cierto episcopado monárquico que comenzaba a organizarse”, comenta el historiador.
En su grupo era común la participación activa de las mujeres, no sólo de las dos principales sacerdotisas.
“En este sentido, copió el sacerdocio femenino que existía (en el culto) al dios Apolo”, concluye.
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