La relación entre los hombres y las máquinas, en la era del vértigo
Apocalípticos e integrados. Así vivimos hoy la comunicación, en ese entorno difuso y omnímodo conocido como universo digital.
Apps, redes sociales, plataformas, Internet y la World Wide Web forman parte de esa geografía desterritorializada o, mejor dicho, de ese territorio utópico que antes llamábamos, cándidamente, ciberespacio.
Repasemos: las aplicaciones tienen apenas una década de vida; las redes y plataformas, no mucho más de 15 años; los hipertextos facilitados por Internet festejaron los 30 junto a su creador, Tim Berners-Lee, y no hace más de 40 que el protocolo de interconexión conocido como Internet tiene uso fuera de las operaciones militares o académicas.
Esa es la revolución de la información permanente en la que vivimos hoy, la que nos transporta con percepción de instantaneidad desde las añoranzas y utopías sobre la libertad de expresión hacia las distopías sobre tiranos, falsedades y mensajes cargados de odio.
Tecnooptimistas y tecnoescépticos, entonces, actualizan aquella clasificación cultural propuesta por Umberto Eco en 1964. Vale rescatar que categorías como izquierda y derecha, progresismo y conservadurismo ya aparecían contrariadas por los fenómenos que capturaban el interés de aquel filósofo italiano que en el siglo XX era seducido por los pliegues de la semiótica, la estética y la comunicación.
El entorno en el que ahora todos somos digitales, como auguraba Nicholas Negroponte en 1995, se redefine cuando la capacidad de cálculo, de cómputo y de almacenamiento multiplica aquellos efectos según leyes de aceleración. Una era vertiginosa, sorprendente, apasionante, apabullante.
En apenas un mes, un mes cualquiera, pueden leerse las siguientes noticias: Netflix anuncia que se endeudará en dos mil millones de dólares para producir más series y películas. Apple y Disney lanzan sus servicios pagos de streaming de TV con catálogos y contenidos originales. El consorcio que sostenía a la criptomoneda Libra, liderado por Facebook, retrocede pero mantiene su intención de instalar una unidad digital de cambio global.
Esa es la revolución de la información permanente en la que vivimos hoy, la que nos transporta con percepción de instantaneidad desde las añoranzas y utopías sobre la libertad de expresión hacia las distopías sobre tiranos, falsedades y mensajes cargados de odio
Amazon pierde en días el 9% de su valor y su dueño, Jeff Bezos, referente del e-commerce mundial y de la economía digital, deja de ser el más rico del mundo para dejar ese puesto nuevamente en manos de Bill Gates, fundador de Microsoft; Uber recibe un revés sobre su relación con los conductores por las leyes de San Francisco, capital de Silicon Valley y las inversiones digitales de riesgo; en varios países Instagram deja de hacer públicos los "likes", emblema visible de las redes sociales durante la última década.
Mark Zuckerberg se presenta ante el Senado de Estados Unidos para argumentar acerca de la importancia de no regular sobre Facebook, sus contenidos y sus publicidades, y de que el mejor modo para controlar esos mensajes es la autorregulación; para hacerlo invoca la primera enmienda, las bases de la democracia de ese país.
Twitter, a través de su creador, informa que prohíbe los avisos publicitarios pagados por entidades políticas. En China, un ministerio decide legislar sobre los horarios permitidos para los menores en el uso de videojuegos, además de sobre cuáles son los juegos autorizados.
Creo que cuando no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera con los hechos que sucedieron, tal como sucedieron, estamos mostrando nuestras limitaciones como especie
Todo esto en un mes. O acaso tres semanas hábiles.
En ese nuevo escenario mediático y comunicacional, los algoritmos ganan protagonismo. El PageRank, que rige los resultados de las búsquedas en Google, o la lógica detrás de qué nos muestra a cada uno el feed de noticias de Facebook son las estrellas de este universo lógico, destinado a ser superado ampliamente por la brutal capacidad de cómputo de los próximos años. La "algocracia", como se denomina el modo de confiar en estas soluciones las decisiones sobre algunos de nuestros problemas, está apenas emergiendo.
Defendiendo una agenda humanista -o transhumanista, como él prefiere decir-, el tecnólogo Kevin Kelly apura un diagnóstico desde China, a pedido de LA NACION. "Creo que cuando no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera con los hechos que sucedieron, tal como sucedieron, estamos mostrando nuestras limitaciones como especie", explica. Es uno de los fundadores de la revista Wired, autor de libros como Lo inevitable y, desde hace tres décadas, un estudioso de los alcances de las tecnologías y su impacto en los humanos.
"En definitiva, estamos empezando a entender esta nueva etapa: cómo relacionarnos entre hombres y máquinas -agrega-. Cuando describíamos a la tecnología como similar a un organismo vivo, muchos lo vieron como una metáfora a lo Marshall McLuhan o como algo literario tipo ciencia ficción. Yo insisto en que eso fue algo pueril: debe tomarse en serio, de manera absolutamente literal".
Más leídas de Sociedad
Quejas y mucho enojo. Ya comenzó el paro escalonado de subtes: a qué hora interrumpe el servicio cada línea
Las noticias, en 2 minutos. Milei dijo que Victoria Villarruel no tiene injerencia en el Gobierno; envían al Congreso el proyecto para eliminar las PASO
En Mendoza. Geólogos de la Universidad de La Plata denunciaron amenazas por parte de militantes de La Libertad Avanza