La ruta del stand up en Buenos Aires
Parece que a los porteños les gusta reírse, y mejor si es sin escenarios. Los bares son el territorio donde prospera la escena local con un público inteligente, y cada vez más exigente
¡Qué bien nos hace reír! En el camino de la carcajada se liberan endorfinas y ahuyentamos la energía negativa. La sensación de bienestar es automática, inmediata.
¿Será por eso que a la hora de ver un espectáculo se impone el stand up? ¿O será por el placer de disfrutar de un show en la comodidad de un bar, con algo rico para comer y para tomar al alcance de la mano?
Lo cierto es que el stand up es un boom, y los 51 espectáculos que tiene registrados la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (Aadet) parecen confirmarlo. Hoy, en la ciudad la oferta de los principales cafés y bares suma más de 60 shows. Es que determinar las cifras no es fácil, ya que se trata de un género del under. "El stand up está muy desregulado, se puede hacer en teatros pero también en bares o centros culturales, donde es imposible contar con un relevamiento de los organismos oficiales. La gran mayoría son shows chicos y en espacios poco tradicionales", explica el productor Gabriel Grosvald. Para él, la clave del éxito está en los buenos comediantes que hay en la Argentina, sumados al poder de las redes sociales, que permiten que cualquier persona pueda producir y difundir su propio contenido, como sucedió con Gregorio Rosello en Instagram y Miguel Martin en YouTube.
Para Alejandro Angelini, uno de los pioneros del stand up local, la clave radica en sentar las bases de la risa sobre un buen contenido. "Con nosotros se acabaron los chistes de suegras y empezamos a hablar de vida real", asegura. Para la standapera Connie Ballarini, que el género se haya masificado es una ventaja, porque sus espectadores ya saben lo que van a ver. Para ella, el stand up es bien recibido en el país porque los argentinos somos muy pasionales y resolvemos todo lo que nos afecta a través del humor.
Comedia en vivo
Aunque los espectáculos pueden realizarse en teatros o boliches, el stand up es un género de bar. La gracia está en la interacción del artista con el público y sus reacciones, por eso una de las reglas (a diferencia del teatro) es que no hay cuarta pared. Quien está de pie con el micrófono busca la risa de sus espectadores, con sus propias técnicas e improntas. Para Ballarini no existen las reglas sino una estructura que ordena y hace que el material sea efectivo, aunque lo más importante es encontrar el propio estilo y bancárselo. "Mi regla es ser auténtica y transparente con el público. No te vendo cualquiera, esta soy yo y mis mambitos", dice.
Por eso, los ambientes pequeños que nos hacen sentir "en casa" favorecen la intimidad necesaria para estos shows. Pero hacer reír a los porteños no siempre es tarea fácil: cada cual tiene un sentido del humor propio y distintas maneras de encarara la religión, la política o la sexualidad. Sin embargo, algo que nunca falla frente a un público inteligente y cada vez más exigente es la incorrección política.
Una breve historia de las carcajadas
Las raíces de la comedia en vivo se remontan a finales del siglo XIX, con los primeros monólogos humorísticos y los "cuentachistes" que mantenían entretenida a la audiencia en los intervalos teatrales en las salas de Nueva York. Estados Unidos se convertía así en la cuna del stand up con Charley Case, el primer cómico de vodevil en subir al escenario a monologar sin máscaras ni disfraces. A él le siguieron Bob Hope, Fred Allen y Jack Benny, que en la década del 30 entretenían con discursos desopilantes en sus respectivos programas radiales. Pero fue en los revolucionarios años 60 cuando la trayectoria standapera norteamericana dio un importante giro. Ahora, los comediantes abrían el abanico hacia temas políticamente incorrectos como el sexo, el racismo y la política. El chiste rápido se retiraba para dar lugar al chiste ácido y la sátira. La intención de los comediantes era avanzar sobre los límites, tal como lo hizo Lenny Bruce.
Los 70 consolidan al stand up y convierten en estrellas de cine a muchos artistas. Un ejemplo de ese impactante salto a la fama es el caso de Steve Martin. En los 80, la comedia en vivo pisaba fuerte y se convertía en semillero de grandes actores como Robin Williams, Eddie Murphy y Billy Crystal. Pero, contra todo pronóstico, los años 90 no fueron buenos tiempos para el género, que a pesar de contar con la inigualable existencia de Seinfeld, Louis CK y Jane Garofalo, comenzaba a irse a pique. Fue con el cambio de milenio que el género pudo resurgir de las cenizas, volver a su popularidad y traspasar fronteras.
En la Argentina los antecedentes más célebres del stand up son aquellos inolvidables monólogos de Enrique Pinti, Tato Bores, Antonio Gasalla y Jorge Guinzburg. Sin embargo, es a partir del año 2001 que surge entre nosotros el stand up tal como lo conocemos hoy (y adaptado a la idiosincrasia local), de la mano de Alejandro Angelini y Diego Wainstein, con su show En pie de risa.
Aguante porteño
¿A quién no le gusta salir en grupo a cenar y ver un espectáculo? La tradición teatral de los argentinos, y en particular de los porteños, es tal que el romance entre espectadores y artistas parece no tener fin. Un simple vistazo a la cartelera puede confirmar esta aseveración. Pero el stand up, aunque es muy taquillero, todavía no logró el mismo status que el teatro convencional. "Por ahora es considerado un género menor entre los productores teatrales y los actores. No participa prácticamente de ningún premio", explica Grosvald.
Pero a pesar de su condición marginal, el público de la city porteña lo adora. La oferta de lugares para ver shows de stand up es grande y variada. Algunos de los espacios más conocidos son Velma Café, Macondo Bar, Absinth Arte Bar y el Paseo La Plaza, pero cada día, en cada barrio, surgen nuevos escenarios. Es que el cómico de a pie no necesita mucho más que un micrófono, tu atención y una palabra filosa en el momento justo: este es un arte sin artificios, pero de efectividad garantizada.
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